De la famosa encuesta de Catalunya Ràdio en la que se pregunta a los oyentes si estarían dispuestos a “impedir físicamente” que el Tribunal Superior de Justícia de Catalunya juzgue a Artur Mas, Joana Ortega e Irene Rigau se deduce que al menos 700 catalanes (el 25% de los que habían votado en el momento de escribir este texto) se apuntarían sin excesivos problemas al plan de liarse a hostias con el Cuerpo Nacional de Policía. Muchos valientes son esos.

Imagino su decepción, la de los valientes, cuando desde la cadena de radio pública catalana se apresuraron a explicar que en catalán “impedir físicament” no se traduce, como podría parecer a simple vista, por “impedir físicamente” sino por “protestar en la calle”. ¡Y esos 700 bravos patriotas sacándole el polvo a sus barretinas de combate por su desconocimiento de las intrincadas sutilezas del idioma catalán!

Que tampoco son tan complicadas, por cierto. Sólo hay que echarle un ojo durante diez minutos a cualquier película emitida en TV3 para saber que aquí todo se traduce bajándole diez o doce grados la temperatura al cocido. Donde en otros páramos más bárbaros los asilvestrados nativos leen una incitación a la violencia aquí vemos una llamada al amor y la fraternidad universal en forma de protesta pacífica con matasuegras, confeti y docenas de globos.

El caso es que hace un par de años, quizá alguno más, comí con un par de periodistas catalanes. A los postres, uno de ellos dio la definición más perfecta de la catalanidad que yo he oído nunca. “Yo soy independentista y votaría independencia si se celebrara un referéndum, pero a la primera hostia me encierro en casa y que se las apañen otros. Qué digo a la primera hostia… ¡al primer insulto!». La confesión, que algunos cafres podrían interpretar como cobardía, me pareció más bien de una exquisita racionalidad. Hay antojos que no merecen la pena si conllevan un mínimo riesgo de que un antidisturbios de la Policía Nacional te pinte un Turner en el lomo.

Más interesante habría sido la pregunta de Catalunya Ràdio si en vez de ser cerrada y con sólo dos respuestas posibles hubiera sido abierta: “¿Qué estaría usted dispuesto a sacrificar por la independencia de Cataluña?”. Porque ahí sí que veríamos un retrato claro de cuál es el verdadero fervor independentista catalán más allá de manifestaciones multitudinarias que no comprometen a nada, decenas de miles de tuits beligerantes que comprometen a aún menos y cientos de apelaciones al diálogo y a un proceso de separación angelical, inmaculado y aceptado bovinamente por el Gobierno central.

Quizá me equivoco, pero intuyo que la respuesta más frecuente a esa pregunta sería “nada”. Y no será por opciones. “Una depreciación de mis ahorros del 25%”. “Mi tren de vida actual”. “La posibilidad de viajar al extranjero a precios que yo me pueda permitir sin verme obligado a vender un pulmón”. “La incomodidad de aquellos de mis amigos madrileños, andaluces y gallegos que no aceptarían vivir como extranjeros en lo que hasta ahora consideraban su país”. “Una fiscalidad superior en un 25% a la actual por la necesidad de financiar las estructuras burocráticas del nuevo Estado”. “Un par de muertos durante los días más tensos del proceso independentista”.

¡Qué digo un par de muertos! Por la independencia de Cataluña una amplia mayoría de los independentistas no concede ni 24 horas sin wifi. Otra cosa, claro, es darle al “sí” en una encuesta anónima de Twitter. Para eso sobran mártires en Cataluña.