Si por algo será recordado Rajoy es por su extenso lapidario de frases lisérgicas, declaraciones de brillo tan cegador que impiden apreciar el resto de su discurso.

El guión de esta legislatura está plagado de líneas estupefacientes como "España es una gran nación y los españoles muy españoles y mucho españoles""la segunda ya tal" o "esto no es como el agua que cae del cielo sin que se sepa exactamente por qué". Son palabras escogidas y ordenadas por la pereza y que, más que incapacidad, denotan arrogancia: un abismal menosprecio por sus interlocutores, que en este caso somos todos los ciudadanos.

El legado más pernicioso que dejará en España el marianismo es el profundo desprecio por la política. Rajoy percibe la política como una colección de molestias que distrae a los gestores de su labor. En los cuatro años que lleva como presidente ha faltado a casi todas las liturgias de la democracia:  en el Parlamento, ante la prensa y en su propio partido. Y ha allanado con ello el camino a un discurso montaraz que impugna los logros de la España constitucional.

La política es lo que va del tuteo falangista al pulcro usted que Suárez devolvió a los ciudadanos, por utilizar la feliz fórmula de Verónica Puertollano. Política es lo que Bill Clinton hizo en la Convención demócrata de Charlotte para resucitar la campaña de Obama o el discurso de Gordon Brown que motivó al unionismo británico días antes del referéndum de independencia en Escocia. Política es lo contrario de leer como un autómata lleno de tics el siguiente texto: "Me gusta Cataluña, me gustan sus gentes, su carácter abierto, su laboriosidad, son emprendedores, hacen cosas, exportan".

A dos meses de las elecciones, el equipo de campaña popular ya sabe que hay poco que hacer y tratará de seducir a los votantes con un concepto tan gris como el de la seguridad. "Vóteme a mí, que ya sabe como soy". Es como una llamada a la abstención mediante el voto: déjenlo estar. Hasta ahí llega su ambición. Tienen tan poca confianza en su marca que ya solo les falta refundar el partido bajo las siglas PCA: Partido del Clavo Ardiendo.

En Génova, muchos dirigentes se preguntan cómo Albert Rivera ha conseguido conquistar al votante habitual del PP si los cuadros de su partido, Ciudadanos, son desconocidos; muchas de sus propuestas son etéreas y él mismo es, como gestor, una incógnita. Los casos de corrupción del PP han influido, claro, pero uno de los ingredientes esenciales ha sido el decoro. El haber tenido la cortesía de cuidar su imagen pública, de presentarse ante los votantes con buena dicción, un discurso bien estructurado y cuidadoso de los detalles. De hacer política mientras Rajoy la despreciaba.