Se dice que la Feria es una Sevilla en versión comprimida, como si hubiéramos clicado el botón derecho del ratón para generar un zip, winrar o cualquiera que sea el programa instalado en el ordenador. Casas, calles, conversaciones y transacciones concentradas en un millar de casetas, levantadas para convocar lo extraordinario, mientras los días laborables se cuelan con calzador en el calendario. El rescatado modelo de la fiesta, también en formato comprimido, ha apretado las calles y las barras hasta hacerlas intransitables en determinados momentos del día, y las ha vaciado los últimos, evocando una suerte de escenario fantasma del far west. La realidad ha derribado las expectativas del delegado de Fiestas Mayores, que las semanas previas auguraba en una entrevista a este periódico que la Feria corta evitaría colapsos y masificaciones.
Aunque el Real resista a la polarización del ambiente político y social a base de litros de rebujito, cielos azules y carruajes, la atmósfera enrarecida se encarnó en una preferia plagada de personas que votaron el modelo corto y muchos caseteros, ya en plena semana, reclamando lo que es suyo en el sentido menos sevillano de la palabra disfrutar. Bien parecería que para algunos la Feria no es más que un trabajo arduo, basado en fruncir el ceño y mirar con desprecio a los desconocidos que aparecen por su coto privado. Sin dudar del derecho de admisión, estaría bien no olvidar que la Feria sin invitados perdería su razón de ser.
Durante la semana se conoció que el recinto sería ampliado en 2026 hasta contar con 250 casetas más. Llegada la resaca, el año previsto para la extensión pasó a ser 2028, con una reducción de 30 casetas. Cuesta creer que en apenas cinco días las obras se hayan alargado tres años (maldita relatividad del tiempo), y que una urbanización de cuatro calles efímeras tarde treinta y seis meses en ejecutarse. Haciendo una regla de tres, duele pensar en cuánto tiempo se tardará en construir media línea de metro, desde Pino Montano al Prado, y el suplicio se vuelve insoportable cuando se elucubra la fecha de inauguración de la otra media línea birlada, desde el Prado al Hospital de Valme.
Si Einstein resucitase milagrosamente se sorprendería de la elasticidad de los plazos sevillanos: un tiempo propio en el que todas las administraciones echan el freno, estiran cronogramas y postergan finales de obra con una facilidad pasmosa, quizás fruto del saber vivir con el que compensamos las penurias. Si pudiera elegir, volvería a escoger ese carácter contradictoriamente pragmático y barroco, los calores de agosto, la precariedad de nuestras labores y el genio de las plumas y voces que nos rodean. Pero puestos a pedir, a la ecuación le añadiría un poco de amor propio, una defensa de la dignidad de la ciudad, no de banderas ni eslóganes pueriles, sino una apuesta firme por la igualdad de condiciones para esta vieja urbe. Que la ampliación del puente del Centenario –obsoleta antes de inaugurarse– lleve tres años de retraso, que la red de metro sea insuficiente –y lo vaya a seguir siendo aunque se abra la mitad de la línea 3– y la inexistencia de plazos para la terminación de la SE-40 –mientras en Bilbao se agujerea la ría del Nervión como un queso gruyere– debería pesar como en la conciencia de los responsables políticos con competencias como planetas en los hombros de Atlas.
Aunque la realidad sea que el Gobierno central esté invirtiendo más que sus predecesores, que la Junta esté colaborando activamente en la financiación y que el Ayuntamiento muestre siempre voluntad de apoyo –cartas en catalán aparte–, la otra cara de la verdad refleja que vamos tarde, muy tarde, y que ese esfuerzo debería redoblarse para anticiparnos a los grandes problemas de movilidad que vendrán de la mano de Palmas Altas, la ciudad de la Justicia y el Pítamo en menos de una década. Mientras la lógica urbana dice que primero conviene dotar de servicios y luego habitar, en Sevilla se urbaniza, y cuarenta años después, llega el metro; un lugar donde cuatro calles efímeras tardan en levantarse más que un rascacielos; un extraño sistema de satélites urbanos descosidos. Con este juego de tiempos y ciudades desdobladas, uno se pregunta si la metrópolis que vemos no es el reducto comprimido de lo que fue, quedando apenas escombros de su gloria, o si hay aún espacio para una Sevilla decente. La relatividad del tiempo; paciencia, supongo.