Hace tiempo que se ha puesto de moda lo vintage. O, por decirlo de otro modo, se ha puesto de moda lo que estaba pasado de moda, por paradójico que parezca.

De un tiempo a esta parte, las calles de algunos barrios se llenan de comercios que venden ropa de hace varias décadas.

Que sí, que tienen su encanto, y que hasta hay piezas francamente bonitas, pero mayoritariamente se trata de cosas que mi madre hubiera llamado “pingos” y que ninguno de los jóvenes que hacen cola para comprarlas hubiera aceptado gratis de manos de su abuela.

La verdad es que a mí no me importaría demasiado esa vuelta a la moda antigua si la cosa se quedara en la ropa. Por unos pantalones acampanados, unas plataformas y unas cuantas flores en el pelo no pasa nada.

Pero lo que asusta es que esa moda trascienda de las prendas de vestir e impregne toda nuestra vida, algo que no parece tan lejano si escuchamos a algún que otro líder político o a algún que otro influencer cuyos mensajes nos transportan a los tiempos de aquel manual de la sección femenina que todo el mundo ve hoy en día como si se tratara poco menos que de ciencia ficción.

Pero no nos engañemos. En estos días celebramos que hace cincuenta años que se suprimió la licencia marital, que era una ley que daba carta de naturaleza a la desigualdad de derechos entre hombres y mujeres, otorgando a las féminas el estatus de seres de segunda -o tercera, o cuarta-
división a la hora de reclamar derechos, pero a la que se podía exigir responsabilidades como al más bragado de los varones. O incluso más, porque ser la guardiana de la honestidad tenía lo suyo.

La ley prohibía a las mujeres casadas cosas tan elementales como firmar un contrato, alquilar un piso, abrir una cuenta corriente o salir al extranjero sin permiso de su maridito.

Incluso, en el extraño caso de que la mujer trabajara fuera del hogar -donde estaba, como no, su santuario y su cárcel a la vez-, era el esposo quien administraba el sueldo. Hasta donde íbamos a llegar si una mujer podía gastarse el dinero que ganara, vamos.

Era el año 75 y Franco estaba a punto de morir, pero no estaba todo hecho. Todavía hubo que esperar hasta 1981 para que la reforma en materia de patria potestad y filiación y la llegada del divorcio hicieran que las mujeres pudieran empezar a sacar cabeza en materia de derechos y
libertades. Y seguimos sin poder descuidarnos, que la igualdad es una tarea por la que se ha de luchar cada día.

Quizás por eso, cuando veo esa tendencia de regreso a lo vintage, me asaltan las dudas y los miedos. El miedo a que esa regresión no se refiera solo al mundo de la moda y vaya más allá.

Un miedo que podría tildarse de descabellado si no fuera por las cosas que vemos en algunas cuentas de redes sociales de hombres, y también de algunas mujeres, mayoritariamente jóvenes.

Personajes que exaltan al dictador Franco y al régimen que impuso durante cuarenta años, afirmando con total frivolidad que con Franco se vivía mejor, dicho, eso sí, con la voz de quien nació muchos años más tarde de que el dictador muriera y de quien ignora que, si Franco viviera, en
modo alguno podría decir lo que le viniera en gana.

Esperemos que la sangre no llegue al río y podamos seguir celebrando cincuenta, sesenta, setenta y los años que sean desde que estas leyes machistas se derogaron, y que a nadie se le ocurra por el camino reponerlas. O, mejor dicho, que nadie apoye a quien lo pretenda.

Porque, visto lo visto, seguro que hay alguien que ya está tomando nota para incluirlo en su programa electoral. Y con esas cosas no se juega. Porque nos jugamos demasiado.