El pasado 17 de noviembre, coincidiendo con el final del plazo de presentación de las candidaturas a la Junta Electoral, publicamos una estimación de escaños con dos centenares de aspirantes a diputados que, desde el preciso instante en que fueron registradas las listas, podían brindar por su escaño.

El resultado del 20-D confirmó nuestros pronósticos: acertamos al 100% con el primer centenar de candidatos y al 90% con el segundo. Lo primero que pone de manifiesto esta situación es la farsa de nuestro sistema electoral: un mes antes de ir a votar, usted ya puede encontrar hoy en EL ESPAÑOL a la mayoría de quienes le representarán en su circunscripción.

Tomás Serrano

Hay una segunda conclusión no menos decepcionante: la primera y amplísima mayoría absoluta en todas las elecciones que se celebran en España es siempre la conformada por los enchufados de los partidos políticos, dado que son las cúpulas las que confeccionan las listas a gusto del líder y no de los votantes.

Más partitocracia

Hoy lamentamos decir que, salvo la creciente sensación de impotencia y frustración ciudadana por la incapacidad de nuestros políticos para formar Gobierno, nada ha cambiado desde el 20-D. Más bien al contrario. Volveremos a votar el 26-J, y una vez que este jueves se publiquen en el BOE las candidaturas, otra vez habrá cien diputados -prácticamente los mismos que hace seis meses- que pueden celebrar que les ha tocado una beca en el Congreso, y lo mismo el 90% del centenar que les siguen.

En esta ocasión se puede decir que la partitocracia ha impuesto su marchamo de un modo si se quiere más obsceno, pues las listas son prácticamente idénticas y, allí donde han cambiado, las modificaciones han sido dictadas incluso por los partidos que presumen de celebrar primarias.

En el PP, la presencia en las candidaturas de más que probables futuros imputados, como la senadora Rita Barberá, subraya el desprecio de Rajoy por los procedimientos democráticos en la confección de las listas.

Vieja política

En el PSOE, la celebración de primarias sin primarias agrava la sospecha de que 18 años después del experimento fallido que enfrentó a Almunia y Borrell siguen sin creerse del todo eso de que sean las bases quienes decidan quiénes deben representarles.

Ciudadanos ha cambiado una veintena de nombres sin otro criterio que el parecer de su cúpula directiva, lo que supone al fin y al cabo defraudar las expectativas de quienes les votaron confiados en su voluntad de democratizar la política.

Por lo que se refiere a los carteles de Unidos Podemos han resultado ser un indisimulado apaño con el que Pablo Iglesias ha demostrado su cesarismo: la representación de IU ha quedado relegada a unos cuantos puestos de salida casi decorativos.

Perversión democrática

Es decir, si tuviéramos que valorar el efecto de la nueva política por el modo en que los partidos han cocinado sus listas sólo podríamos decir que únicamente ha procurado cambios cosméticos relativos a la juventud y vestimenta más o menos informal de un buen número de diputados.

El 26-J volveremos a votar con la misma ley electoral con la que arrancó la Democracia, cuando la sociedad era políticamente inmadura. Es inconcebible que, cuatro décadas después, todavía sean las cúpulas de los partidos las que deciden a dedo quiénes nos representarán en el Parlamento. Este sistema pervierte el ejercicio democrático y promueve una cultura servil y corporativa por la que los altos cargos defienden a quienes deben el sueldo antes que a los ciudadanos a los que dicen representar.

La superación de este sistema es crucial, por ejemplo, para acabar con la ley del silencio en casos de corrupción, pero sobre todo para avanzar como sociedad. Por eso una de las Obsesiones de EL ESPAÑOL es reformar la ley electoral según el modelo alemán para que se pueda desbloquear las listas y elegir de forma directa a la mitad de los parlamentarios. Es un paso necesario para acabar con la partitocracia. O al menos con la cupulocracia.