Una campaña, un encuentro imposible y una explicación real.

Una campaña, un encuentro imposible y una explicación real. Carlos Rodríguez Casado

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El fenómeno Trump explicado por David Foster Wallace

No se conocieron. El escritor murió en 2008, pero siguió la campaña de John McCain y dejó sembradas las pistas. 

6 marzo, 2016 04:06

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1999. David Foster Wallace (1962-2008) conoce a John McCain (1936) en la tele. No sabe si el político republicano y prisionero de guerra es un tipo increíblemente sincero o bien está loco de remate. Así que acepta el encargo de la revista Rolling Stone, que le ofrece cubrir siete días de campaña con el candidato a las Elecciones de 2000. Lo tituló Arriba, Simba (recogido en el libro Hablemos de langostas, en PRH). Más allá de la genialidad de empotrar a un novelista detallista en el contexto y en lo insignificante, y (en apariencia) sin apetencias políticas, el artículo desvela la necesidad de un líder. Han pasado 16 años de aquello, ¿en serio?

“Aun en el año 2000, ¿quién de nosotros es tan cínico como para no albergar cierta esperanza americana y cursi en el fondo de su corazón, ahí dormida como la pasión de una solterona, no muerta sino simplemente esperando a que llegue el hombre adecuado?”, escribió. Un nuevo hombre ha llegado en 2016, para un nuevo tipo de republicano: Trump practica la política de la identidad blanca y sus seguidores son más propensos que los de otros candidatos a pensar que la discriminación contra la gente blanca es un problema importante en la sociedad norteamericana, según estudio de Pew Research Center. Ahí tenemos la “pasión” de la nueva solterona.

David Foster Wallace escribió en el año 2000 que ninguna generación ha sido tan manipulada, bombardeada y sometida al marketing como la juventud actual

Gracias a eso, el exmarido de Ivana, ha sido capaz de reactivar una montaña de iniciativa blanca que había desaparecido por desánimo, en 2012. Fue la falta de votantes blancos lo que acabó con las opciones de Rommey, en un país cada vez más diverso. En 2055 los blancos dejarán de ser mayoría, aunque hoy representan el 62% de la población. No significará menos privilegios, pero sí menos votos. Por eso la única opción que tiene Trump es movilizar de nuevo el voto blanco más radical, incendiar la propuesta racista y sacar a la América del “maíz” de sus profundidades.

Donald Trump, en un discurso en Nueva Orleans este viernes.

Donald Trump, en un discurso en Nueva Orleans este viernes. Efe

Según un estudio del Wall Street Journal, Trump tiene cada vez menos techo, a pesar de que hace un año la mayoría de los republicanos se reían si les planteaban darle el voto. Hoy su apoyo está muy repartido por todos los estados, y es muy fuerte en Pennsylvania. Los norteamericanos con menos educación y blue collar (clase trabajadora, mono azul) son los más proclives a apoyarle (informe Vox.com).

Pelea racial

Richmond, Virginia, 14 de octubre de 2015. Simpatizantes de Donald Trump se encaran a un grupo de inmigrantes que protestan contra el candidato. Bulla entre dos que acaba con un escupitajo en la cara del manifestante negro. Los republicanos están convencidos de que la inmigración hace más débil su país. “América para los americanos”, ha sido el lema con el que el empresario entró en política.

Ya saben que Trump ha construido su discurso a partir del miedo a las hordas inmigrantes: los chicanos son criminales, los musulmanes terroristas. Consciente de que sin rascar algún voto inmigrante no irá a ninguna parte en los EEUU, ha tratado de arreglarlo -empeorándolo- con declaraciones del tipo: “Amo a los mexicanos, amo a los hispanos. Tengo a miles de ellos trabajando para mí”. Qué gran relato de campaña podría haber salido de la mirada de Foster Wallace sobre Trump...

Pero lo que quizá no sepan que, entre 2014 y 2015, el apoyo a la inmigración cayó un 15%, según los informes del Pew Research Center. En una encuesta del Public Relegion Research Institute, la mayoría de los norteamericanos creen que los valores musulmanes son contradictorios con los norteamericanos, pero él ha logrado que un 36% de sus votantes crean que el Islam debería estar prohibido en los EEUU (frente a un 30% del votante republicano).

Es de verdad, no verdad

Trump es el perfecto ejemplo de que hay poco más que ventas y vendedores: ¿qué es marketing, qué es verdad? ¿Cómo diferenciar? Y, sobre todo, ¿para qué? Trump demuestra que el fondo no importa, aunque ya lo contó Foster Wallace: “Ninguna generación ha sido tan manipulada, bombardeada y sometida al marketing como la juventud actual”. Tanto que a estas alturas parece conformarse con superficie, gesto y naturalidad artificial. No importa la verdad, sino que lo es. Es de verdad, no verdad. ¿Es real Donald Trump? Depende del votante, no de él.

Los fieles republicanos han cambiado de preferencias: mejor “nuevas ideas”, que “experiencia” (según el informe citado). Antes de la llegada de Trump, los votantes republicanos creían en la experiencia como en la sagrada forma política. Ahora, no. De hecho, es algo que también captó Foster Wallace en McCain, de quien decían que “por lo menos se comporta de forma parecida a como se comportaría un ser humano”.

De Al Gore se decía que, incluso, parecía respirar. De Trump podemos asegurar que lo hace y, en cualquier momento podría, incluso, eructar; “es de verdad”. Y sabe lo que es invertir y perder pasta, y ha triunfado en sus negocios. Y debe provocar esa sensación reconfortante que produce creer en alguien.

Es un alivio, porque han mentido tantas veces. “La mentira es una mierda”. Vuelve a hablar Foster Wallace: “Resulta doloroso pensar que los aspirantes a servidores del pueblo, entre los que uno está forzado a elegir, son todos unos embusteros cuya única preocupación son sus intereses propios, y que están dispuestos a mentir de forma atroz y con una cara tan seria que te das cuenta que te consideran un idiota”.

Publicidad política

Las “nuevas ideas” no dejan de ser un “nuevo comportamiento”, un “nuevo producto”. “Los candidatos son hombres que ni siquiera parecen lo bastante humanos como para odiarlos: lo que uno siente cuando aparecen es una abrumadora falta de interés”, escribe el autor de La broma infinita(1996).

¿Pero qué es algo nuevo en política? Algo que parezca romper con el descrédito. Foster Wallace subraya una y otra vez la deshonra de la clase política y por la participación en ella de la ciudadanía, dice que la indiferencia es propia de “una era en la que las declaraciones de principios o idearios de los políticos se entienden como textos publicitarios y se juzgan no por su sinceridad o por su fuerza para inspirar a otros, sino por su astucia táctica, por su capacidad de venderse”.

No cabe duda de que en cuestión de ventas, Trump es el rey. Y debe exprimir sus riquezas, porque los grandes donantes republicanos le tienen seco: sólo ha recibido 4 millones de dólares frente a los casi 15 millones de dólares de Jeb Bush, que está finiquitado. También es el que menos gasta en publicidad, porque no lo necesita. Tiene más repercusión que ningún otro.

¿Será un líder?

¿Qué es un líder? “Un líder de verdad no es tan sólo alguien que tiene ideas con las que uno está de acuerdo”, eso para empezar. Foster Wallace continúa: “Un líder de verdad es alguien que, debido a su poder particular y su carisma y el ejemplo que representa, es capaz de inspirar a la gente”. Recuerden la mítica frase de ese dechado de virtudes, JFK: “No te preguntes qué puede hacer tu país por ti; pregúntate qué puedes hacer tú por tu país”.

Trump, como Ronald W. Reagan o Pat Buchanan, son grandes vendedores. Lo que venden es la idea de sí mismo como líder. Sus verdaderos intereses son los suyos propios. “Devolver el poder al pueblo”, “patriotismo” o “deber”, no son más que los “eslóganes publicitarios de eficacia probada de la industria política”. Cuesta no escucharles como un ejemplo más de las “idioteces guionizadas que los candidatos nos van soltando mientras siguen intentando convertirse en el ser humano más poderoso, importante y comentado del planeta”.

David Foster Wallace plantea si puede ser verdad en ellos que no sea el interés propio

Dice de los políticos que son capaces de escupir montañas de idioteces, que suenan muy nobles. Pero hemos dejado de oírlas, como hemos dejado de ver las vallas publicitarias. David Foster Wallace plantea si puede ser verdad en ellos que no sea el interés propio. En realidad, dice que no. Viendo cómo se zurran “little Rubio” y a “big Trump” -en la que no faltan alusiones al tamaño de sus penes- no hay duda: el malestar con la política ha aupado a algo distinto. Un antipolítico, que ha encontrado hueco en el ala republicana pero va por libre.

La publicación Slate preguntaba entre sus lectores quién cree que ganó el debate de la FOX, que reunía a Trump, Cruz y Rubio. “Who won? As usual, Democratic party”. “Lo mismo que la última vez, no creo que ganara nadie pero perdió América”.

Los líderes son capaces de lograr que hagamos ciertas cosas que en el fondo pensamos que son buenas y queremos ser capaces de hacer

Por eso quienes más temen a Trump no son los demócratas, sino los republicanos. El prisionero de Vietnam y compañero de viaje de Foster Wallace, John McCain, ha soltado un tuit esta semana: “Comparto la preocupación sobre Trump que ha descrito mi amigo Mitt Romney”. Trump está tan crecido y fuera de control, que se ha atrevido a cuestionar la heroicidad de McCain: “No es un héroe de guerra, fue capturado”. Entre los veteranos esto tampoco ha sentado bien.

Trump recuerda lo que vaticinó Wallace sobre los líderes, que son capaces de lograr que hagamos ciertas “cosas que en el fondo pensamos que son buenas y queremos ser capaces de hacer, pero normalmente no conseguimos hacer por nosotros mismos”. Como por ejemplo, dejar en blanco a tu país con un muro tan grande y tan alto como la estupidez que te hace creer que será capaz de lograrlo.