Logroño

Es muy difícil ver toros en un pabellón. La nave espacial de Logroño tiene dentro un ruedo, quién lo diría. Al asomarme a los balcones de metal había arena, no una pista de parqué, ya imaginaba a los toros haciendo ruido con las zapatillas al perseguir los capotes, que es lo que le pegaba cuando vi de lejos, desde la ribera del Ebro, al ovni posado en las afueras de Logroño. Una plaza con el carácter de los Chopera que nos han tocado: presencia sin identidad. Algunos se gastan la herencia en un Cayenne. Ellos no han tenido ni si quiera ese arrebato hedonista. ¿Habrá empresarios que den más pereza?

Contaba Zabala en el aperitivo que se habían visto hasta diez toros por la mañana. De los toriles salió el muestrario de la ganadería, desde el tercero, uno de los toros más feos del año, hasta el cuarto bodoque bonito de cara. A Urdiales le regalaron la segunda oreja. El presidente se entusiasmó. Muy cariñosos con su torero, derretida hasta la autoridad. La faena nunca tomó el vuelo del triunfo y entre el jaleo de las peñas, la petición exagerada y una muerte lenta del toro se creó una atmósfera inesperada, total, desorejó al segundo de la tarde.

La faena fue mejor al natural. Extraordinario el trazo de algunos muletazos sueltos, echándole los vuelos a Espiquito. No humillaba demasiado, pero sí tenía cierta profundidad que le faltó por la derecha. Se le vieron las matemáticas al matador. El inicio por ayudados llevó la velocidad del toro. La trincherilla más bien lo despedía. Un kikirikí abrió una tanda, un molinete otra, los pases de pecho fueron buenos. Antes, a la verónica, la gente se quedó sin la munición del ole cuando llegaron a los medios. La faena prendió al enfadarse el matador, y fue más eficaz que bueno el final, como todo lo que hizo, más práctico que delicado. La buena estocada confirmaría a los cabales una oreja trabajada pero el torero dio la vuelta con las dos. Ea.

Luego, no pudo hacer nada con el quinto.

El extraterrestre cornipaso con el que debutó Aguado parecía diseñado por el arquitecto de la plaza. No había por dónde cogerlo. Gorrión, un toro de polideportivo. Lo protestaron levemente, lo perseguía el zumbido de un cuchicheo crítico durante la lidia, sin fuerza de todas formas para devolverlo. Aguado lo brindó al público. Le habría visto lo que fue: tan feo como cargado de virtudes. Prontitud, fijeza, cierto temple y humillación, volcó la cara a veces. Lo tanteó al principio, examinándolo por la derecha. Había que llegarle al toro, tener paciencia, la muleta más adelantada que la primera propuesta de Aguado. Pedía suavidad para ese fondo de calidad. El toro se afianzó y también el torero, a más los dos. La faena fue corta. La mejor tanda, la penúltima, antes del final a pies juntos por el que chispearon naturales extraordinarios. Alguien contó veintidós muletazos. Para mí que fueron menos. Se fue detrás de la espada y cuando arrastraban al toro le faltaban las dos orejas. Un poco exagerado.

Sangró muchísimo el sexto. Me gustaba el nombre: Envoltorio. La mona del picador goteaba sangre. Por el ruedo se podía seguir los caminos del toro viendo las salpicaduras. Era colorao Envoltorio, fuerte, quizá pasado de trapío para esta plaza. Brindó Aguado a Juli. El toro se derrumbó en un derechazo del inicio, cayendo como si hubiera tropezado con un bolardo invisible. Trató de sostenerlo Aguado en las alturas que domina. El toro mantenía ciertas sospechas. Y se fue hundiendo al ver que no alcanzaba al matador. Hizo bien Aguado en matarlo. Debería haberlo hecho antes: al natural fue como pegarle pases a un espantapájaros.

Supongo que Juli no habría consentido nunca un toro como Jungla en Logroño. Y ahí estaba, con sus cinco años y los casi seiscientos kilos, cargado en el camión de repuesto, apuntado en su bolita. Álvaro Montes lo descubrió con el capote. El Juli estaba ansioso: cortó el tercio de banderillas y brindó al público. Salió a empatar la tarde con Urdiales y Aguado. Dos estilistas con la mochila llena de orejas es una afrenta para los mandones. El toro se venía de largo. Lanzado el volumen, ni siquiera la inercia le hacía romper en el muletazo. Le dio distancias Juli, de punta a punta de la plaza, alternando los terrenos. Muy listo. Le permitió torear sin retorcerse, erguido, gustándose, sobre todo al natural. Poniéndole, que dicen los enamorados de los tópicos. De un lado a otro del ruedo, El Juli hizo lo que quiso al toro vaciado de entrega. Cuando se paró, subió las revoluciones acercando la diana a la bala. Y pinchó dos veces, empeñado en hacer la suerte de Isinbáyeva. Por la pértiga se fueron las dos orejas. Saludó una gran ovación.

Con el mismo mal estilo también pinchó al primero, un toro parado al que trató de consolidar quitándole la muleta al final del muletazo. Se consumió como un pitillo olvidado. La larga cordobesa de Urdiales fue una calada perfecta.

FICHA DEL FESTEJO

Plaza de toros de Logroño. Martes, 24 de septiembre de 2019. Tres cuartos de entrada. Toros de Victoriano del Río, sin fondo el 1º, no humilló el 2º, tuvo calidad el 3, se movió sin entrega el 4º, parado el 5º como el sangrado 6º.

El Juli, de obispo y oro. Medio espadazo (silencio). En el cuarto, dos pinchazos y estocada casi entera (gran ovación).

Diego Urdiales, de azul marino y oro. Buena estocada (dos orejas). En el quinto, espadazo arriba (silencio).

Pablo Aguado, de verde botella y oro. Buena estocada (dos orejas). En el sexto, dos pinchazos y espadazo (ovación de despedida).

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