Llega el décimo mes del año y las redes sociales se llenan de posts con esa etiqueta. Y es encomiable cómo algunos bookstagramers se empeñan en hacer lo que está de moda para tener alcance, pero también es plausible (revisen el significado de esta palabra en la RAE y aprendan a usarla, se lo ruego) que algunos se acerquen a la literatura clásica de un modo honesto, curioso y divulgativo.
Bajo ese hashtag, la comunidad de creadores de contenido literario se lanza a un desafío colectivo: sumergirse en las páginas de los grandes autores de la literatura universal.
Esta tendencia, lejos de ser un fenómeno pasajero, se ha consolidado como un puente entre la tradición literaria y la inmediatez de la cultura digital. En España, la fuerza de este movimiento se sintió con particular intensidad el año pasado.
Las publicaciones no solo se centraron en los clásicos anglosajones y victorianos, sino que mostraron una creciente curiosidad por los fundamentos de nuestra cultura: los clásicos griegos y
latinos.
Pero, me pregunto observando cómo clavan en mi pupila su pupila azul, ¿qué es un clásico? La respuesta obvia es sencilla: aquella obra de la que todo el mundo con dos dedos de frente es capaz de hablar, aunque sea de manera superficial. No busquen que la Ylenia de turno sepa quién fue Fernando de Rojas.
Rojas tiene las vergüenzas, no le pidan peras al olmo. Bajo ese prisma, hablar de Víctor Hugo, Virgilio, Woolf, Safo, Dante, Shakespeare, Quevedo o Cervantes es una obligación.
Sé que me dejo unos cuantos, claro (¡Montaigne, lean sus ensayos!), pero permítanme de nuevo una reflexión. Esos creadores eran catedrales en el ejercicio de su magisterio.
Escribieron textos que han sobrepasado el tiempo, de los que todos podemos, en mayor o menor medida, hablar. Pero ¿cómo definimos hoy un clásico moderno? ¿Se puede ser, acaso, moderno y clásico?
No me refiero a los trajes de tres botones, evidentemente. Sigo con mi reflexión, disculpen los meandros. Un clásico moderno sería algo que llegase a cuanta más gente mejor y de un modo masivo, cambiando percepciones sociales. ¿Convenimos en que estoy en lo cierto? Se podría decir que sí. Pero ahora les aclaro por qué no.
¿Por qué esa definición de clásico moderno no es válida? Mientras les invito a revisar sus redes sociales encontrando #octubreclásico, les cuento que a finales de los años 90, la revista HOLA vendía 750.000 ejemplares a la semana. Alcance y percepción. ¿Fue un clásico la portada de Mar Flores?
Si lo fue, avísenme, que me bajo de este mundo. Si no lo fue, recuperemos los clásicos. Leamos más las obras que han definido nuestra cultura y sociedad, aunque ahora solo se pueda llegar a ella con reels, fotos con tazas de café cuquis y pamplina. Detrás del oropel, si se busca, siempre hay enseñanzas en los libros.