La semana pasada se cumplieron años del nacimiento del hombre que fundó la novela negra. Era norteamericano pero había algo en su manera de escribir que lo hacía parecer europeo, semejante a un francés que te hace cosquillas con el bigote. Pongamos que una especie de Baudelaire con brocha americana.

Julio Cortázar daría con la clave; Baudelaire era el simétrico de Allan Poe. Con esto, desde otra cara del mundo, en un juego de espejos y traducciones, Baudelaire se fundiría con su simétrico para intercambiar asimetrías. Cuentan que Edgard Allan Poe murió tras una jornada electoral, culpa del “cooping”, un trapicheo que consistía en pillar personas dispuestas a votar al mismo candidato tantas veces como hiciera falta, a cambio de unos tragos y bajo otra identidad, claro, falseando los papeles. No sé sabe por quién votó Poe a cambio de sus últimos tragos, ni tampoco cuántas veces. Qué más da.

Lo importante es que entre sus cuentos, traducidos por Julio Cortázar, destaca uno por lo que tiene de simétrico con los tiempos políticos actuales. Se trata del cuento titulado El sistema del Dr. Tarr y el profesor Fether que nos descubre un manicomio donde los locos mandan tras un golpe de Estado; un juego de apariencias en el que los locos ejercen el poder imitando los gestos y la formas de los que fueron sus guardianes y que ahora simulan ser locos.

Lo que viene a decirnos Allan Poe, en este cuento, es que de poco o nada sirve cambiar a cuerdos por locos si no se cambia antes el sistema que gobierna el manicomio. Cuando la política queda sometida a la presión de la economía, sucede lo que estamos viviendo ahora que, por hablar, hasta se habla de “negociar” un gobierno, olvidando que cuando los gobiernos se “negocian”, los pueblos pasan a ser mercancía.

No hay que dar muchas vueltas para darse cuenta de la deformación. Cuando la sociedad se ha organizado de acuerdo con el principio de la ganancia y el beneficio económico, la democracia se convierte en un sistema electoral donde se vota muchas veces lo mismo y siempre con una falsa ilusión de nosotros mismos, como si fuéramos otros. No sé si me explico.

Después del panfleto, voy a contestar al tweet de un vecino con el que a veces me encuentro en el rellano de escalera del twitter.

Recuerda también que no hay mayor asimetría que cuando un autor de genio se convierte en mercancía para poder beber.