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Cuando el número 30 de la calle Barrera ardió, causó destrozos casi irreparables. Las llamas calcinaron por completo la estructura del edificio, hasta el punto de afectar a los bloques contiguos.

Adolfo Seijas tuvo que cerrar su negocio el pasado 10 de junio después de un año y medio de sacrificio. Ubicado en la calle paralela, en la de San Nicolás, tanto él como los residentes que vivían encima tuvieron que ser desalojados.

Al principio esperaba que fuera algo temporal, pero con el paso de los días y, más adelante, las semanas, la idea de poder volver a abrir "Don Adolfo" se esfumó. Aunque el local no ardió por completo, los daños estructurales y las consecuencias derivadas del incendio impidieron que pudiera retomar la actividad.

Nadie se hizo cargo de reparar los desperfectos, ya que el inmueble que se quemó no tenía ni seguro. Estaba abandonado y en su interior tan solo vivía gente sin hogar que se colaba por las noches.

Tres meses después del incendio, a Adolfo apenas le quedan ahorros de los que tirar y tampoco cuenta con ninguna ayuda. "No puedo ni cobrar el paro porque dicen que no cumplo los requisitos. Y eso que a mí no me quedó otra opción que cerrar", explica.

El joven emprendedor llevaba años trabajando en el sector. A sus 33 años tenía su propio negocio en el que vendía cremas para el dolor y productos naturales. Pero el golpe fue demasiado fuerte: "Ser autónomo en este país es una condena. Se paga mucho, se gana poco y cuando lo pierdes todo, nadie responde".

"Tuve que recurrir a servicios sociales, pero hasta ahí me negaron la ayuda por tener suscripciones activas a un gimnasio y a Netflix. Me dijeron que eso demostraba que no estaba en situación de necesidad. Fue humillante. No quería llegar a ese punto, pero fui, y aún así no me ayudaron", cuenta.

Imagen del local cuando estaba abierto Cedida

Tras meses sin trabajar y con los gastos acumulándose -hipoteca, alquiler del local, cuotas de autónomo-, Adolfo ha optado por cerrar definitivamente. "Yo no soy responsable de nada, pero soy el único que paga", lamenta.

Aunque su seguro solo cubre asistencia jurídica, tiene previsto reclamar a los propietarios del edificio incendiado. "A mí me exigían tener todo en regla. ¿Y ellos? Un edificio ocupado, abandonado, y ya con antecedentes de incendio en 2024. No hicieron nada", lamenta.

"Cierro, pero no con tristeza. Cierro cabreado"

Ante la desesperación, Adolfo intenta rehacer su vida. Se ha apuntado a un curso de jardinería a través del SEPE como única vía para reinventarse laboralmente. Mientras tanto, almacena lo que quedó de su tienda a la espera de que avance la vía legal.

"Solo me queda mala hostia. Cierro, pero no con tristeza. Cierro cabreado. He pagado miles de euros en impuestos para que ahora, cuando más lo necesito, nadie me haya tendido la mano", reconoce.

"Yo al menos tengo un techo y una familia que me apoya. No quise quitarle ayudas a alguien que las necesite más. Pero cuando por un incendio provocado tú lo pierdes todo y el sistema ni te mira… te das cuenta de lo solo que estás", concluye, esperando recuperar algún día las riendas de su negocio.