Rotondas en miradas

Por Félix Jacinto Alonso Holguin

La sociedad animal basa sus relaciones en percepciones sensoriales. A cierta distancia, siendo humanos, el sentido más usado es la vista. El órgano, que envía órdenes a nuestro cerebro para ejecutar acciones, ha ido mejorando con el paso de los años, decenios, siglos...

En época de las cavernas, las mujeres quedaban al cuidado de los “cachorros”, en tanto que los hombres salíamos a recoger frutos, cazar o conseguir alimento para ellos, nuestra familia. Esto hizo que las mujeres -generalmente- tuvieran un sentido más desarrollado de la visión en dos dimensiones y los hombres -generalmente también- en tres. Ellas dominaban los espacios cerrados y los objetos de su interior; ellos medían distancia, velocidad y previsión de impacto sobre animales en movimiento o frutos que colgaban en los árboles.

Esa habilidad está empezando a caer en declive. Estamos poniendo objetos que perturban la sensación de distancia, velocidad e, incluso, punto de encuentro... La culpa es nuestra -no del Boogie- esta vez. El tránsito humano en vehículos rodados es todo un conjunto de miradas. Las máquinas nos igualan en ambos sexos, ya que precisamos de un aprendizaje de funcionamiento para compartir el espacio. Ahí se nota que, a pesar de la evolución, ellas son mejores estudiando.

Las carreteras son espacios físicos donde confluimos ambos e iguales sexos. Al llegar a una intersección hemos fijado unas reglas para evitar momentos dolorosos, como son los accidentes. Demasiadas vidas se pierden por errores humanos utilizando máquinas; algunas de ellas son evitables.

Hace años recuerdo cómo ensalzaban las rotondas que hay en las carreteras de Francia; aquéllas donde, a gran velocidad, por ambos lados, una auténtica serpiente multicolor rodeaba espléndidas fuentes de agua. Otras veces, en su interior, tenían escudos florales, estatuas o simplemente una bandera de la localidad y del país.

Esas construcciones comenzaron a popularizarse también en España. Eso sí, a nuestro “estilazo”. Nuestro país tiene unas universidades espléndidas, estudiantes muy capacitados y un alarde en creación de monumentos irreconocibles. Dada la facilidad de utilizar el dinero “común” en beneficio “del pueblo”, se han construido enormes círculos con alegorías sólidas en su interior.

Hay que tener valor para entrar en una rotonda con un “chisme” motorizado. España tiene un juego muy familiar: el mus. Se basa en las miradas, gestos, incluso en movimientos de manos, cejas, boca, lengua y ojos. Se decía que:

-Aquí uno siempre sabe de política, toros y es campeón jugando al mus.

Los argumentos siguen en vigor; las características coinciden, al menos por igual, cuando llegamos a una intersección con su bonita rotonda en medio. Miras a tu izquierda, compruebas que no viene nadie y arrancas. Es en ese momento cuando comienzas a moverte al frente, girando los ojos a la derecha, un poquito sólo, para buscar a aquél coche que ha llegado también al lugar. Buscas acortar la distancia, reducir el espacio y encontrar su mirada.

Hay poco tiempo, menos trecho, para conocer el futuro cercano que va a suceder en breves segundos. Desde el otro cacharro “mecanizado”, unos ojos están buscando los tuyos; también desean conocer tus intenciones, pretensiones y sentido que quieres imprimir a tu máquina. Ambos estáis de acuerdo en evitar la colisión. Además de precisar un montón de papeleo para resolver la culpa, puede que, con algo de mala suerte, se produzcan algunos daños personales.

Ambos sexos estamos igualados; los dos tenemos el futuro cercano en nuestras manos y pies; todos son controlados por el cerebro que está recibiendo información desde nuestros ojos... Oímos la radio, teléfono o dispositivo electrónico último modelo que lanza mensajes por los pabellones auriculares al interior de nuestra cabeza.

Seguimos mirando; la longitud se acorta. El tiempo va pasando más rápido de lo esperado. Hemos de tomar una decisión importante, quizá la más fundamental del día que, sin ser conscientes, puede determinar el resto de nuestra existencia... y de nuestra familia.

Ahí debemos recordar que, la evolución humana, se basa en esa percepción visual; la historia de nuestra especie ha afianzado conocimientos, medios y sistemas para procurar un bienestar a nuestras familias. Los datos proporcionados por nuestros ojos en ese instante son básicos. Nuestra acción ha de ser interesada para continuar con la labor natural de la historia del hombre: permanecer vivos el máximo de tiempo posible... con nuestras familias.

Por ello, querido lector, seas del sexo que fuere, vayas encima del “trasto” impulsado que sea, cuando llegues a una rotonda, busca los ojos del semejante -o las señales luminosas de su “chisme”- y, ante la duda, deja que pasen unos segundos y el animal subido al otro “cacharro”: más vale perder un segundo de la vida, que la evolución humana en un segundo. Imagina que el otro fueras tú... pues eso, relax y que pasen hasta tener vía libre.