“El aspecto exterior pregona muchas veces la condición interior del hombre” (William Shakespeare). Cuando un niño nace ve, pero no lo hace de la misma manera que lo hacemos nosotros. Perciben sensaciones visuales que no pueden entender como colores. Nada es lo que parece. Cuando un bebé pasea en su carrito por las calles de Sevilla, tampoco comprende los pasitos que decoran los escaparates, la rampa sobre los escalones del Salvador, los tubos de los palcos amontonados en la plaza de San Francisco, los números que señalan la cuenta atrás en los calendarios que cuelgan de tantas paredes, los innumerables carteles o los letreros de “capirotes” que cruzan el cielo azul. Pero con el tiempo lo hará. ¿Lo entenderán los turistas?

El oído es uno de los sentidos que tienen más desarrollados al llegar a este mundo, incluso responden a estímulos sonoros externos con movimiento cuando todavía se encuentran en el vientre de su madre y parece que registran esos sonidos en su memoria. Dicen que es bueno para su desarrollo que escuchen música clásica, pero ¿qué bebé no moverá sus pequeñas piernas al escuchar una marcha de Semana Santa? Las sintonías de los programas radiofónicos cofrades, los certámenes de marchas procesionales -como el que organiza desde hace más de dos décadas Jesús Despojado (imagen que este domingo volverá a salir en Via Crucis)-, los tambores que suenan en un altavoz en los ensayos de costaleros, el golpe seco de un llamador, las órdenes del capataz, el crujir de la madera o el racheo de las zapatillas de los costaleros en una noche vacía de Cuaresma junto a un paso rodeado de costales. El sonido de los pitos en las misas de San Antonio Abad o el toque de la vara que anuncia el levantamiento de ciriales en un Vía Crucis. Todo lo anuncia. La música también. Así lo hizo el viernes la Escolanía que dirige Jesús Becerra (Domus Carmina) con ‘La pasión según María’, otro concierto que una vez más emocionó a los presentes. Voces de ángeles desde la iglesia del Sagrado Corazón. “El que canta ora dos veces” (San Agustín).

Anuncios. Al nacer, el ser humano distingue entre los sabores primarios: dulce, salado, amargo y ácido. Así será durante toda su vida. Algo se mueve dentro de nosotros ante la presencia de torrijas, pestiños, nazarenos de caramelo… tras un cristal. Y no es el hambre. “El mejor olor, el del pan; el mejor sabor, el de la sal; el mejor amor, el de los niños” (Graham Greene).

A los seis meses los bebés distinguen los relieves de las cosas. El tacto resbaladizo de una bola de cera, el de una palma a punto de asomarse a un balcón, el fino metal de una medalla colgada en un cabecero durante 364 días, la dureza de un esparto o la rigidez de una túnica de ruán ya colgada de una lámpara. El tacto del papel, el rugoso cartón de una papeleta de sitio o el de la portada de un nuevo libro que nos recuerdan cada año lo que está por llegar. ¡Qué bien lo cuenta Francisco Correal en ‘Como sigue llorando Sevilla…’! Sevilla llora de emoción ante la espera contenida. Como el niño al descubrir el contacto piel con piel. Como en los cultos: saludos de corazón, abrazos entre hermanos, besamanos y besapiés.

Dicen que el olfato es el sentido más desarrollado en el nacimiento. Los recién nacidos conocen a su madre por el olor. Como reconocemos el olor del azahar, el del incienso o el de una vela cuando se apaga. Será este sentido el que, junto a la vista y oído, le ayudará a reconocer la cara de su madre. Con el paso del tiempo reconocerá a su Virgen bajo palio o el rostro del Hijo de Dios con la cruz a cuestas acercándose por una calle oscura en la Madrugada.

Sevilla es un pregón. Esta semana Joaquín Moeckel recordaba una frase de su padre: “ser cofrade es la mejor forma de ser cristiano en Sevilla” (Otto Moeckel). ¿Un retiro espiritual?, ¿hay mejor forma para meditar que una estación de penitencia al año? Quedan siete días para el Domingo de Ramos. Todo anuncia la Semana Santa en la ciudad. Desde que nacemos los cinco sentidos así lo perciben. En unas horas también se anunciará desde el Maestranza…