Sólo el tiempo dirá si el deceso formal de Convergència Democràtica de Catalunya, apoyado por las dos terceras partes de sus bases en la votación del superdissabte, servirá también para reconciliar al nacionalismo sociológico catalán con un partido indiscernible desde su fundación de la figura de Jordi Pujol. Pero a tenor de la reivindicación del hereu destronat Artur Mas de que la nueva formación "tenga las raíces bien cimentadas en la historia de éxitos de Convergència" no parece que la dirección nacionalista haya comprendido el mandato de sus bases.

La hegemonía y el descrédito de Convergència ha corrido en paralelo al auge y la caída de la que durante dos décadas fue la primera familia catalana, hoy considerada "organización criminal" por el juez y la Fiscalía. La clave está en saber si la dirección convergente quiere de verdad una refundación que le permita recuperar la hegemonía del nacionalismo catalán o si busca sólo un ejercicio de olvido selectivo para que los votantes no tengan en cuenta la corrupción sistematizada entre sus cuadros dirigentes, empezando por el expresidente y su familia.

Ensoñaciones

La reconquista del discurso nacionalista parece complicada pues, una vez espoleado el sentimiento separatista base de victimismo y ensoñaciones, ERC y la CUP resultan más atractivas porque son más radicales en el delirio. El intento de batasunización del procés, en colaboración con la Sortu de Otegi, y el modo en que las minorías radicales vienen imponiendo su marchamo a la hoja de ruta independentista son buena prueba de ello.

En este sentido, resulta esclarecedora la apuesta de la CUP, en su asamblea nacional, por "librarse del pacto de estabilidad con Junts Pel Sí" para "ejercer una función dinamizadora de la ruptura" y celebrar un referéndum unilateral de independencia antes de enero de 2017. El bloque independentista se desmorona sin que CDC sepa adónde ir..

Pujolismo

Por lo que refiere al objetivo de acabar con sus demonios domésticos, tampoco parece probable que los hijos políticos de Jordi Pujol estén capacitados para matar al padre. Es una contradicción en sí misma pretender enterrar el fantasma del pujolismo al tiempo que se pone el acento en la reivindicación de sus "éxitos", como hace Mas.

La historia del partido fundado por Jordi Pujol hace 42 años ha determinado el devenir político en Cataluña y en España. Convergència se apropió del catalanismo y lo conformó a conveniencia. Jordi Pujol supo modular la reivindicación nacionalista ante Madrid para arrogarse una autoridad moral ficticia y, cuando tuvo ocasión, no dudó en prestar estabilidad a Felipe González y a José María Aznar a cambio de un mejor trato en los presupuestos y de una suerte de patente de corso sin la cual no se entendería ni la corrupción generalizada en las administraciones que controlaba por Convergència ni la impunidad con la que se margina el castellano en la escuela.

Separatismo radical

Todo lo que representó el pujolismo, en tanto que alma máter de CDC, se ha descompuesto a golpe de escándalos judiciales y el contraataque estratégico de sus dirigentes, su acelerada radicalización, sólo ha servido para arrojar al nacionalismo clásico, más o menos transversal y moderado, en brazos de un separatismo dominado por los republicanos y los anticapitalistas.

Es imposible que los herederos de Pujol puedan redimir a Convergència sólo con un cambio de nombre, que se conocerá en el congreso de julio, y algunas modificaciones cosméticas. Convergència requiere, más que una capa de maquillaje, un auténtico exorcismo que empiece por la jubilación definitiva de Artur Mas, un profundo relevo en sus cuadros y el regreso a la moderación en sus planteamientos.