No hace mucho tiempo veía la luz una campaña en redes sociales que tenía por nombre, precisamente, la frase que da título a este artículo. Una frase que podría leerse como una perogrullada si no fuera porque entraña algo mucho más profundo: la lucha contra el machismo y contra los estereotipos, vengan de donde vengan. Nada más y nada menos.
La cuestión no era cualquier cosa. La campaña se puso en marcha a raíz de conocerse varios pronunciamientos judiciales en que aplicaban la llamada "cláusula Romeo y Julieta" para exonerar de toda responsabilidad penal a hombres maduros que tenían relaciones sexuales con niñas menores de dieciséis años.
Alegaba que por el hecho de pertenecer al pueblo gitano se les presuponía una particular "cultura" -en entrecomillado es mío- según la cual esa relación desigual no era, como sería en otro caso, constitutiva de agresión sexual.
¿Y qué es esa cláusula y por qué aplicarla en estos casos concretos? Pues ahí está el quid de la cuestión y eso es lo que voy a intentar explicar. La denominada "cláusula Romeo y Julieta" supone una excepción a la regla general según la cual se entiende que el consentimiento prestado para tener relaciones sexuales con una menor de dieciséis años se tendrá por no puesto, y se entenderá que todo atentado sexual contra estas menores es delictivo.
La excepción se da para no penalizar relaciones voluntarias y consentidas entre jóvenes de edad y madurez parecida, simplemente por el hecho de que una y otro frisen la barrera que establece nuestro texto penal.
Expresamente, dice el Código Penal que el consentimiento de la persona menor de dieciséis años excluye la responsabilidad penal por delitos sexuales -salvo casos en que concurra violencia o intimidación, abuso de superioridad o se realice sobre persona privada de sentido o con la voluntad anulada- "cuando el autor sea una persona próxima al menor por edad y grado de desarrollo o madurez física o psicológica".
Es decir, que el espíritu del legislador es evitar la punición de noviazgos o relaciones de pareja en que la diferencia de edad y madurez no sea relevante, aunque formalmente entren en el tipo penal, como ocurriría en una relación sexual en una pareja formada por una joven de quince años y un varón de dieciocho.
Hasta ahí todo parece comprensible y sensato. Lo que no parece tan comprensible ni sensato es el uso de ese precepto para considerar que no existe delito en la relación sexual de un varón adulto -de muchos más años que dieciocho- con una niña de dieciséis, porque el hecho de tratarse de personas gitanas hace presuponer al juzgador que existe un "cultura" que admite que estos hechos sucedan.
Y que, por tanto, la menor es suficientemente madura o la desigualdad de edades no es tal simplemente por ese motivo. De este modo, entiende que no hay delito y absuelve a ese acusado que se sentaba en el banquillo por agredir sexualmente a una menor.
Lo primero que llama la atención de estas resoluciones -hay más de una- es que alguien llamado a juzgar un hecho tan grave apele a la aplicación de usos y costumbres de un pueblo que desconoce. Porque nada se explica en las sentencias sobre esos usos y costumbres, más allá de la suposición de que son así simplemente por lo que Su Señoría sabe o, más bien, cree saber.
Frente a tales sentencias, no tardaron en alzarse voces dentro del pueblo gitano y también fuera de él. Voces, sobre todo, de mujeres indignadas -y con razón- con lo que consideran una clara discriminación con las niñas gitanas, y que dieron lugar a la campaña a la que me refería al principio de este texto.
Pues bien, esta campaña ha culminado con una recomendación del Defensor del Pueblo, nada más y nada menos. Una recomendación al legislador para que reconsidere el texto del precepto de marras de modo que no sirva para dar amparo a estas situaciones.
Es una lástima que se haya tenido que llegar tan lejos y recorrer tanto camino cuando la solución podría haber surgido si se hubiera hecho uso de algo que demasiadas veces se olvida, la perspectiva de género.
Y es que, como dice una buena amiga, la verdad solo tiene un camino, aunque a veces cueste encontrarlo. Y la verdad, en este caso, es clara y rotunda. Las niñas gitanas, niñas son. Ahora solo falta que todo el mundo lo sepa.