Tan solo queda una semana. Siete días para que el calendario cofrade llegue a su plenitud. Como bien dijo Carlos Herrera en su pregón, durante estos días los cofrades sevillanos comienzan a contar el tiempo al revés. La ciudad entera se convierte en un hervidero de preparativos para la Semana Santa. Se ultiman los detalles en las casas de hermandad, los templos se llenan de pasos a medio montar, los priostes afinan la cera y las flores, y los sevillanos miran al cielo con la incertidumbre de si la lluvia volverá a hacer acto de presencia.
Pero antes de que las campanitas del paso de la Borriquita resuenen por las calles, marcando el inicio del Domingo de Ramos, la ciudad vive uno de sus ritos más esperados, como es la celebración del Pregón de la Semana Santa.
Este pasado domingo fue el turno del periodista José Joaquín León, quien durante dos horas exactas ofreció un recorrido sentimental y devocional por los distintos barrios de Sevilla, evocando imágenes y sonidos que los cofrades llevan grabados en su memoria. Con un tono sobrio y emotivo, el pregonero destacó el trabajo realizado por las cofradías, incluyendo también a aquellas corporaciones de las Vísperas. Además, hizo un guiño explícito a uno de los grandes hitos de la oratoria cofrade hispalense, como fue el pregón de Antonio Rodríguez Buzón.
Y es que el pregón es mucho más que un discurso. Es literatura viva, palabra hecha emoción y rito, crónica poética y testimonio de la Semana Santa más pura. En sus casi 90 años de historia, este acto ha dejado versos inolvidables y reflexiones profundas que han quedado grabadas en el alma cofrade de Sevilla. Periodistas, abogados, sacerdotes, artistas… Un mosaico de voces que, con registros distintos pero idéntica devoción, han cantado a la Semana Santa desde el atril.
Precisamente, una de las singularidades más fascinantes del pregón de la Semana Santa es su carácter intertextual. Cada pregón no solo se alza con voz propia, sino que dialoga con los anteriores. Es frecuente encontrar entre los oradores citas, evocaciones o reinterpretaciones de textos pasados. De esta forma, se establece una continuidad, una cadena de palabras que se enlazan año tras año y que convierten al pregón en una forma de memoria oral compartida. Es, de alguna manera, una liturgia literaria que celebra lo que está por venir a la vez que recuerda lo que ya fue.
Pero detrás de ese tiempo de declamación se esconde un trabajo íntimo y exigente. Escribir un pregón no es redactar un texto solemne. Es, sin duda alguna, abrirse en canal. Es navegar en los recuerdos, volver a la infancia, recuperar momentos cofrades vividos en carne propia, algunos gozosos y otros amargos. Es rendir homenaje a quienes ya no están, a los que nos enseñaron a querer la Semana Santa, a los que nos transmitieron, sin saberlo, una forma de mirar la vida a través del antifaz. El pregonero, al subir al escenario, no solo habla, sino que se entrega. Pone el alma sobre el atril y la proclama a Sevilla entera.
Quizás esa sea la clave de por qué el pregón emociona tanto. Porque, aunque cada año cambien las palabras, la verdad que contienen es la misma. Una verdad tejida con fe y con memoria. Una verdad que, como los cirios de los nazarenos, alumbra sin estridencias, pero con firmeza.
Y así, Sevilla ya cuenta el tiempo al revés. El pregón ha marcado el compás. La ciudad se prepara. La emoción se palpa en las calles. Ya se intuyen, aún en la distancia, los primeros sones de cornetas y tambores. Ya el azahar se va entremezclando con el incienso. Y mientras tanto, en algún rincón del alma, el eco del pregón sigue vibrando, como un susurro sagrado que nos dice, como recitaba Antonio García Barbeito, que «para tocar el cielo con las manos, nos falta solamente una semana».