Roca Rey cita con la muleta a un toro en la Maestranza.
Dos pírricas orejas para Roca Rey, sin cuajar dos excelentes toros de Victoriano del Río
Miguel Ángel Perera dio una vuelta al ruedo y Juan Ortega fue silenciado en sus dos toros ante la mala condición de su lote.
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El diestro peruano Andrés Roca Rey obtuvo hoy un pírrico triunfo de dos orejas en la Maestranza de Sevilla, donde no aprovechó en toda la dimensión que merecían a los dos toros de su lote, dos ejemplares de la divisa madrileña de Victoriano del Río de excelente bravura, entrega y profundidad en sus embestidas.
Con el festivo público de feria muy a favor y por la labor, Roca se encontró en primer lugar con Manisero, un cuatreño de muy escaso cuajo, por terciado y escurrido de carnes, pero que se creció embistiendo con alegre, entregado y soberbia clase desde que tomó los primeros capotazos. Entre ellos destacaron las templadas gaoneras de Miguel Ángel Perera en su turno de quites.
Ya entonces se vio lo que había sobre la arena, un toro de Victoriano del Río que se vino aún más arriba en banderillas y se violentó algo en los desaconsejados estatuarios con que el torero limeño le abrió la faena de muleta.
A estos le siguieron multitud de pases efectistas que levantaron al tendido y que fueron el denominador común de un trasteo que se jaleó más por lo espectacular que por lo fundamental.
Salvo en una más conseguida y larga tanda de naturales, en la que el toro dejó ver claramente la dilatada profundidad de sus embestidas, Roca citó casi siempre desde la pala del pitón, empalmando más que ligando los pases.
Todo ello, sin la sinceridad que merecía ese gran toro al que solo apuró las embestidas en los pases de pecho y en los remates, que, esos sí, fueron muy cantados en el tendido.
Un final de obra efectista, con redondos, pases de ida y vuelta y adornos del derecho y del revés, con el torero siempre sesgado y refugiado en la oreja del de Victoriano, terminó de caldear los ánimos en busca de ese doble premio, a todas luces exagerado, que amarró de un contundente espadazo, con el mérito auténtico de cobrarlo con el toro perdiendo ya su dilatada fijeza de auténticamente bravo.
Y para que, ya puestos, Roca pudiera asegurarse la ansiada salida por la Puerta del Príncipe, para la que necesitaba solo una oreja más, en sexto lugar le salió otro toro notable, de más alzada y cuajo.
Este también rompió a embestir con entrega al capote del peruano, que, ante la evidencia y la superficialidad inicial, no tuvo más remedio que asentarse con él a la verónica camino de los medios.
Después de que se le midiera el castigo en varas, este Espiguita se desbordó de bravo en banderillas y desarmó al de Lima en los primeros muletazos por alto, a todas luces desaconsejables. Y, desde entonces, solo que ahora de forma directa, la faena volvió a tener el mismo esquema que la anterior, o tal vez menos honesto.
Los quebrados muletazos, casi siempre planteados fuera de la trayectoria de la embestida, no resultaron fluidos ni ligados por eso mismo, ni apuraron la clara nobleza de un ejemplar que acabó perdiendo celo al no encontrar la respuesta adecuada por parte de su matador.
Roca precipitó en dos pinchazos y un bajonazo que descartaron definitivamente la que parecía probable, y barata, salida a hombros.
El resto de la corrida no dio ni de lejos un juego tan claro y memorable como el lote de Roca, en tanto que, muy sangrado en el caballo, al primero de la tarde, que tuvo también calidad, le costó seguir el engaño de un Miguel Ángel Perera que siempre intentó ayudarle con pulso antes de que se le rajara.
Todo ello en un trabajo que una estocada baja restó la posibilidad del premio al que el extremeño, también muy asentado, ya no pudo aspirar con un cuarto descastado y que perdió celo a marchas forzadas.
Por su parte, Juan Ortega también se encontró con un segundo de la tarde que pronto se afligió en tablas y con un fino quinto que se dolió en el exigente inicio por bajo de la faena para después no dejar de frenarse y de soltar secos tornillazos. Pero con ambos, eso sí, hubo siempre algún detalle suelto del sabroso concepto del sevillano.