Cada día, sin apenas darnos cuenta, somos muchos los que encendemos la radio. Es un gesto casi instintivo. Mientras desayunamos, su murmullo hablando de la actualidad nos acompaña con el primer café del día. Al montarnos en el coche, giramos la llave y la voz de un locutor o locutora se convierte en la compañía de nuestro camino al trabajo. Otras veces, nos la llevamos de paseo, como un amigo invisible que nos habla, a través de los cascos, entre el bullicio de las calles. Para muchos de nosotros, la radio está en todas partes, entretejida en la rutina de nuestra vida cotidiana.
La radio nos ha regalado momentos que forman parte de nuestra memoria colectiva. A través de las ondas, los sevillanos pudieron vibrar con las épicas victorias del Sevilla en la Europa League o con las conquistas de la Copa del Rey del Betis. Nos ha llevado en volandas por las calles en la madrugá del Jueves Santo, cuando el racheo del andar del Gran Poder se cuela a través del transistor o cuando el sonido de las bambalinas de la Macarena nos eriza la piel incluso a kilómetros de distancia. O cuando las sevillanas y la algarabía de la Feria de Abril alegran las noches de aquellos que, por diversos motivos, no pueden disfrutar del Real. La radio no solo nos ha contado la historia, sino que ha sido parte de ella.
Y es que la radio siempre ha tenido un encanto especial. La belleza de una voz que nos habla desde el anonimato visual y que es capaz de despertarnos emociones y sensaciones a través de la cadencia o el ritmo de su locución. Una magia que, en los últimos años, se ha ido desvaneciendo con la irrupción de los vídeos en redes sociales, que desmantelan de un plumazo el imaginario que habíamos construido. Precisamente ahí radica la fuerza expresiva de la radio, en el poder evocador de la voz y la palabra, capaces de transmitir emociones y despertar la imaginación sin necesidad de ningún artificio visual.
Además, la radio ha sabido conservar en las últimas décadas una pluralidad programática que la diferencia del resto de medios audiovisuales, muchos de los cuales han cedido a la uniformidad. En la parrilla radiofónica sigue habiendo espacio para la cultura, los viajes, el misterio o el deporte. En un mismo dial pueden convivir una tertulia política con un reportaje sobre historia antigua o una crónica de sucesos con un consultorio sentimental. Parece que la radio nos susurra al oído lo que otros medios han dejado de contarnos.
Pero si hay algo que la distingue de otros medios, es la fidelidad de su público. Ha sobrevivido a las revoluciones tecnológicas, a la llegada de la televisión, de internet y de las plataformas digitales. Cuando muchos la dieron por muerta, la radio resurgió con una nueva piel, pero con el mismo espíritu de siempre. Hoy, su futuro se amplía con el podcasting, una extensión natural que permite que las voces radiofónicas trasciendan horarios y fronteras. Es la radio de siempre, pero con un horizonte aún más amplio.
Por estas razones, el 13 de febrero celebramos el Día Mundial de la Radio, un homenaje a un medio que ha marcado generaciones y que sigue estando muy presente en nuestra vida cotidiana. Para muchos de nosotros, la radio es más que un simple canal de información, es la banda sonora de nuestra historia personal, la compañía discreta en los momentos de soledad. Un refugio donde la voz y la palabra siguen teniendo un valor incalculable en un mundo colonizado por las pantallas. Por eso, mientras la radio continúe encendida, seguirá escuchándose el latido sonoro de nuestro día a día.