Una camiseta manchada de tomate.

Una camiseta manchada de tomate.

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El secreto de mi abuela andaluza para quitar las manchas de tomate de la ropa y que quede como recién comprada

En Andalucía, donde la cocina con tomate es casi religión, también hay sabiduría popular a raudales para lidiar con este tipo de tragedias domésticas.

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N. N.
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Hay manchas que tienen vocación de eternidad, y entre ellas, las de tomate ocupan un lugar privilegiado. Da igual si se trata de una salsa casera o un buen plato de espaguetis con tomate frito: basta un segundo de descuido para que una camisa blanca o el mantel recién lavado acaben arruinados. Pero existe una solución que pasa por tres sencillos ingredientes: agua, sal y limón.

En Andalucía, donde la cocina con tomate es casi religión, también hay sabiduría popular a raudales para lidiar con este tipo de tragedias domésticas. Las abuelas, que siempre tienen una solución para todo, aseguran que existe un truco infalible.

No hay detergente de última generación ni quitamanchas con nombre inglés que le haga sombra. Lo curioso es que este truco no necesita productos sofisticados. Solo hace falta actuar rápido y tener a mano tres cosas que nunca faltaban en la cocina: agua, sal y limón.

Las manchas de tomate no se frotan con fuerza, sino con paciencia. La clave está en no dejar que se sequen. Porque si algo tienen claro las abuelas es que, una vez seca, la mancha se convierte en enemiga casi invencible.

El procedimiento empieza en cuanto cae la gota. Primero, se retira el exceso de salsa con una cuchara —nada de servilletas, que solo empeoran el desastre—. Luego, con un buen chorro de agua fría, se aclara la mancha desde el reverso del tejido para que no se extienda.

Después viene lo más característico del ritual: el zumo de un limón recién exprimido directo sobre la mancha seguido de un puñado de sal fina. Se deja actuar al sol durante una hora, pasada la cual, la tela parece otra. Basta un aclarado más con agua fría y, si queda algún resto, una leve fricción con jabón casero.

No es magia

Podrá parecer magia, pero tiene su explicación. El ácido del limón rompe las moléculas del tomate, mientras que la sal actúa como un abrasivo suave que ayuda a levantar los restos de pigmento. El sol, por su parte, hace el trabajo final: blanquea la prenda de forma natural.

En tiempos en los que no había lavadoras con programas especiales ni aditivos blanqueadores, estos elementos cotidianos eran los únicos aliados. Y lo siguen siendo, porque lo mejor de todo es que este truco sigue funcionando incluso en tejidos modernos.

Las abuelas aplicaban esta fórmula en todo tipo de prendas: babis escolares, delantales, camisas de domingo e incluso las fundas de los cojines del sofá. Y cuando una mancha es especialmente terca, repiten el proceso sin perder la calma, como quien cuece un puchero a fuego lento.

En estos tiempos donde lo inmediato se impone, puede parecer una tontería dedicarle tanto esmero a una mancha. Pero hay algo terapéutico en seguir los mismos pasos que generaciones anteriores.

La próxima vez que el tomate decida saltar del plato a tu camisa favorita, no corras a por el quitamanchas más caro del supermercado. Haz como hacen las abuelas: limón, sal, sol y tiempo. Porque a veces, lo más sencillo sigue siendo lo más eficaz. Y porque, con los trucos de las abuelas, la ropa no solo queda limpia. Queda como nueva.