Tal vez el título que he escogido para este artículo no sea del todo correcto, pero no he podido evitar la tentación de jugar con el título de una película para hablar de lo que quería hablar. Que, aunque pueda ser cinematográfico, no es ficción. Por desgracia.

Hace ya algunos años surgió el movimiento #MeToo, que destapaba algo que era casi un secreto a gritos: los abusos sexuales y el acoso que sufrían muchas mujeres que pretendían un futuro en el cine por parte de quienes podían proporcionárselo o impedírselo. Y, aunque destapó muchas de estas conductas, todavía queda mucho por hacer, como hemos comprobado en los últimos tiempos. No es necesario que diga nombres, porque son de sobra conocidos.

No obstante, hemos avanzado. Si hace años nos hubieran dicho que, en una importante ceremonia de entrega de premios como son los Goya, la presentadora, el presidente de la Academia y varias de las invitadas e invitados iban a reivindicar el derecho de las mujeres a su libertad e indemnidad sexual, hubiéramos alucinado. Si, además, hubiéramos sabido que el “Se acabó” de María Jiménez se utilizaría en esa misma gala como un himno, nos hubiera girado la cabeza como a la niña del exorcista.

Y si hubiéramos conocido que, como guinda del pastel, la condena a los abusadores sería unánime, quizás hubiéramos pensado que estábamos en el manicomio de “Alguien voló sobre el nido del cuco” escuchando cosas imposibles. Pero ahí estamos y hasta aquí hemos llegado, aunque haya sido largo el camino y todavía queden tramos por recorrer.

Todavía recuerdo la normalidad con la que veíamos esas películas donde la aspirante a actriz se veía obligada, en el mejor de los casos, a levantarse la falda para enseñar las piernas si aspiraba a lograr un papel. Y compruebo, con satisfacción, que lo que se veía como normal ha dejado de serlo, y que lo que se murmuraba en voz baja ahora se grita delante de los micrófonos.

Pero los micrófonos tienen su riesgo y hay que pensar muy bien lo que se dice para no provocar el efecto contrario al pretendido. Y algo de eso pasó también en las declaraciones que se hicieron en la gala en cuestión.

Fenómeno inverso

Decía una conocida actriz, a la que siempre he admirado y sigo admirando, que a las mujeres se les insiste para que denuncien cuando en realidad lo que está fallando es la base del sistema judicial, así como que cuando adquieren la fuerza para hacerlo no se sienten apoyadas.

Y, aun cuando reconozco lo bienintencionado de sus declaraciones, puesto que pretendía apoyar a las víctimas, pueden producir exactamente el fenómeno inverso, es decir, que estas víctimas no se decidan a denunciar.

Me explico. En primer lugar, hay que aclarar que, en nuestro Derecho, y mientras la ley no cambie, los delitos sexuales necesitan de denuncia como requisito de procedibilidad. Quiere esto decir que sin denuncia hay impunidad, y esa denuncia ha de ser de la víctima, salvo situaciones de especial vulnerabilidad, como menores o discapaces, en que puede denunciar el Ministerio Fiscal.

Por tanto, no se insiste a las mujeres para que denuncien por capricho o por ganas de echar balones fuera, sino porque es absolutamente imprescindible. Y si esto quisiera cambiarse, sería cuestión del legislador y nunca del sistema judicial. Que no estaría mal plantearnos por qué un bien jurídico como la propiedad goza de la máxima protección penal -los robos se persiguen de oficio- y no ocurre lo mismo con un bien de mucha más importancia como es la libertad sexual. Ahí lo dejo.

Pero hay más, y probablemente sea lo más peligroso. Si la actriz en cuestión afirma que desde los juzgados no apoyamos lo suficiente a las víctimas, corremos el riesgo de que esas víctimas se echen atrás en su intención de denunciar, y el abusón se salga de rositas.

Además, me gustaría saber qué datos maneja, y qué conocimiento tiene de nuestro trabajo para hacer tales afirmaciones. Porque, sin intención ninguna de hacer corporativismo, puedo asegurar que la inmensa mayoría de quienes trabajamos en esto, tratamos a las víctimas con la mayor delicadeza y exquisitez y tratando de que el trago sea lo menos amargo posible.

Y si se ven obligadas a declarar varias veces, con toda la angustia que supone revivir los hechos una y otra vez, es de nuevo porque la ley no nos deja otra opción. Es lo que hay.

Así que cuidado con lo que se dice, que puede dar lugar a consecuencias indeseadas. Y, en una materia tan importante, no nos lo podemos permitir