Era un clamor desde hace tiempo. Todo el mundo se preguntaba por que hay distintas varas de medir en lo que se refiere a la participación de unos países y otros en eventos deportivos y de otro tipo.
El comportamiento de unos estados era severamente castigado, mientras que respecto de otro se miraba hacia otro lado. Y lo sucedido en la Vuelta a España no ha hecho sino ponernos en las narices lo que casi nadie se atrevía a decir en voz alta.
Obviamente, hablo de lo sucedido respecto a un equipo de Israel, cuya participación en la carrera ciclista ha suscitado tan airadas quejas por parte del público que han tenido que modificarse finales de etapa porque las protestas ciudadanas hacían imposible llevarlas a término sin poner en riesgo la seguridad.
Por el contrario, desde que se tuvo la primera noticia de la invasión de Ucrania por parte de Rusia, los equipos de esa nacionalidad y quienes les apoyaban fueron borrados de un plumazo de todo tipo de competiciones deportivas y en otras de otra índole, como el caso del Festival de Eurovisión.
Y, claro está, la pregunta surge por todas partes. ¿Por qué unos sí y otros no? Lo que no es tan fácil es la respuesta. Y no lo es porque tiene difícil explicación.
No es la primera vez que política y deporte se entremezclan y dan lugar a enfrentamientos que van mucho más allá de los lances de la competición. Quienes ya peinamos canas recordamos los boicots de los Juegos Olímpicos de Moscú y de Los Ángeles allá en la época de la guerra fría.
Los bloques en que se dividía el mundo traspasaban las fronteras de la política para involucrarse en el deporte hasta el punto de descafeinar las más grandes competiciones, ya que la ausencia de países con un gran peso específico en el terreno deportivo empobrecía la competición y cambiaban los resultados que hubieran sido previsibles en buena lid.
Pero entre aquello y esto hay una diferencia esencial. Entonces era el propio país quien decidía boicotear el acontecimiento del que era anfitrión un rival político, una especie de chantaje a dos bandas en que ambos eran culpables y ambos acababan perjudicados de uno u otro modo.
Ahora no hay una decisión unilateral de un país por excluirse sino todo lo contrario: hay un movimiento ciudadano que exige que no se legitime a los estados que no respetan las reglas del juego de la política internacional.
Este movimiento surge por una razón clara. Del mismo modo que todo el mundo entendió que se vetara a Rusia de las competiciones, no se entiende el agravio comparativo de que no se haga otro tanto con Israel.
Porque si el delito es, al menos, igual de grave, la sanción habría de ser, al menos, igual de dura. Justicia pura.
No obstante, y como hay que mirar todas las caras de poliedro, veamos con qué obstáculos nos encontramos para que se tome una decisión de ese calibre.
El primero sería el meramente deportivo. O, mejor dicho, el relacionado con los deportistas. Podría afirmarse, no sin razón, que estos profesionales no tienen por qué pagar por las acciones del Estado del que son nacionales.
Pero dicho inconveniente cae por su propio peso, por cuanto que se trata de competiciones donde representan a ese estado, les guste o no, o, como en el caso de la Vuelta ciclista, están dentro de un equipo que se identifica con dicho estado.
De modo que el veto no es a deportistas individualmente considerados, que podrían competir sin bandera ni himno como en el caso de nacionales de Rusia, sino al estado que representan.
De otro lado, y aquí está la cuestión más peliaguda, se puede tachar el veto a Israel de antisemitismo, un chantaje emocional con el que juegan constantemente los dirigentes de dicho estado.
Pero hay que tener muy claro que el reproche no va dirigido al pueblo judío ni a quienes practican la religión judía sino a la acción política del actual gobierno de Israel, cuyos desmanes belicistas se comprueban cada día con solo ver los informativos.
Y, si alguien lo duda, volvamos a las comparaciones y pensemos que en ningún momento se tildó el veto a Rusia como anti ortodoxo ni discriminatorio con la religión mayoritaria en aquellas tierras.
Así que ahí lo dejo. No podemos dejar de reflexionar sobre algo que, en realidad, es un clamor. Ni podemos, desde luego, seguir mirando hacia otro lado.