Eduardo Jordá. Foto: Fundación José Manuel Lara.

Eduardo Jordá. Foto: Fundación José Manuel Lara.

Poesía

Las 'Doce lunas' de Eduardo Jordá para alumbrar el camino

El autor reúne en este volumen 56 poemas, en los que, a través de  glosas y anécdotas personales, articula una biografía intermitente.

27 abril, 2024 02:08

Siguiendo el ejemplo de Andrés Trapiello en La Fuente del Encanto: Poemas de una vida (editado en la misma colección), el escritor Eduardo Jordá (Palma de Mallorca, 1956) reúne en este volumen 56 poemas espigados del total de su obra —incluyendo cinco inéditos— que acompaña de comentarios en prosa que cuentan el revés de la trama, el origen de su escritura o la historia que quedó fuera de los versos.

Jordá los llama “relatos”, pero vale decir que son glosas o anécdotas personales que articulan una biografía intermitente, la vida resumida en esos instantes decisivos, muchas veces íntimos, que Joyce denominó “epifanías”.

Doce lunas

Eduardo Jordá

Fundación J. M. Lara, 2024. 188 pp. 14,90€

Narrador, ensayista y autor de memorables libros de viaje, Jordá no tarda en poner sobre la mesa las cartas de una poética vitalista, pegada a los vaivenes de la psique: el poema es un milagro, un don imprevisto, no sabemos de dónde o por qué viene, “pero sucede”, como dice el poema que abre la selección.

Y sus maestros son las voces atemporales de la Antología Palatina, el tono austero pero emocionado de la poesía clásica oriental o poetas que se movieron lejos de las modas del momento, como los ingleses Edward Thomas o Robert Graves, a quienes rinde homenaje.

Estamos ante un libro que nace de una paradoja feliz: la poesía es un misterio que no puede contarse, pero ese vacío es elocuente y cabe llenarlo con palabras que cuentan los alrededores del poema, sus grietas.

No siempre la glosa es proporcional al poema: un simple haiku da pie a una extensa viñeta juvenil donde Graves convive con el músico Robert Wyatt (particular fuerza tienen sus estampas de viaje, los recuerdos de Irlanda o del desierto chileno).

En sus momentos más altos, Jordá alcanza una suerte de impersonalidad objetiva que parece venir de otro tiempo, una sobriedad clásica: “Y cada ser tocado por las luces / es una vasta tierra que despierta”.