El pasado día 3 de diciembre se conmemoraba el Día mundial de las personas con discapacidad, una celebración anual que tiene lugar cada año desde que, en 1992, se instauró en la Asamblea General de Naciones Unidas.
La verdad es que da mucha lástima, a la vez que frustración, pensar que es una conmemoración que pasa, prácticamente, sin pena ni gloria entre tantos días temáticos del calendario, eclipsada además por el brilli brilli de la Navidad que se nos viene encima.
Y, por supuesto, más que todo eso, me produce rabia que todo el mundo sepa del Black Friday y no de una fecha como esta. Pero es lo que hay.
Sin embargo, yo sí tuve un modo muy especial de conmemorar algo así este año. La verdad es que no sé si fue la fecha, o la casualidad la que me llevó hasta el Centro de Artes escénicas Moments Art, en Valencia, donde utilizan disciplinas como la danza, la música o el teatro para trabajar con personas con discapacidad. Una labor bellísima y encomiable de la que se habla poco, y nunca lo suficiente.
Fui porque mi hija trabaja allí desde hace muchos años. Es profesora de danza y tutora de prácticas de Educación social desde que ella misma era estudiante, y conoce muy bien lo que allí se hace.
Y la verdad es que, aunque me había hablado de ello en varias ocasiones, este es uno de estos casos en que del dicho al hecho hay un buen trecho. Porque, por más que una se imagine la experiencia, no tiene nada que ver con vivirla.
Ante la mirada ilusionada de los alumnos y alumnas, y, por supuesto, del director, ambas compartimos, a modo de escenario, el aula donde desarrollan cada día su actividad.
Allí les hicimos una representación de la coreografía en la que, en su propia versión, llevan trabajando varias semanas. Una pieza que, en esa versión adaptada, compartimos luego danzando junto al grupo.
Y había que ver la expresión de sus caras cuando nos verían bailar, sus sonrisas cuando cogían las flores que les entregábamos, su entrega cuando eran ellos y ellas quienes bailaban.
Dicen que danzar es soñar con los pies. Y lo es, sin duda, pero es mucho más. Danzar es para estas personas un modo de expresión, una vía de aprendizaje y una manera de demostrar al mundo y demostrarse a sí mismos que son capaces de hacer cualquier cosa.
Danzar es dar y entregar trocitos de felicidad a cada paso, y estoy segura de que yo he recibido mucha más de esa felicidad de la que he sido capaz de dar.
No puedo más que dar las gracias a Moments Art, a todos y cada uno de los chicos y chicas que compartieron esa tarde conmigo y, por supuesto, a su director y a mi propia hija, que propiciaron que compartiéramos momentos tan hermosos.
Ojalá la gente supiera de todo el trabajo que se hace allí, y en muchos otros centros. Ojalá contaran con muchos más medios para poder acometer más proyectos como este. Ojalá tuvieran lo que se merecen. Y ojalá estas líneas sirvan para ayudar a conseguirlo.
Mientras tanto, disfrutaré del recuerdo y de la ilusión de poder volver a vivir alguna tarde como esa. Espero que sea pronto.