Sin tenerlo previsto y por habernos saltado una gasolinera donde pretendíamos desayunar a las diez de la mañana, decidí desviarme hacia un hotel en Sotogrande cercano a la carretera. Hasta las once y media no comenzaban las declaraciones en el juzgado de instrucción de Estepona y no nos llevaría más de media hora el trayecto restante.
Nada más bajarme del coche, volví atrás en el tiempo y no solo por ver ese edificio blanco sino por el olor a vegetación y las sensaciones que éste despertaba recordándome aquel verano del 2013 cuando a finales de julio comenzamos nuestras vacaciones allí con los niños pequeños. Aquellos días eran los primeros del verano con cierto descanso, no absoluto, del bufete y tras casi un año de intensa actividad.
Cuando entramos en la sala del desayuno buffet María y yo, vi a través de las cristaleras las ramas de los árboles casi pegadas a los vidrios, vistas que me transportaron a aquellos días en ese singular hotel. Parecía que estaba allí con mi mujer y los niños. Después fui hacia el baño en los jardines y contemplé la piscina rodeada de césped con los numerosos y variados árboles al fondo.
Me sentí como si caminara descalzo por esa alfombra verde junto a Luis y Mercedes para sumergirnos en el agua y desde ahí disfrutar de los rayos de sol esa primera tarde de descanso estival. Justo allí al lado estaba nuestra habitación con la gran terraza. Es como si no hubiera pasado el tiempo. Volví al gran salón para desayunar solo un té, como hago siempre que tengo una cita en los tribunales. Ya habría tiempo después para comer relajadamente en el paseo marítimo de Estepona.
Mientras degustaba el té con María y conversaba con ella seguía recordando los desayunos allí mismo quizás en esa misma mesa o en otra muy cercana. Salimos y otra vez percibí la ráfaga de aromas campestres que adelantaban una pronta primavera y ya me hacía pensar en el verano. En ese instante no quise entrar en el coche y arrancar para llegar con tiempo antes de nuestra comparecencia en los juzgados. Mi deseo era permanecer allí y deleitarme con esa leve brisa y el sol que se manifestaba poderosamente junto a los cantos de pájaros animados por un día con tanta energía.
¿Por qué no había venido antes? Muchas veces pasé al lado para subir a la montaña pero nunca entré, aunque sí había pensado hacerlo. Y así fueron pasando los años, sucediendo cosas, los niños creciendo, la dedicación intensa a la profesión, días acelerados y días tranquilos, problemas que son resueltos o son asumidos, sorpresas, buenas noticias, cambios importantes en la vida, grandes satisfacciones y considerables decepciones.
Avanzamos, cumplimos años, pero yo esta mañana me sentía como podía encontrarme a los veinte años. Llené mis pulmones de aire limpio y permanecí un rato allí dejando que el sol se posara sobre mi rostro. Luego, tras finalizar en el tribunal, reanudé mi baño de sol en el paseo marítimo saboreando los frutos del mar en una terraza a tan solo unos minutos. Era una buena hora para ver pasar a la gente, la mayoría extranjeros, con la sensación de estar disfrutando un día de verano.
Es fin de semana y tras un rápido repaso al móvil para ver los mensajes, recibo una buena noticia de un cliente que me contrata y un buen número de correos y Whatsapp que consiguen que no me olvide que soy el piloto de una nave que acaba de aterrizar pero que despegará de nuevo el lunes.
No hay más remedio que intentar despejarse en el fin de semana, aunque deban ser atendidos esos ineludibles compromisos a última hora de la tarde. Por fin parecen visitarnos estos alegres días casi primaverales que nos anuncian jornadas más largas. Por fin es fin de semana. Las cosas se ven de forma distinta.
Pienso otra vez en esa casualidad de saltarme la entrada a la vía de servicio que me permitió adentrarme en un lugar al que quizás me llevó mi subconsciente.