Luis Romero.

Luis Romero.

Sevilla

Un cóctel más bien escaso

Sevilla
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En aquel momento supe que me había equivocado de catering, porque después de mucho tiempo sin tomar vino, el poco vino tinto que me sirvieron en una copa, me supo muy bien. Sin embargo, al yo reclamar a Manolo, el camarero de los tirantes con la bandera española, que me ofreciese un poco más, me dijo:

-¡Pues no queda mucho, Don Luis!

Volcando verticalmente la botella de la que solo se escapó un escaso chorro del sagrado líquido hacia el recipiente que yo blandía en mi mano derecha, mientras que mis amigos Ángel y Álvaro mostraban su rostro estupefacto al ver esa escasez.

De manera que si ya al principio del evento los cuatro platos ofrecidos no estuvieron a la altura de lo ofertado y el jamón no era un jamón exquisito ibérico de bellota, sino unas gruesas lonchas de cebo que se hacían una bola en la boca, muy duro además. Si bien, los cuatro quesos variados que nos pusieron sí estaban muy buenos y nos insistían los camareros en que iban acompañados de arándanos, galletitas y uvas.

Mención aparte son los canapés de foie, muy ricos, aunque muy pequeñitos y untados en unas galletitas que deglutíamos de dos en dos porque veíamos que la bandeja apenas se acercaba a uno de los que estábamos en el grupo, se alejaba inmediatamente pareciendo que el camarero no veía a las tres o cuatro personas que había en el corro, y habíamos de darle una voz para llamar su atención y que expusiera la bandeja a los demás comensales que ávidos de tomar algo a esas horas, lo agradecían, y más yo, que había guardado ayuno al mediodía.

Los asistentes eran estudiantes en su mayoría, un par de abogados y tres periodistas, unas quince personas que se habían quedado en el club tras mi presentación de Luis Romero Law School.

Lo único que queríamos era conversar en una animada tertulia junto a las banderas de unos 20 países y una armadura de un caballero que parecía mirarnos quizás con cierta pena observando las escasas viandas que nos ofrecían a pesar de haber abonado yo una cantidad considerable por ese servicio y para cuarenta asistentes.

Pero la cuestión no era que me hubieran puesto ese escaso vino tinto en mi copa, sino que cuando lo finalicé tras un par de sorbos, solicité otra vez a Manolo, el camarero, que me llenara la copa y me dijo:

-¡Caballero, ya se ha terminado el vino!

-¿Pero cómo puede ser eso si sólo llevamos aquí unos cuarenta y cinco minutos y todavía nos queda la mitad del tiempo acordado?

-¡Don Luis, el vino tinto se ha terminado! Esta era la última botella -mostrando una botella vacía de una prestigiosa marca de la Rioja-.

Y entonces, Ángel, presidente de IURIS, le dijo:

-Señor, por lo menos sírvame una copa de vino blanco.

-¡Pues este es el 'culín' que queda de vino blanco! -Dijo Manolo

Y le sirvió a mi amigo estudiante unos escasos tres dedos de vino Rueda Verdejo. Entonces, intervine de nuevo ante la escena planteada:

-¡Perdone! Si el cóctel era para cuarenta personas y somos diez ¿Cómo ha podido ocurrir esto?

-¡Lo siento!

-¡Bueno, pues hablaré con su jefa!

Forzado por la necesidad y escasez, tomamos el exquisito y variado queso y nos quedamos hasta el final con esos buenos amigos y estudiantes, mitad hombres y mitad mujeres, bellísimas por cierto, y muy simpáticas y agradables, antes de cruzar la Gran Vía y sentir los dos grados en el exterior con sombrero, abrigo, guantes y una bufanda.

Al día siguiente, la dueña del catering me escribió comunicándome que Manolo le había dicho que el evento había sido un éxito y que habíamos quedado muy satisfechos los asistentes, y los floreros habían lucido en las mesas altas.

Yo le conté lo que nos había acaecido, contestándome ella que pediría una aclaración a Manolo porque él había llevado de vuelta cuatro botellas de vino tinto, dos de blanco y mucha cerveza.

No quedó la ahí la cosa y ante mi queja por la escasa comida, ella me dijo:

-¡Don Luis, había sesenta canapés de foie y sesenta pinchos de tortilla! ¡Así que si hubieran asistido los cuarenta comensales, habrían cabido a un canapé y medio cada uno y a un pincho y medio de tortilla cada uno!

Debiendo yo puntualizar que los canapés eran minúsculos y los trocitos de tortilla, unas miniaturas.

-¡Además, a usted no le habrá gustado el jamón pero sus amigos se han comido los dos kilos que cortamos!

-¡El jamón apenas lo consumimos porque estaba mal cortado y sin curar, y de bellota tenía poco!

-¡Bueno, vale! ¡Cincuenta por ciento de bellota!

Y yo me quedé pensando en lo bien que sabía el rioja y en por qué nos habría ocultado Manolo las seis botellas de vino.