Este verano hemos presenciado, en vivo y en directo, un nuevo capítulo de una historia que ya nos tuvo pendientes durante todo un verano.

Se trata del caso de Juana Rivas y sus hijos, un complejísimo conflicto jurídico sobre la custodia y las visitas de un menor, con un tema de malos tratos de por medio, y dos jurisdicciones, la española y la italiana, implicadas en el asunto. Un tema en cuya resolución de fondo no voy a entrar, porque no es el tema que pretendo abordar en estas líneas.

El tema en el que quería entrar es otro, y no solo afecta a este caso. Lo vivimos cada vez que un asunto despierta en interés mediático por otra razón. Y ese tema no es otro que la exposición pública.

¿Es positivo que todo un país presencie minuto resultado todos los avatares de un conflicto
que, en principio, afecta tanto la intimidad de las personas implicadas, máxime cuando entre ellas hay un menor? ¿Tiene esta exposición mediática capacidad para cambiar el eventual resultado de un problema de esta índole? Pues aquí está el quid de la cuestión.

Como decía, no es el único caso, ni tampoco es el primero ni será el último. Cada vez que alguna noticia despierta el interés, corren los periodistas a personarse en el ojo del huracán para no perderse nada.

Comienza entonces una carrera desenfrenada para ver quién es capaz de obtener las más jugosas declaraciones, la mejor imagen, la entrevista más buscada.

Da igual que se trate de la escena de un crimen, de un tanatorio, de la sala de vistas de un juzgado, de la puerta de un Parlamento, o del domicilio donde se vaya a efectuar una entrada y registro.

Y, aun entendiendo el interés informativo, no todo vale. Y no podemos negar que este ambiente no da, precisamente, el sosiego necesario a quien tenga que tomar una decisión de calado, para hacerlo en las mejores condiciones.

Por supuesto que ningún magistrado o fiscal va a cambiar el sentido de su decisión por esta turba mediática, porque su profesionalidad va mucho más allá de eso, pero, cuanto menos, se lo pone más difícil.

No obstante, y con toda la importancia que tiene la repercusión en los profesionales que tengan que intervenir en cada cuestión, no es esto lo más preocupante. Lo más preocupante es cómo afecta todo este circo -y, perdóneseme la expresión, pero a veces no hay otra mejor para describir algunas imágenes- a las personas afectadas, especialmente si se trata de menores o personas vulnerables.

Porque la vida sigue y, pasado el momento álgido, los protagonistas de la noticia deben continuar con su vida. Irán al colegio, a trabajar, a comprar el pan o a pasear por el parque, y se pueden encontrar con que todo el mundo conoce su historia, sabe quién es y hasta ha tomado partido en esa historia que debería haber quedado en la intimidad.

Cuando veo estas cosas, siempre me acuerdo del caso de una niña cuyo padre había asesinado a su madre. Es cierto que la prensa evitó sacar su foto, pixeló su imagen en las que aparecían y utilizó las iniciales para que el nombre del presunto -hoy ya condenado- culpable apareciera, cubriendo el expediente de respetar todas las normas relativas a la intimidad.

Pero también es verdad que a quien conocía a la niña le bastaba con el nombre de la víctima y las imágenes del escenario del crimen para identificarla. De modo que esa niña se vio señalada en el colegio y allá donde fuera, y se tenía que tragar las miradas de curiosidad cuando lo único que quería que se le tragara era la tierra.

Así que la próxima vez, pensemos bien en lo que hacemos público. Vivir permanentemente en un escaparate no creo que beneficie a nadie. Aunque a primera vista pudiera resultar atractivo.