Desde niño siempre he escuchado el dicho de que "la lluvia en Sevilla es una maravilla". Este simpático pareado, que recitaba la gran Audrey Hepburn en su interpretación de Eliza Doolittle en My Fair Lady, parece ensalzar la belleza que este fenómeno meteorológico tiene sobre la capital hispalense. Y es que, tras meses de escasas precipitaciones y temperaturas más elevadas de lo habitual, la lluvia se ha convertido en la protagonista de estas semanas en Sevilla, recordándonos, una vez más, la importancia de uno de los bienes más preciados: el agua.

Bien es cierto que el sevillano es un animal de secano, diríase incluso temeroso ante la mínima nube o gota caída al suelo. Y aunque en estos meses atrás las quejas sobre la falta de lluvia y el temor a un verano de restricciones eran constantes, ahora las tornas han cambiado y son muchos los que, con cierta impaciencia, exclaman: "¡A ver si deja de llover, que uno se harta de tanta agua!".

Pero cuestiones sociológicas aparte, he de confesar que la lluvia tiene algo hipnótico y cautivador, que nos mantiene, en ocasiones, ensimismados mirando a través de la ventana. La caricia de las gotas resbalando por el cristal, formando una suerte de danza líquida impredecible. El sonido de la lluvia, ese murmullo a modo de letanía que parece susurrar historias olvidadas. O, ya una vez pasada la tormenta, el reflejo de la ciudad en los charcos, donde la Giralda se duplica en un espejismo efímero, como si Sevilla jugara con su propia imagen. Quizás, se podría afirmar que estamos ante una poesía hecha agua.

Sin embargo, más allá de lo poético, las precipitaciones recientes han supuesto un ligero respiro para los embalses. Y digo ligero porque, aunque ha llovido de manera persistente, el nivel de algunos pantanos sigue siendo preocupante. Sevilla y, Andalucía en general, ha vivido en los últimos años episodios de sequía severa y la sombra de nuevas restricciones sigue planeando sobre el horizonte. Por no hablar de la situación de Doñana, cuyo acuífero, a pesar de la regeneración parcial, sigue en estado crítico, víctima de una sobreexplotación insostenible.

Y es que el ser humano siempre ha sido un animal de memoria corta. Hoy nos alegramos porque ha llovido, porque los embalses mejoran sus reservas, porque los campos se han reverdecido… Pero, ¿qué pasará en unos meses cuando el calor apriete de nuevo y volvamos a mirar al cielo implorando agua? Más allá de las lluvias pasajeras, el verdadero desafío está en cómo gestionamos este recurso esencial.

Las instituciones tienen la responsabilidad de optimizar el uso del agua con infraestructuras eficientes, evitando pérdidas innecesarias y garantizando una gestión sostenible. Pero no nos equivoquemos, también es tarea de todos, como ciudadanos, entender que el agua no es un bien infinito y que cada gota cuenta. No podemos caer en la complacencia momentánea de un invierno lluvioso y olvidar que el cambio climático y el crecimiento descontrolado hacen que la sequía ya no sea una posibilidad, sino más bien una certeza cíclica.

Quizás la verdadera maravilla no sea solo la lluvia en Sevilla, sino nuestra capacidad para aprender de ella, cuidarla y no desperdiciar ni una sola gota. Porque cuando el agua falta, no se apaga la sed, pero sí la vida misma.