No hace ni siquiera un mes que han empezado las clases. Se acabó el verano, demasiado largo para los padres y madres y demasiado corto para sus criaturas, y toca volver a la rutina. Una rutina que hay para quien es un mero fastidio -no queda otra- pero que también puede suponer el comienzo de una pesadilla. O, lo que es aún peor, la continuación de una ya existente.

Y es que, el cole no es el paraíso del que nos habla la publicidad de los grandes almacenes. En mi infancia, aborrecía profundamente aquellos anuncios que, con voz cantarina, anunciaban que volvíamos al colegio con alegría, y creo que en eso nada ha cambiado. Ni en la voz cantarina ni en la rabia que generaba.

Pero, como decía, hay niños y niñas para quienes el colegio es una verdadera tortura, porque sus compañeros -por llamarles de algún modo- les hacen pasarlo fatal. No es algo nuevo, desde luego, pero nunca ha dejado de existir. Y tendríamos que haber acabado ya con ello.

El acoso escolar, o bullying, en su versión anglosajonizada, consiste en machacar a la víctima hasta hacerle la vida imposible, hasta que ya no puede más y, en más ocasiones de las que nos gustaría, acaba con un desenlace trágico. Pero ¿somos capaces de detectarlo?, ¿sabemos qué hacer cuando ocurre?

Pues lamento mucho decir que me temo que no. Porque todo el mundo se lleva las manos a la cabeza cuando aparece la noticia de un niño que ha tratado de quitarse la vida -o incluso que lo ha conseguido- o de una niña que ha sido hospitalizada por una paliza de sus compañeros, pero no ve la realidad de todos esos sucesos que llevan hasta ahí.

Más de una vez he escuchado a alguien frivolizar con algún caso de acoso escolar. Afirmaciones como que esas cosas han pasado siempre, o que se trata de exageraciones son todavía moneda común.

Y siempre hay alguien que esgrime esa maldita expresión "son cosas de niños", para quitar importancia al problema y mirar hacia otro lado. Pero que no se nos olvide, si se trata de cosas de niños -y de niñas- es porque les pasan a ellos, y lo sufren como lo que son, niñas y niños.

Me explico mejor. Si a una niña la llaman "tonta" y la excluyen de los juegos, se trata de algo horrible para ella, por más que las personas adultas no le demos importancia. Porque lo que es importante en el mundo infantil no puede medirse con los cánones del mundo adulto.

No vale decirle cosas como "habla con ellos y diles que te dejen jugar", y mucho menos con "espabila y métete en el juego" porque no sirve. Y no hace sino angustiarla más. Y otro tanto cabe decir del niño excluido porque no juega bien al fútbol o por cualquier otra razón.

Si a esa crueldad, que muchas veces ni siquiera es consciente del daño que causa, se le une la circunstancia de que la víctima tiene alguna característica que le diferencia del resto, el drama se acentúa aún más.

El color de la piel, el aspecto físico, la identidad o la orientación sexual o el origen de una niña o un niño pueden convertirle en diana de bromas que no tienen ninguna gracia. Y que tampoco pueden banalizarse con la excusa de que son "cosas de niños".

El acoso escolar existe, aunque solo nos acordemos de él cuando se celebra su día temático o cuando un resultado trágico nos lo pone delante de las narices. Todos los días hay criaturas que sufren en el colegio, y fuera de él por mor de las redes sociales, mientras nadie se da cuenta.

Hemos de abrir los ojos. Antes de que sea tarde.