Hace unos días hablaba con una persona muy querida que me comentaba que había asistido a un estreno de una obra musical. Cuando le pregunté qué le había parecido, se quedó pensando y no me dijo ni sí ni no -y eso que no es gallega- sino que se limitó a comentarme que a ella le costaba mucho entender la música contemporánea.

Su afirmación me hizo pensar. A mí me pasa algo parecido cuando de ballet se trata y, aunque disfruto con todo tipo de danza, hay determinados tipos de danza contemporánea que no me acaban de llegar.

Por eso me planteé cuál es la diferencia entre algo clásico y algo contemporáneo, cuándo una pieza tiene la categoría suficiente para convertirse en clásica en algún momento y quién decide eso.

Algo que, por cierto, venía al pelo a raíz del tan cacareado estreno del último trabajo de Rosalía, que ya hizo correr ríos de tinta y horas de informativos cuando todavía nadie había escuchado ni una nota de ninguna de sus nuevas canciones, y que, según algunas opiniones, merece la consideración de música clásica o de convertirse en un clásico así, sin pasar siglos, ni tan siquiera años, para consagrarla a ese Olimpo.

Según el diccionario de la RAE, “contemporáneo” es algo “existente en el mismo tiempo que otra persona o cosa”, mientras que “clásico”, dicho de un período de tiempo, es el “de mayor plenitud de una cultura, de una civilización, de una manifestación artística o cultural, etc.”

Así que, en principio, deberíamos entender mucho mejor lo contemporáneo que lo clásico, y no como nos ocurre a mí y a esa otra persona de la que hablaba al principio, en relación con la música y el ballet, respectivamente. Pero suele suceder exactamente lo contrario, y no solo a nosotras.

No obstante, y al hilo de todo esto, me pregunto qué parte de nuestra cultura – o lo que sea- actual pasará a la posteridad y qué pensarán quienes nos sucedan de ello.

Quizás les encante el reguetón o cualquier otro tipo de música que ahora no somos capaces de valorar, o tal vez les llegue como un vestigio de nuestra época y habría que ver qué pensarían entonces de unas generaciones que se supone que disfrutaban con cantantes que parecen siempre cansados y jadeantes y mensajes que, en su mayor parte, rezuman machismo por todos sus poros. Igual si la señora del anuncio de lejía nos hubiera traído alguna otra noticia del futuro que no fuera un triste paquete de detergente, lo sabríamos, pero perdimos la oportunidad. Lástima.

También me pregunto si las obras que ahora consideramos clásicas les gustarían a quienes vivían en esa época o pensaban lo que yo pienso ahora del reguetón, pero eso tampoco lo sabremos porque ni siquiera la señora del anuncio de lejía se ha aventurado a viajar al pasado. Y lo del Ministerio del tiempo, al final, resultó ser un fiasco y no se puede contar con él.

Así que solo faltaría averiguar quién se encarga de poner el marchamo de “clásica” a una obra para pasar a la posteridad, pero me temo que eso tampoco lo sabremos. Y bien pensado, ni falta que nos hace.