Retrato de Javier Villa, director de cine sevillano.
Javier Vila, director de cine, devuelve la voz y la vida a la casa de Aleixandre: "En Andalucía somos los creativos de España"
El proyecto competirá en de Huelva y Sevilla antes de su estreno en cines el 28 de noviembre.
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El director Javier Vila rescata en Velintonia 3 la memoria viva de la casa del Nobel Vicente Aleixandre, aquel refugio literario donde latió el espíritu de la Generación del 27.
El filme, que compite en los festivales de Huelva y Sevilla antes de su estreno en cines el 28 de noviembre, reconstruye con sensibilidad poética la historia de un lugar que fue hogar, encuentro y testimonio de la literatura española del siglo XX.
La casa de Vicente Aleixandre ha sido durante años un símbolo de abandono y al mismo tiempo de memoria viva. ¿Cuál fue el detonante que le llevó a abrir de nuevo las puertas de Velintonia a través del cine?
Fue a partir de una canción del grupo Maga, que se llama La casa en el número 3, y que es la única canción que se ha escrito sobre la casa, sobre Velintonia. Conocemos a la gente del grupo y fuimos a la casa a conocerla. Nos hicieron una visita y nos quedamos prendados de la historia.
Me parece un poco increíble que no se supiera casi nada de la figura de Aleixandre, es uno de los grandes premios de nuestra literatura, de la literatura universal. También me fascinó la historia de la casa, que tiene una historia increíble por la que pasaron desde la Generación del 27 hasta todo lo novísimo de los 70.
Mención aparte merece el estado en el que se encontraba. Llevaba 40 años cerrada. De hecho, había una parte a la que no pudimos acceder porque tenía un agujero en el techo. No es que se fuera a caer, pero bueno, se encontraba en un estado muy lamentable.
Luego, desde el punto de vista cinematográfico, me gustó mucho la idea de que la casa está llena de huellas de la vida de Aleixandre. Por ejemplo, está la marca donde estaba la cama, puesto que él escribió casi toda su obra en la cama, también dónde estaban los libros, el reloj de pared, los cuadros... Me pareció muy interesante ese punto de vista cinematográfico de alguien que está siempre en casa. Tuvo una vida muy zen debido a la enfermedad crónica que padecía.
El documental parece más un acto de justicia poética que una película convencional. ¿Sintió desde el principio que el proyecto tenía una dimensión de reparación cultural?
Un poco sí. Me parece muy increíble que la casa estuviera en ese punto de abandono. En ese momento era un símbolo del abandono de las instituciones y del mundo de la cultura. En cualquier otro lugar, la casa de un premio Nobel es un sitio de peregrinaje del mundo de la cultura y aquí, de manera increíble, se encontraba en ese estado lamentable.
En la historia la casa es una especie de símbolo viviente desde que llegó Aleixandre hasta incluso ahora mismo en nuestros días. Por suerte, la casa ya es propiedad de las administraciones públicas, por lo que nos encontramos en una especie de final, en el principio de un final feliz. Habrá que ver también ahora qué va a pasar con todo eso.
El film reúne voces de distintas generaciones, desde amigos octogenarios de Aleixandre hasta jóvenes poetas contemporáneos. ¿Cómo ha conseguido que ese diálogo intergeneracional resultara orgánico?
Al final es un poco escuchando la casa. La idea de que fuera algo tan coral es porque por la casa pasaron muchas generaciones. La idea era que no solamente se contara, sino que también que el espectador tuviera la sensación de ver a tanta gente diferente, de épocas diferentes, pasando por la casa.
Aquí es donde se hace un paralelismo a cómo era un poco el espíritu de la casa. Entonces, claro, por un lado está la memoria, digamos, la memoria viva, que es la última generación que lo conoció con vida y conocieron Velintonia. Ellos en esa época tenían 18 o 20 años, que es como arranca la película, ellos volviendo a la casa 40 años después y reviviendo ahí un poco toda esa memoria, trayéndola de vuelta. Y luego las diferentes generaciones.
Él siempre tuvo una relación muy especial con la juventud. Por ejemplo, los novísimos, que tenían unos 18 años iban a la casa pensando que iban a ver al gran maestro, y él los trataba de tú a tú. Ellos decían, ya lo cuentan en la película, que, de repente, se sentían realmente poetas.
¿Qué momento del rodaje fue más revelador o emocionante para usted?
Ver cómo los novísimos se emocionaban todos al principio de la película al entrar en la casa. Esta secuencia que al principio que llegan a la casa, ya que la mayoría no habían vuelto en todos esos año. El rodaje lo planteamos como, bueno, pues que vivan esa emoción, y nosotros también la vivimos.
Antonio de la Torre, Manolo Solo, Ana Fernández o Mona Martínez dan voz a los textos de Aleixandre y su círculo. ¿Por qué decidió incluir interpretaciones actorales en un documental? ¿Qué aportan a la atmósfera del filme?
Sí, bueno, no se trata solo de los textos de Aleixandre. Por ejemplo, Antonio de la Torre pone voz a toda la parte que corresponde directamente a Aleixandre, pero los demás intérpretes —Manolo Solo, Ana Fernández, Mona Martínez…— dan vida a las voces de quienes ya no están. En el fondo, es un ejercicio colectivo de recuperación de la memoria, no solo de Aleixandre, sino de toda una historia compartida.
Participan distintos niveles de ese recuerdo: nosotros, que hacemos el documental; los jóvenes poetas que recitan; los veteranos que aún conocieron de cerca aquella época; y, por supuesto, todos los que ya no están, la generación del 27 y los poetas que les siguieron a lo largo del siglo. Esas lecturas —fragmentos de cartas, textos que hablan de Aleixandre o de Velintonia— son la forma de hacerlos presentes y de darles voz otra vez.
Sevilla también fue ciudad de Cernuda, además de Aleixandre, y vio pasar a Lorca. ¿Cree que el espíritu de la generación del 27 sigue vivo aquí, de alguna manera?