Fachada del Café-Bar Macarena, en pie desde hace más de 50 años.

Fachada del Café-Bar Macarena, en pie desde hace más de 50 años. M.G.

Sevilla

Los últimos guardianes de 'la Sevilla de siempre': los bares de toda la vida resisten entre "parroquianos" y "tapitas"

Los Claveles, Café-Bar Macarena, Taberna Las Escobas, El Rinconcillo o Bodega Autora son locales que le están echando el pulso al relevo generacional, las nuevas tendencias y los grandes tenedores.

La cervecería La Internacional cerró sus puertas de forma definitiva el 1 de noviembre, dejando Sevilla un poco más huérfana. 

Más información: El adiós de Cuchillería Regina: Cierra otro comercio histórico de Sevilla a cinco años de cumplir un siglo de vida

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El pasado 1 de noviembre Sevilla amaneció un poco más huérfana. La persiana de La Internacional, en el número 3 de la calle Gamazo, bajó por última vez después de décadas sirviendo cerveza a sevillanos, curiosos y amantes del sabor auténtico. La jubilación de su dueña, Antonia Morena, puso fin a un establecimiento que formaba parte del paisaje emocional del centro.

No fue un cierre más, sino un recordatorio de que la Sevilla de siempre, la que se vivía entre mostradores de madera, vasos helados y conversación de barra, se está apagando poco a poco.

Desde hace años, la ciudad asiste a una especie de cuenta atrás silenciosa. Uno tras otro, los comercios y bares de toda la vida van colgando carteles de "Cierre por jubilación", mientras Google, más frío, lo traduce en un definitivo "Cerrado permanentemente".

Lo que antes era un relevo natural —el hijo que seguía con la tienda, el sobrino que heredaba el bar— hoy es una rareza. Y cuando no es la jubilación lo que marca el final, es la presión del mercado con compras de edificios por grandes empresas.

El ejemplo más reciente es el de Cuchillería Regina, a punto de cumplir un siglo de existencia. Rosalía y Eliseo, matrimonio leonés y últimos guardianes del negocio, han tenido que echar el cierre por jubilación. Las hijas, que viven y estudian fuera de Sevilla, no continuarán con el oficio.

Para complicarlo más, el propio Eliseo confirmaba que el edificio ha sido vendido a una multinacional, aunque ni él sabe aún qué será del local. Otro vacío en una ciudad que siente cómo la identidad de sus calles se resquebraja.

"No es la Sevilla que conocí"

Entre los vecinos más veteranos hay una sensación compartida: Sevilla está cambiando demasiado deprisa. Lo dice con nostalgia Rafael Pérez, vecino de la Macarena desde hace 71 años. Habla con la serenidad de quien ha visto transformarse la ciudad en varias ocasiones, pero también con la tristeza de quien siente que ahora la metamorfosis no le incluye.

"En Sevilla cada vez hay más hoteles, más tiendas modernas para jóvenes y restaurantes de mesa y mantel. He llegado a ir al centro y, a las ocho de la tarde, no poder sentarme a tomar una cerveza porque todas las mesas estaban reservadas para que los turistas cenaran a su hora", recuerda.

Le ocurrió en plena Plaza de la Encarnación. Para él, esa escena habla de una Sevilla que ya no es la suya. "Aquí siempre hemos ido de bar en bar, picando tapitas de pie, apoyados en la barra", recuerda, sin embargo apunta que sus nietos "reservan en los sitios porque dicen que, si no, no hay manera de sentarse".

Pero Rafael también sabe que Sevilla no se ha quedado huérfana del todo. Aún existen lugares que resisten, como faros en mitad del oleaje turístico, que mantienen viva la esencia de una ciudad que se reconoce en sus bares tanto como en sus iglesias. Y uno de esos lugares es, sin duda, Los Claveles.

Los Claveles

En un tiempo en el que los negocios históricos cierran sin remedio, Los Claveles presume de estabilidad. Abierto desde 1841, el bar sigue siendo un refugio para los "parroquianos" de toda la vida. Un trabajador lo cuenta con orgullo: "Aquí vienen los de siempre. Extranjeros hay, claro, pero son los menos. Nuestro público es el de Sevilla".

El secreto no es una estrategia moderna ni un estudio de mercado, sino algo mucho más sencillo y, a la vez, difícil de mantener: cercanía. "Les tenemos sus tapitas", dice. Y esa frase, tan simple, explica por qué el bar no solo sigue en pie, sino que ha crecido.

De tres trabajadores han pasado a diez en los últimos nueve años. Además, el local es en propiedad, lo que los protege de los vaivenes inmobiliarios que han expulsado a otros tantos.

Café Bar Macarena

A pocos metros de la Basílica, otro clásico resiste: el Café Bar Macarena, abierto desde 1968. Su dueño, Juan Luis Mellado, representa esa figura cada vez menos frecuente del hostelero que ha aprendido el oficio en familia, "codo con codo desde chico", sin escuelas de hostelería ni másteres modernos.

El bar, traspasado de generación en generación, se ha convertido en punto de encuentro para los vecinos, pero también para turistas que llegan atraídos por su ubicación. Pese a esa mezcla inevitable, Mellado intenta mantener la esencia con recetas que no han cambiado en casi seis décadas y un trato cercano que cuesta conservar "porque cada vez hay más gente que no te conoce de nada".

El relevo generacional, eso sí, no está asegurado. "En nuestro caso, ya no continuará posiblemente", reconoce. Sus padres, como tantos otros, trabajaron sin descanso para que sus hijos pudieran elegir otro camino. Y ahora, con más oportunidades, las nuevas generaciones "pueden elegir".

Los de siempre

A pesar del goteo de cierres, Sevilla sigue contando con instituciones que han sobrevivido a siglos, guerras y crisis. Ahí está El Rinconcillo, fundado en 1670; Taberna Las Escobas, abierta nada menos que en 1386; Bodegas Morales, en pie desde 1850; Bodegas Díaz Salazar, desde 1912 o Bodega Autora, desde 1913.

También resiste tras más de 50 años la imprescindible Taberna Álvaro Peregil, donde es habitual que los clientes ocupen hasta la acera contraria: no cabe un perejil más, literalmente.

Son locales que funcionan como anclas ante un cambio que muchos sienten vertiginoso. Establecimientos que recuerdan que Sevilla no solo es Semana Santa y Feria, ni hoteles boutique ni azoteas de moda, es también el olor a vino viejo, la tapa servida sin prisas, el camarero que te llama por tu nombre y la barra donde se aprendió a vivir la ciudad.

Sevilla cambia, sí. Pero mientras estos lugares sigan abiertos, mientras un camarero siga diciendo "¿lo de siempre?", habrá algo de la Sevilla eterna que seguirá respirando.