No deja de ser sorprendente que los mismos que se han hartado de repetir en las últimas semanas que votar a Rivera equivalía a hacer trizas la papeleta y echarla a la basura sean hoy los primeros en reclamarle que entregue sus escaños a Rajoy para evitar unas terceras elecciones. O quisieron engañar a la opinión pública entonces o tratan de tomarle el pelo ahora.

Lejos de pedir disculpas por su incoherencia o de, al menos, tratar de persuadir a Rivera con tacto para que haga lo que a ellos les gustaría que hiciera, lo increpan. Ese pataleo levanta polvo, pero no borra sus huellas.

Allá cada uno con sus escrúpulos. Ni siquiera es en el resbaladizo plano de la moral donde hay que hacer el primer reproche a quienes exigen la capitulación de Ciudadanos, sino en el de las matemáticas: no saben contar. Porque los treinta y dos diputados de Rivera unidos a los ciento treinta y siete de Rajoy suman ciento sesenta y nueve. Un número tan sexy como alejado de la mayoría absoluta, para la que aún faltarían siete. O sea, que el único partido que puede evitar unas nuevas elecciones es el PSOE.

En un tono ciertamente respetuoso, un grupo de intelectuales que firmaron el manifiesto fundacional de Ciudadanos han dicho que fue una equivocación de Rivera anunciar durante la campaña electoral que en ningún caso haría presidente a Rajoy. Su argumento es que deben vetarse políticas y no personas. Me parece una razón hermosa, pero no siempre es fácil deslindar al hombre de lo que representa.

Recurriré a la caricatura para intentar explicarme. Si alguien hubiera propuesto en su día que Al Capone dirigiera el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos, ¿habría hecho falta esperar a ver cuál era su programa económico y con qué equipo accedía al cargo antes de hacer todo lo posible por evitar su nombramiento? Igual que Al Capone encarnaba lo opuesto a la honradez, Rajoy representa lo contrario a la regeneración.

Así pues, aun admitiendo con Francesc de Carreras, Albert Boadella o Arcadi Espada que Rivera pudo equivocarse, creo que hay que ponderar también su sinceridad y coherencia, dos valores estimables en política. Desde luego, los tres millones de votantes de Ciudadanos no podrán sentirse engañados ni alegar que no sabían cuál era la posición del partido.

Quienes desde la derecha arremeten contra el veto a Rajoy omiten que Rivera también se comprometió a no apoyar una investidura de Pablo Iglesias. Si Unidos Podemos hubiera ganado las elecciones, ¿le reprocharían también que mantuviera su palabra?

De ahí que me parezca tan discutible la afirmación de Arcadi Espada cuando asegura que los millones de votos que ha cosechado Rajoy "impugnan todo el razonamiento" de Rivera. Los votos, Arcadi, sólo son votos; aritmética. La ética se mide en otro campo, como bien acaban de comprobar en Reino Unido.