A veces a una le toca escribir sobre cosas de las que nunca hubiera querido escribir, o hablar de cosas de las que nunca hubiera querido hablar. Pero tiene que hacerlo. Y hoy es una de esas veces.

El otro día recibía con infinita tristeza la noticia de que se suprimía el premio Guillem Agulló, un galardón con el que las Cortes Valencianas reconocía personas y entidades destacadas en la lucha contra los delitos de odio. Es un premio que conozco bien, y que me trae los mejores recuerdos, porque la sección de Fiscalía que dirijo tuvo el honor de recibir tal galardón en el año 2021.

Todavía me emociono al revivir el momento en que nos entregaban el premio, y aún siento como si fuera ahora el nudo que notaba en la garganta y en el alma a la hora de pronunciar unas palabras de agradecimiento.

El nombre de Guillem Agulló me ha acompañado desde los primeros momentos de mi vida profesional. El joven fue asesinado en Montanejos apenas un par de días después de que yo tomara posesión en Castellón, la fiscalía que debía hacerse cargo del asunto.

Aunque no fui yo quien se encargó del tema, para mí supuso una bofetada de realidad en plena cara. Después de tanto tiempo encerrada en casa estudiando, descubría que aquellas cosas que estudiábamos pasaban de verdad, y que las víctimas tenían nombres y apellidos. Y también seres queridos que nunca dejarán de llorarles.

Hoy sabemos que el asesinato de Guillem Agulló marcó un hito en la persecución de los delitos de odio, especialmente en la Comunidad Valenciana. Con su muerte comprobamos que el odio puede matar, y que la ideología es una de esas causas que mueven el odio asesino, aunque en su día los tribunales no supieran verlo así.

Lo ocurrido con Guillem fue una palanca poderosa para mover al legislador a regular los delitos de odio de modo que hechos como el sucedido con él no pasaran desapercibidos.

Y así fue. Hoy los delitos de odio se castigan en el Código Penal, y hay, además, una fiscalía encargada de ello, una fiscalía que, en la Comunidad Valenciana, recibió el premio que adoptó el nombre del joven asesinado en Montanejos, todo un símbolo. Un círculo que se cerraba para defender la igualdad y perseguir los delitos que la impiden.

Pero, de pronto, llega la noticia. Hoy, en pleno 2024, el gobierno valenciano ha decidido suprimir el premio Guillem Agulló. De un plumazo, se lleva por delante todo lo que ese reconocimiento suponía, incluido su nombre, el de un símbolo de la lucha contra los delitos de odio, la de un símbolo de la lucha por los derechos humanos. Nada más y nada menos.

Entre los motivos para la desaparición del galardón se ha esgrimido, sobre todo, el nombre que se le dio, el del joven antifascista asesinado por un neonazi. Se ha llegado a aducir que su ideología era minoritaria y que, precisamente por eso, no es representativa.

Craso error. Tenga el seguimiento que tenga la ideología de Guillem Agulló, lo realmente importante es que fue asesinado a causa de ella. Y eso no podemos consentir que se repita. Nunca.

Borrar la memoria de Guillem Agulló es matarlo de nuevo. Es retroceder en la lucha por la igualdad y contra la discriminación. Y eso es precisamente lo que implica quitar su nombre de donde está, sea de un prestigioso galardón o de un paseo en los Jardines de Viveros.

Ojalá aflorara la cordura y se diera marcha atrás en esta decisión que me causa tristeza y alarma a partes iguales. En cualquier caso, siempre estaré orgullosa de haber recibido el premio Guillem Agulló en nombre de la fiscalía contra el odio y la discriminación. Y hoy, lo estoy más que nunca. Por Guillem, y por lo que representa.