Esa tarde decidí no asistir al cóctel que una entidad benéfica había preparado para celebrar su vigésimo aniversario. Pensé que esa tarde del jueves que me había tomado libre debería dedicarla a leer tranquilamente en casa y más tarde ver youtube en la pantalla. Cenaría muy temprano, además.
Cuando leía la biografía de Azorín en mi sillón pensé en cómo se lo estarían pasando los asistentes al evento conmemorativo en ese palacio del centro de Sevilla habilitado para esos acontecimientos. Habrían comenzado con varios discursos y reconocimientos para finalmente ser agasajados los allí presentes con una copa de cerveza o vino, quizás algún refresco, pero muy poca o ninguna agua con hielo.
Unos irían solos pero encontrarían muy pronto a alguien con quien departir. Otros llegarían acompañados por su pareja, un amigo o un familiar. Conforme avanzara el servicio de las viandas los más alejados de las bandejas estarían ojo avizor por si el jamón o el pincho de gambas pasara de nuevo cerca de ellos y la camarera ataviada con un elegante uniforme negro y blanco se fijara en ellos.
De pronto, fui interrumpido en mis pensamientos por una llamada en el móvil. Era mi colega Eduardo Rufino.
-¡Hombre, Eduardo! ¿Qué te cuentas?
-¡Luis, te estamos esperando! ¿Dónde andas?
-Estoy en casa leyendo tranquilamente.
-¡Pero hombre! ¿Cómo se te ocurre? Ha preguntado mucha gente por ti.
-¿Que han preguntado muchos por mí?
-Sí, entre otros el presidente del Club Recogida 2000.
-Pues dale saludos de mi parte.
-Es que me ha dicho que esperaba que tú estuvieses aquí para contribuir con una buena donación.
-Pues no había pensado hacer ninguna donación.
-¡Hombre, Luis! Aceptaste la invitación y sabes que los invitados son elegidos entre un selecto grupo de sevillanos.
-Lo agradezco mucho pero no he dado a entender de ninguna forma que yo fuese a entregar un cheque hoy en el Palacio de los Marqueses de Torreazul.
-No te puedes imaginar como están de pesados con todo el mundo pidiéndole dinero. Dicen que es para restaurar los frescos del salón de la meditación.
-Pues que mediten mejor cómo administran las ayudas y subvenciones que reciben. Pero claro, habrá que ver sus cuentas: viajes en primera, amigos y familiares empleados sin apenas trabajar, gastos en publicidad, tarjetas American Express y otros dispendios que mejor que no se descubran.
-Pues a mí me da mucha confianza el tesorero, Pascual Trinquini.
-¡Ah! Ese señor ha venido a saludarme un par de veces en las últimas semanas, pero como yo estaba de viaje me ha dejado su tarjeta.
-¡Mira, ahí viene! ¡Pascual!
-Te cuelgo que no quiero compromisos a distancia.
Nada más dejar mi móvil en la mesita, me acerqué a la mesa del comedor a degustar una buena lubina al horno con patatas que me había preparado mi mujer. Y pensé en que los asistentes al cóctel benéfico estarían ahora saboreando un trozo de choco o de merluza frita, departiendo con tres o cuatro más que esa tarde se habrían desplazado a ese acto.
Entre ellos hablarían seguramente de los eventos previstos para la próxima semana en Sevilla. Probablemente, algunos tendrían que elegir entre tres o cuatro la misma tarde. Lo cual muchas veces es un tormento porque nadie quiere quedar mal con los organizadores y miembros de la entidad que invita.
Pero sobre todo, piensan en las personas que podrían acudir a una u otra celebración. Más aún, sobre los cargos públicos o privados que podrían asistir y así tener oportunidad de cruzar unas palabras con ellos para hablarles de su empresa y sus proyectos, incluso para pedirles algún favor.
Todo el mundo dirá que le va muy bien y serán respondidos con ¡Qué buen aspecto tienes! ¡A ver si nos vemos! ¡Te llamo!
Yo, mientras tanto, pienso en que cada vez me lo paso mejor en mi bufete, en los viajes frecuentes por media España y, sobre todo, en casa.
Muchos me dicen que debería dejarme ver más, que se me echa de menos. Pero no se paran a pensar esos amigos tan sociables que cuando uno está bien consigo mismo y los suyos no hace falta salir tanto.