Superar las sirenas siempre fue duro. Animales hipnóticos que llevan al marino débil por el camino de la amargura. En trance, daban con sus naves en el fondo tras hacerse añicos contra las rocas.
Poderoso ejercicio metafórico.
La escena es una de las más poderosas de la literatura universal. Odiseo (porque llamarlo Ulises es de flojos), advertido del peligro mortal del canto de las sirenas, hace uso de inmensa sagacidad y tiene una idea estupenda. A sus marineros, les ordena taparse los oídos con cera, dejándolos sordos a la tentación, pero también a la experiencia. Para sí mismo, elige un camino más arriesgado y enriquecedor: ordena que lo aten con fuerza al mástil del barco, permitiéndole ser el único mortal que escuche la belleza letal de aquel canto y viva para contarlo. ¡Menudo tiaco!
Avancemos tres milenios. Homero lo contó todo, permitiéndonos hoy la extrapolación. Las sirenas ya no son mitología, pero su canto se mantiene persistente y peligroso.
Las notificaciones incesantes, el scroll infinito, la sobrecarga de información fragmentada y el atractivo de las respuestas simples... Es un canto que nos atrae hacia las rocas de la distracción crónica, la polarización y el pensamiento superficial.
Ante este panorama, la población se divide, como la tripulación de Odiseo, en dos grandes grupos neurológicos: los que se tapan los oídos y los que se atan al mástil. La diferencia la marca, en gran medida, el hábito de la lectura.
El cerebro de una persona que no lee habitualmente y el de un lector frecuente no son solo diferentes en cuanto al conocimiento que albergan, sino en su propia estructura y funcionamiento.
El ‘cerebro marinero’, análogo al de la tripulación con los oídos tapados con cera, es un cerebro menos conectado. Estudios de neuroimagen, como la resonancia magnética funcional muestran que, en los no lectores, las redes neuronales dedicadas al lenguaje, la concentración y el pensamiento crítico están menos desarrolladas. En resumen: ante un problema que requiere análisis y reflexión sostenida, gasta más energía. Es como un motor poco eficiente. Navega, sí. Pero se pierde en la experiencia por preferir la facilidad. O la simpleza.
Por el contrario, el ‘cerebro de Odiseo’ es el del lector. Años de seguir narrativas, descifrar argumentos y sumergirse en mundos imaginarios han provocado cambios físicos y medibles. La evidencia científica es abrumadora: los lectores habituales presentan una mayor densidad de materia gris en áreas clave como el lóbulo temporal izquierdo, crucial para la comprensión del lenguaje. Además, la materia blanca; que son los haces de fibras nerviosas que actúan como autopistas de comunicación cerebral; está más mielinizada y es más robusta. En román paladino: comunicación más rápida y eficiente entre las diferentes regiones del cerebro. Es, literalmente, un cerebro mejor cableado.
Además, la lectura no solo activa el área del lenguaje, también lo hace con regiones motoras cuando leemos sobre una acción, sensoriales cuando leemos una descripción vívida y con la empatía cuando tratamos de comprender las motivaciones de un personaje. Esta activación simultánea fortalece la conectividad funcional, creando un cerebro más integrado y flexible.
Esas son las cuerdas que nos sujetan al mástil del pensamiento crítico. Leer es sobrevivir y disfrutar de la experiencia.
Así, la diferencia más significativa entre ambos cerebros es la capacidad de superar cosas. Odiseo, atado al mástil, no evita el canto, sino que lo enfrenta y lo supera. De manera similar, el cerebro lector desarrolla una reserva cognitiva. ¿Leer nos da superpoderes? No. Pero nos hace estar más abiertos a vivir experiencias alejadas de un dogmatismo propio del ser humano. Tener más perspectiva. Y eso sí es objetivamente mejor que no tenerla.
Para terminar, destacaré que la escena que Homero escribió en el siglo VIII A.C. nos ofrece una elección poderosa. Podemos optar por la cera en los oídos: evitar la complejidad, desconectar del pensamiento profundo y dejarnos llevar por la corriente de la distracción. Es un camino más fácil, pero que nos deja neurológicamente más vulnerables y nos priva de la riqueza del conocimiento, que es lo que nos permite, en última instancia, elegir.
O podemos hacer como Odiseo. Podemos elegir el libro como nuestro mástil. Podemos dedicar tiempo a la lectura, a ejercitar nuestra atención, nuestra empatía y nuestra capacidad de análisis.
Al hacerlo, no solo estamos adquiriendo información; estamos forjando activamente un cerebro más plástico, más conectado y resiliente. Nos estamos atando a un mástil de sabiduría y fortaleza neuronal, preparándonos no para ignorar los cantos de sirena de nuestro tiempo, sino para escucharlos, comprenderlos y seguir navegando, dueños de nuestro propio destino intelectual.