Dos días antes me había llamado un pariente suyo para anunciarme que su sobrino necesitaba urgentemente un nuevo abogado que le defendiese en varias causas abiertas. Ya que había tanta premura, le dije que el lunes podría visitarme a pesar de ser primero de mayo y primer día de Feria en Sevilla.

Me fui con tiempo al despacho esa mañana disfrutando de esa tranquilidad de los días festivos sin llamadas, sin el sonido del timbre, sin el estrés de la agenda, sin nadie en el bufete. En ese silencio absoluto, cuando me encontraba sentado en mi sillón contemplando la vista del cielo y alguna nube, pensando en lo divino y lo humano, sonó el timbre de la puerta ¡Debe ser él! Concluí.

Caminé hasta la puerta de entrada y abrí encontrándome enfrente a alguien que no me esperaba. Sin embargo, quizás porque los abogados estamos acostumbrados a todo, reaccioné normalmente saludándole por su nombre mientras estrechaba su mano

-¡Don Luis, muchas gracias por recibirme un día de fiesta!

Encantado, Zacarías (vamos a llamarlo así), los penalistas estamos siempre de guardia y más si me lo pide tu tío!

Le hice pasar a mi despacho y mientras se sentaba me fijé en su elegante blazer azul marino con sus botones dorados y la corbata de Hermés perfectamente anudada.

-¡Pues sí que me ha enviado un caso bueno mi colega! Reflexioné.

Cuando comenzó a hablar con su característico tono amable y tan sonriente como se solía mostrar, seguí pensando en el joven personaje que tenía delante ¿Por qué no me habría dicho su tío quién era el visitante? ¡Qué misterio!

Era como si me hubiesen gastado una broma, quizás por ser feria. O también podría tratarse de una aparición mágica. Los abogados también podemos tener alucinaciones con tanto trabajar y trabajar sin parar un día tras otro sin apenas descansar. Pero no, él seguía ahí delante.

-¡Bueno, hombre, Zacarías! ¿Qué le trae por aquí?

-Como le habrá dicho mi tío, dentro de diez días estoy citado en Plaza de Castilla para una declaración en uno de los procedimientos y deseo cambiar de abogado pues no estoy muy contento con el que me defiende ahora. Me gustaría que usted se hiciese cargo de mi caso ¡Perdón! ¡De mis casos!

-¡Sí, encantado, Zacarías! Necesito que me comentes brevemente lo principal de cada uno de esos casos y te informaré de mis honorarios. Y si estás de acuerdo, preparo la hoja de encargo profesional para que me la firmes.

-Le dejo este pendrive con más de diez mil folios. Puede revisarlo para que se haga una idea de cada uno de los procesos.

-Muy bien, lo revisaré en mis ratos libres en un viaje que emprendo mañana a Italia. Y le emplazo para el martes de la semana próxima en mi bufete de Madrid para hablar sobre su defensa y facilitarle mi presupuesto.

A mi vuelta del viaje, recibí en Madrid al que podría haber sido uno de mis clientes más famosos y le informé sobre mis notas tomadas tras la lectura de sus expedientes. A continuación, le expuse mis honorarios.

-Don Luis, he de marcharme ahora pues tengo unas entradas para el palco vip de un torneo de tenis. Discúlpeme por las prisas, pero he venido con el tiempo justo.

-Nada, no se preocupe, quedo a su disposición para que usted me confirme que me encarga su defensa. Pero dígamelo pronto, por favor.

Pasaron los días y Zacarías no me llamaba acercándose el día señalado para su comparecencia judicial. Así que llamé a su pariente y le expuse la situación pues me extrañaba haber recibido la callada por respuesta.

-¡Luis, creo que mi sobrino se ha equivocado! ¡Tú eres el mejor abogado que podría tener!

-¡Ah! ¿Ha contratado a otro abogado entonces?

-Te debería haber llamado, es que ha decidido contratar a un abogado que no le cobra nada ¡Como el caso es mediático y saldrá mucho en TV, él pensó que tú no le ibas a cobrar nada!

-¡Yo siempre cobro por mis casos, Alfonso!

De manera que aquel caso de ese señor tan conocido y que aún está presente en todos los medios, no se quedó en nuestro despacho pues aunque se puedan rebajar los honorarios en un caso tan relevante, gratis no llevamos ninguna defensa por respeto a los demás clientes y a nosotros mismos. Son muchas horas y muchas inquietudes las que plantea cada defensa y, más aún, una como ésta con varios procesos abiertos y un cliente exigente y necesitado de mucha atención.

Aún recuerdo esas lecturas del pendrive en el avión, por la noche cuando todos dormían, por la mañana muy temprano en la habitación de aquel hotel en una casa palacio napolitana en el centro de la ciudad. Y de cuando corría por el puerto al salir el sol junto al Castel Nuovo, pensando en las distintas estrategias a seguir en esos interesantes casos de mi posible nuevo cliente que finalmente no lo fue.