El testaferro

Por Mario Martín Lucas

Corría el año 1947 cuando Leonardo Argüello fue presidente de la República de Nicaragua durante 25 días, aupado y defenestrado por la voluntad de la familia Somoza, que ejerció el poder en aquel país centroamericano durante un periodo de 43 años, promoviendo a sus propios testaferros para que gobernaran en base a sus intereses y bajo sus indicaciones. Así se fueron sucediendo el mencionado Argüello, Benjamín Lacayo, René Schick, Lorenzo Guerrero y alguno más.

Sesenta y nueve años después, en Cataluña, el pasado domingo 10 de enero ha sido investido president de la Generalitat Carles Puigdemont, cuando 24 horas antes quien concurrió como tercero de la lista de “Junts Pel Si” por Girona no conocía que el dedo designador del número cuatro de la lista de esa formación por Barcelona se había posado sobre él, en un nuevo ripio de los despropósitos generados por el Sr. Mas, heredero del pujolismo que ha ocupado el poder político catalán desde los años 80 del siglo pasado.

El Sr. Puigdemont ha sido la última pieza de un puzzle que llevaba armado varios meses. Le ha sido nombrado el gobierno y todos sus miembros, empezando por el nuevo vicepresidente de la Generalitat y consejero de Economía, además del líder de ERC, Oriol Junqueras; le ha sido marcado el proyecto y los objetivos que, por supuesto, él aplaude con entusiasmo e, incluso, le ha sido confeccionado el discurso de su investidura y el borrador de réplica conjunta que debía dirigir a todos los grupos de la oposición en el Parlament, dijeran lo que dijeran.

La realidad es que hace unos días ni Artur Mas pensaba dejar de ser president, ni Carles Puigdemont se podía imaginar cambiar su sillón del ayuntamiento de Girona por el de president de la Generalitat, pero la disidencia dentro de CDC, ahora rebautizada como “Democracia i Llibertat”, presionaron a aquel a buscar una solución que facilitara el apoyo de la CUP y evitara una nueva convocatoria de elecciones catalanas ante las pésimas expectativas para la formación ex convergente, y también para el sumatorio de las fuerzas soberanistas, que les obligan a intentar preservar como “oro en paño” la mayoría de escaños en el Parlament, aun habiendo obtenido una minoría en votos.

El Sr. Mas pensaba liderar el proceso independentista en Cataluña y ahora lucha por recuperar el poder en su formación política, abocada al congreso de su anunciada refundación, previsto para el mes de abril, y dividida entre quienes quieren pasar página y los aún leales al ex president. Mientras tanto intentará influir en su sucesor y su quehacer, haciendo valer la única decisión propia que ha tomado en las últimas semanas, la de su “dedazo” sobre el ex alcalde de Girona, pero la diferencia entre éste y los testaferros de Somoza es que quienes nombraron a aquellos sí se reservaron el poder real y el Sr. Mas es ya un “jarrón chino”.