Los juzgados de la jurisdicción penal no cierran en agosto. Este mes es hábil en la jurisdicción penal, sin embargo mi experiencia de ayer deambulando por los edificios que albergan dichos tribunales y sus oficinas es digna de contar.
Aunque mi plan para el 1 de agosto era partir hacia la costa a primera hora de la mañana, un penalista nunca descansa y esta realidad quedó constatada horas antes por el encargo de un caso urgente en el que un ciudadano está privado de libertad.
Cuando todavía no era la una de la tarde, accedí junto a una abogada de mi despacho al edificio de los juzgados saludando al guardia de la puerta sin mayores comprobaciones pues éramos los únicos en ese momento y en ese lugar.
Giramos hacia la izquierda del hall de entrada y solo vimos a dos guardias civiles junto a la puerta de salida. Al fondo, el ascensor estaba libre para nosotros pero no hizo falta usarlo pues el juzgado estaba en la primera planta. Tampoco nos encontramos a nadie en la escalera ni después en la antesala de esa zona del edificio. Comprobé el cartel que indicaba el número del juzgado de instrucción que buscaba y accedí por un pasillo más pequeño que me aproximaba a la puerta de la oficina judicial.
Accioné la manilla de la puerta para entrar en una de las oficinas y estaba cerrada como si estuviesen de guardia. Después, intenté abrir la otra puerta de otra sección de ese tribunal e igualmente mi intento fue en vano. Como deseaba entrevistarme con el juez de instrucción, mi compañera me sugirió llamar directamente a la puerta del despacho del magistrado, pues nos habían asegurado por teléfono que Su Señoría se encontraba en dependencias judiciales minutos antes, eso sí, sin demorarnos mucho en llegar.
Pero no quisimos atrevernos a molestar a la autoridad e intentamos hablar antes con otro funcionario como es costumbre trasladándole nuestra petición adelantada antes en la llamada aludida. Tuvimos suerte y la puerta de la agente judicial sí pudimos franquearla y allí estaba una señora muy amable que nos atendió solícitamente.
Nos preguntó por el expediente y le facilitamos el número de diligencias. E igualmente nos interrogó sobre el motivo para pretender que Su Señoría nos recibiese, informándoles que nuestro nuevo cliente se encontraba en prisión provisional y era nuestra intención requerirle su libertad.
Salió la funcionaria de su despacho mientras nosotros esperábamos pacientemente siendo ya la una de la tarde de un viernes uno de agosto. Y yo pensaba en mis argumentos para trasladarle al magistrado los motivos por los que debería poner en libertad a mi defendido tras varios meses en prisión preventiva.
Conocía a ese juez desde hacía muchos años y valoraba el que aún permaneciese en su despacho a esas horas y en ese día del año. Pero es que la jurisdicción penal no descansa en agosto y menos para las personas que cumplen una pena anticipada y con su presunción de inocencia incólume.
Tras no más de dos minutos, nos reveló la agente judicial que el juez nos podría recibir pero no en ese instante sino el lunes a primera hora. No me sorprendió porque ya era bastante que hubiésemos podido acceder el primer día de agosto a un edificio casi fantasmal, abandonado a su suerte mientras la canícula caía con toda su fuerza sobre una ciudad en las que ya pocos quedaban.
Nuestro periplo posterior por otro edificio que alberga a la Fiscalía no fue muy distinto y sus resultados parecidos, pues de la misma forma nos movíamos como pez en el agua sin ningún tipo de cortapisas y un funcionario que nos atendió muy amable nos comunicó que las dos fiscales adscritas al juzgado disfrutaban ya de sus vacaciones, por lo que tendríamos que volver al Prado de San Sebastián para hablar con los fiscales de guardia.
Así lo hicimos pero no caminando pues a cuarenta y tantos grados podríamos haber llegado a nuestro destino en unas condiciones deplorables derrotados por la temperatura imperante.
Tras subir a la primera planta de la Audiencia Provincial, el escenario era el mismo que en los días de la pandemia y no había un alma en los anchos pasillos del inmenso edificio. Las puertas estaban cerradas pero había una al fondo con un rótulo que indicaba “Fiscalía”. Llamamos varias veces sin respuesta desde el interior hasta que mi compañera se atrevió a abrir sigilosamente y asomar la cabeza.
Un fiscal de pie que leía atentamente un expediente nos saludó con un gesto y señaló a su compañera fiscal que muy sonriente nos saludó sentada en su mesa. Nuestros augurios no se cumplieron y en pocos segundos estábamos de vuelta pues los representantes del ministerio público estaban ocupados en otros asuntos más urgentes demorando su atención a nuestro caso para unos días después.
Conversando con un ice tea helado en nuestras manos en la cafetería de la calle San Fernando junto a los jardines del Alcázar sobre nuestra entrevista del próximo lunes en el despacho de Su Señoría, recordaba yo aquellos primeros años de ejercicio y lo poco que han cambiado las cosas. No solamente un viernes de primeros de agosto sino muchos días del año en los que la justicia es una mera entelequia.