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Opinión

Los árboles de la Avenida

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El pasado sábado las luces de Navidad se encendieron en Sevilla. Un nutrido palmeral (enhorabuena a los amigos béticos) en la avenida de la Constitución alumbra desde entonces la aorta del centro. La decisión de “plantar” árboles en un paseo enlosetado parecería una broma aislada si no fuese porque en la misma semana el Ayuntamiento ha decidido borrar las líneas del carril bici de Asunción. Lejos de ser meras anécdotas, ambas noticias dibujan un modelo determinado de ciudad marcado por el consumo —¿algún municipio se atreverá alguna vez a invertir el presupuesto de luces en cosas más útiles y justas?— y por el ánimo de enmendarle la plana a los gobiernos anteriores.

Aunque se multipliquen los esfuerzos por explicar que hay alternativas de circulación en calles aledañas y que se invierte en la conservación de otros tramos, lo cierto es que se trata de una pésima decisión que nos aleja de la vanguardia que supuso la construcción de un sistema de movilidad capaz de transformar nuestros hábitos. Si se tratase de enmendarle la plana al PSOE, hubiera bastado con plantar una arboleda (de las de verdad, con raíces) en la avenida, como la que había antes de la peatonalización; o haberse negado a ejecutar la discutida y discutible ampliación del tranvía; o incluso haber buscado alternativas al inexplicable tranvibús. El ideal de ciudad que se busca, sin embargo, parece enfocado en continuar una política muy poco preocupada por la emergencia climática. Todo lo contrario: distintos gobiernos populares, desde Valencia a Madrid, están demostrando una coherencia total con un discurso centrado en el negacionismo climático. Esta misma semana el recién estrenado presidente de la Generalitat calificaba el “pacto verde” como “la principal amenaza” para el campo valenciano.

Mientras París —con una movilidad mucho más compleja que la nuestra— revoluciona su espacio público convirtiendo plazas duras en pequeños bosques, donde las autopistas adelgazan para darle espacio a la bici, Sevilla navega contracorriente. La pesada losa de la historia parece ralentizar su avance como si tuviera dos grilletes en los tobillos, una maldición bíblica que nos arrastra a un retroceso mayúsculo por cada paso minúsculo.

Al negacionismo climático se le suma el de la violencia de género, con la presentación de un libro defensor de esa tesis en la biblioteca Infanta Elena. La verdad sigue siendo un arma muy poderosa, y la realidad una tozuda compañera de viaje. Mientras las radios se hacían eco ayer de la polémica, una mujer moría asesinada por su marido en Torrijos (Toledo). Tres en lo que va de semana. Un dolor insoportable y una vergüenza innegable.

En 2025, con un planeta que parece desintegrarse, sigue siendo importante que las palabras y los hechos estén sincronizados. Si el Ayuntamiento dice que borrar un carril bici es irrelevante porque “hay alternativas”, está diciendo en realidad que la bicicleta no es prioritaria; si se elige un palmeral navideño para entretener las miradas, se transmite que la escenografía pesa más que el clima, más que la sombra real que anhelamos en julio; y si se abre la puerta pública a discursos negacionistas, se erosiona la tierra sobre la que construimos nuestra sociedad, desgastándose la verdad, el consenso y la empatía con quienes sufren.

Lo paradójico es que existen oportunidades enormes al alcance de la mano. Golpeadas por el calor extremo, las calles de Sevilla tienen un enorme potencial para convertirse en laboratorio de estrategias de adaptación climática; por su tamaño medio y su tejido urbano, podría liderar estrategias de movilidad sostenible y renaturalización urbana. Pero nada de eso fructificará si seguimos confundiendo la ciudad con un escenario para el consumo estacional, viéndonos como los guardianes de una pureza maniquea. Las luces, los palmerales prefabricados o la nostalgia de un pasado superado pueden entretenernos unos días, pero no nos prepararán para el futuro. Mientras el negacionismo de la verdad triunfe, estaremos abocados al fracaso.