El Día Internacional de la Libertad de Prensa tiene este año un significado muy especial para el periodismo español pues coincide con dos episodios, aparentemente contradictorios, que afectando a los dos diarios de mayor circulación e influencia, ejemplifican los problemas del sector.

Por un lado la plantilla de El Mundo inicia una cadena de paros y protestas para intentar aliviar las condiciones del nuevo Expediente de Regulación de Empleo que puede afectar a casi un centenar de sus miembros. Por el otro, la empresa editora de El País celebra su 40º aniversario con la pompa que le caracteriza pero bajo el estigma de la implicación de su primer director y hoy presidente en los llamados papeles de Panamá.

En uno y otro caso la confluencia de la crisis económica con el cambio de los hábitos de los lectores, fruto de la revolución digital, ha desembocado en una posición de debilidad frente al poder político que ha afectado a su credibilidad y dañado a sus profesionales.

Voces críticas

EL ESPAÑOL viene manteniendo un respetuoso silencio sobre los acontecimientos que se viven en El Mundo y no será desde estas páginas desde las que se hurgue en sus heridas. Pero el impacto de las decisiones adoptadas por sus propietarios y gestores desde enero de 2014 está cada vez más claro para lectores, profesionales y analistas. Una redacción que representó durante un cuarto de siglo la principal voz crítica de la sociedad española merece un presente y un futuro mejores que los que se perfilan ante ella.

Contemplada con más distancia y menos emociones, la deriva de El País viene paralelamente caracterizada por su sometimiento al Gobierno y a las empresas de los grandes sectores regulados. De hecho el grupo Prisa se salvó de la quiebra -a la que lo abocaba la deuda contraída por la megalómana gestión de Juan Luis Cebrián- gracias a la entrada en su capital de acreedores como Santander, Caixa o Telefónica, auspiciada por la vicepresidenta Saénz de Santamaría.

No es de extrañar que el conflicto de intereses de la factótum del Gobierno, cuyo marido ocupa un alto cargo en Telefónica, haya sido una de las historias censuradas o manipuladas por El País en los últimos tiempos. Y tampoco que la biografía de Cebrián quede ennegrecida por el inexplicado regalo en acciones de la petrolera de su amigo iraní Zandi, valorado en más de cinco millones de euros, y por su violenta reacción contra los medios que lo publicaron.

Problemas graves

Los casos de El Mundo y El País son representativos de los graves problemas que afrontan los medios tradicionales con ediciones impresas -los llamados legacy papers- en los grandes países desarrollados. Pero la crisis de esos periódicos no es la crisis del periodismo. Y la última prueba de ello es el gran servicio prestado a la sociedad por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación al divulgar a escala planetaria los nombres de los presuntos evasores fiscales escondidos en Panamá.

Es cierto que el modelo de negocio que durante dos siglos ha hecho prosperar a la prensa escrita se ha venido a pique y aún no ha sido sustituido por otro estable y consistente. Pero la revolución digital ha rebajado la barrera de entrada de nuevos medios, permitiendo que florezcan proyectos como EL ESPAÑOL y otros similares, con muchos menos costes industriales y mayores posibilidades de defender su independencia.

Sólo es preciso que viejos y nuevos actores busquen la manera de perfilar un modus operandi que favorezca a la vez el pluralismo y la rentabilidad de los proyectos con arraigo entre los lectores. A ellos les sigue correspondiendo la última palabra, a través de la capacidad de implicarse como suscriptores en apoyo de aquellos medios que merezcan su confianza. Ellos son, en realidad, la única sal capaz de sazonar la libertad de prensa.