Cuando estaba impartiendo en esta semana mi clase sobre habilidades de la abogacía y las opciones que tiene un graduado en derecho cuando decide cursar el master en abogacía y posteriormente realizar el examen de acceso a la profesión, pensé en que podría escribir mi artículo sobre el ejemplo que expuse en clase.

Comentaba a los alumnos que un joven abogado con el examen de acceso recién aprobado había decidido tomarse un año sabático en Londres mejorando su inglés y, además, siguiendo un curso de oratoria.

Pero al poco tiempo de marcharse a la capital inglesa le habían llamado de una importante firma de abogados con sede en Madrid para proponerle un contrato. Y se encontraba en la tesitura de aceptar esa oferta interrumpiendo su estancia en Londres o terminar su estancia sabática en Reino Unido y al volver constituir una sociedad junto a dos amigos abogados que le estarían esperando para abrir un despacho en una oficina con muy buenas condiciones económicas.

Incluso un tío suyo, socio de una empresa cotizada, le había prometido pasarle buenos asuntos para su nuevo bufete.

Yo me encontré a este joven, Gonzalo Birrete, en el barrio de Salamanca y lo conocía por haberle dado clases en el máster en abogacía. Le dije que mi consejo era que finalizase su estancia en Londres tal como tenía previsto, pues yo hice lo mismo al terminar la carrera y me fue muy bien ese año entre los estudios y el comienzo de mi vida laboral.

Y a la vuelta, tenía la opción de trabajar por cuenta propia en sociedad con sus amigos o la decisión de trabajar por cuenta ajena en esa firma de abogados si le guardaban el puesto, o en otro despacho.

Además, ante sus preguntas y dudas, le respondí que la ventaja que tenía trabajar en una gran firma era la seguridad de sus ingresos y la oportunidad de hacer carrera, frente al mayor riesgo que asumiría al abrir un despacho junto a dos amigos abogados para lo cual tendrían que contar con un capital inicial e ir formando poco a poco una clientela.

Trabajando independientemente tendría más libertad pero asumiría mayor incertidumbre y ejerciendo por cuenta ajena tendría menor independencia aunque más tranquilidad.

También observo en muchos de mis alumnos en la universidad cuando están finalizando la carrera que deciden preparar oposiciones por la seguridad que conlleva tener una plaza de funcionario y unos ingresos fijos anuales frente a un contrato de trabajo en el que a uno pueden despedirlo en cualquier momento y más aún frente a un trabajo como autónomo en el que debes ganarte día a día tu clientela y los honorarios que ha de abonarte para mantener el despacho abierto y sufragar todos los gastos.

Entonces, pensé en que llevo treinta y cinco años siendo abogado independiente y asumiendo día a día, año a año, un riesgo que es el pago a mi libertad e independencia. Pero aunque nunca tuve duda en que habría de dedicarme a la abogacía de forma autónoma, da un poco de vértigo mirar en perspectiva todos estos años con muy buenos momentos y muchos éxitos pero también con vivencias menos cómodas.

Y como le he dicho a mis alumnos, para persistir tantos años en la abogacía de modo independiente hay que tener mucha vocación y pasión por la profesión e innovar y tratar de distinguirse de la competencia, porque todos los abogados quieren ser buenos y conseguir los mejores casos y los mejores clientes.

No obstante, no cambiaría la decisión que tomé en su día por haber vivido todos estos años momentos apasionantes en los que uno mismo se realiza ejerciendo la profesión con la que soñó y del modo en que imaginó. Se viven momentos duros, pero merece la pena ser abogado.