En esta misma semana hemos tenido conocimiento de un hecho terrible. Una mujer que había denunciado un espantoso caso de violencia machista ponía fin a su propia vida unos días más tarde precipitándose por la ventana en un hecho que, con toda probabilidad, sea de etiología suicida.
No voy a entrar en las circunstancias concretas de este caso porque todavía la justicia tiene mucho que decir, y hay que darle su tiempo, pero sí que quiero utilizarlo para hacer una llamada de atención sobre un tipo de violencia de género que no forma parte de las estadísticas. La violencia de género invisible.
En el caso de esta mujer, y de confirmarse aquello a lo que apuntan todos los indicios, los hechos de que fue víctima tienen, previsiblemente, una relación directa con la decisión de acabar con su vida. Pero no siempre es así. O no siempre podemos saberlo. Por desgracia.
Según un estudio de 2024 del Área de la Mujer de Movimiento por la Paz, 4 de cada 10 mujeres que sufren violencia de género acaban suicidándose. Ahí es nada. Según otras fuentes, cerca de una cincuentena de mujeres se suicidan cada año por causa de la violencia de género. Unos datos nada despreciables que nos deberían invitar a la reflexión.
No obstante, es imposible o al menos muy difícil, relacionar al ciento por ciento la causa con el efecto, y afirmar con toda rotundidad cuál ha sido el motivo del suicidio y si existe una correspondencia entre la violencia padecida y el fatal resultado.
La mente humana es inescrutable y más aun en supuestos como el de la violencia machista en el que el silencio es un cómplice perfecto.
En no pocas ocasiones nos encontramos con casos de violencia de género padecida durante mucho tiempo en los que absolutamente nadie era consciente de lo que pasaba en el interior de esa casa.
No olvidemos que el maltratador es, frecuentemente, un actor consumado, que se presenta ante la sociedad como el marido perfecto, el hijo perfecto, el amigo perfecto y hasta el vecino perfecto.
Así las cosas, podríamos caer en el error de pensar que es inevitable que cosas como esta ocurran. Pero no lo es o, al menos, no podemos renunciar a tratar de evitarlo.
Y por eso es fundamental colocarnos en un plano anterior e ir a las causas y no solo a las consecuencias. O, lo que es lo mismo, centrarnos en buscar soluciones y no en buscar culpables.
Y, para evitar este tipo de consecuencias, es esencial cuidar de la salud mental de las víctimas y no solo de su integridad física, por más que sin la segunda la primera no sea posible. Y esto requiere una atención integral antes, durante, y después. No en vano algunos psiquiatras vienen advirtiendo desde hace tiempo que muchas depresiones enmascaran situaciones de violencia de género silenciadas.
Ojalá el caso de esta mujer sirva, al menos, para llamar la atención sobre este tema. Ojalá las mujeres que se suicidan por causa de la violencia de género empiecen a tener su sitio en las estadísticas que dé lugar a que se tomen medidas para evitar tan trágicos resultados. Ojalá, en definitiva, hayamos aprendido algo.
Porque visibilizar es el primer paso para empezar a acometer soluciones. Y, como dice el refrán, más vale tarde que nunca