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La artista Tatiana Abellán desarrolló en 2013 un proyecto titulado ‘Fuisteis yo’. En esta obra reflexiona sobre el olvido, la presencia y cita a André Mongold “solo el futuro tiene a su disposición reveladores lo bastante fuertes como para hacer que la imagen salga a relucir con todos sus detalles”. Y es que entre esos pensamientos tan complicados en los que navega la memoria, el recuerdo, la nostalgia y la perspectiva del presente se mezclan las emociones de aquellos lugares que se viven o que impactan. Los espacios públicos, por su condición popular que cualquiera puede disfrutar se convierten en atmósferas de memoria y recuerdo que quizás solo se revelan en el futuro. El paso del tiempo arrastra frases que solo se verbalizan décadas después, con narrativas que siempre comienzan con un “yo me acuerdo”. Pero no todas las memorias se arraigan en el espacio, algunas desaparecen de manera inevitable como aquella mañana de invierno de 1983 en Nueva York que el artista David Hammons decidió vender bolas de nieve en la calle.

Las plazas son espacios públicos que se conciben como salas de estar de la ciudad. Lugares, como decía Ortega y Gasset que “la gente funda para salir de la casa y encontrarse con otros que también han salido de la suya”, Y es que a partir de la segunda mitad del siglo XIX los proyectos urbanos comienzan a asentarse sobre la base de teorías higienistas y sociales por lo que la organización del espacio público ocupa una posición protagonista y equilibrada a diferencia de los siglos que le precedieron en los que muchos de estos vacíos urbanos eran improvisados. Los planes urbanísticos cortan de manera quirúrgica un tejido continuo, de forma que se abren espacios con zonas verdes y zonas destinadas a fomentar las relaciones sociales.

La organización del espacio público en la ciudad contemporánea forma parte del planeamiento urbanístico, pero adquiere una segunda transformación que se escapa del funcionalismo cuando los habitantes de la ciudad comienzan a colonizarlo. Un espacio de estar urbano tiene una vida útil tan dilatada en el tiempo que las cicatrices o marcas de uso pasan a formar parte de su estética y generan dinámicas funcionales. Las plazas y los parques terminan su proyecto, al igual que el resto de obras de arquitectura, cuando son habitados.

Fotografía: Nuria Prieto

El ensanche coruñés

Cuando se realiza el proyecto del primer ensanche coruñés, este no solo incluye una tipología específica para las viviendas, sino también un criterio para los espacios públicos. El primer ensanche comienza a fraguarse a partir de 1869 con el derribo de las murallas que se desarrollaban a lo largo de la actual calle Juana de Vega. El proyecto urbano ocuparía este espacio además de las Huertas de Garás. Obra del arquitecto municipal Juan de Ciórraga las obras se apruebas en 1885 pero no se terminarían hasta la década de los cuarenta con la finalización de los últimos edificios en el entorno de la Plaza de Vigo. Este primer ensanche comenzó a ser el hogar de la burguesía coruñesa, la tipología estética inicialmente prevista para el ensanche se ve progresivamente transformada por los deseos de este emergente grupo social que solicita una imagen vanguardista como el modernismo.

Los espacios públicos, sin embargo, fueron proyectados por Ciórraga de una forma clásica, el primer ensanche cuenta con tres plazas de geometría original: la plaza de Lugo (en la que se construiría el mercado), la plaza de Galicia (en la que se construiría el edificio del Palacio de Justicia) y la plaza de Vigo. La plaza de Ourense es el resultado de la regularización geométrica del trazado del ensanche con respecto al soporte territorial. De las cuatro plazas del ensanche, tres de ellas responden a un vaciado del tejido urbano, pero su ausencia de construcción residencial con las condiciones volumétricas propias del ensanche no impide que éstas sean obviamente objeto de un proyecto arquitectónico también. Las plazas del ensanche se plantearon como espacios en los que esta burguesía de principios del siglo XX se relacionaría, lugares con jardines de estilo afrancesado sin olvidar su condición urbana.

Fotografía antigua de A Coruña

Fotografía antigua

La plaza de Vigo

La plaza de Vigo es el último de los vacíos urbanos del ensanche en completarse, no por la plaza en sí, si no porque hasta la década de los cuarenta no se terminó la ejecución de todas las fachadas que la encierran. La historia de la plaza comenzó con ciertas turbulencias, ya que fue escenario de quema de libros durante la Guerra Civil, y su existencia como vacío fue cuestionada en varias ocasiones ya que se eligió como ‘parcela’ propuesta para la construcción de la Casa de Sindicatos y posteriormente del Palacio de Justicia. Aunque este último fue finalmente construido en la plaza de Galicia. Las fachadas que dan a la plaza son, en algunos casos singulares ya que a ella dan el edificio Barrié de Tenreiro y Estellés (1926), la sede de la Tesorería de la Seguridad Social (inicialmente Instituto Nacional de Previsión), en otras, son lugares de la memoria como el edificio de los cines Equitativa.

La plaza, fue proyectada como un salón urbano con arbolado y jardines que se adaptaban a la pendiente del territorio. En el centro de la plaza se disponía un interesante conjunto en forma de fuente que culminaba la composición del espacio urbano. Esta primera configuración desapareció con la decisión de construir un aparcamiento subterráneo bajo la plaza. Este proyecto cambió el concepto de la plaza de forma sutil y creó una enrome oposición social ya que, en la parte de menor cota, el aparcamiento alcanzaría la altura de los bajo comerciales de la fachada opuesta de la calle. Por otra parte, esta misma condición de diseño provocaba cierta alarma, ya que los niños jugaban en la plaza, y los vecinos argumentaban que los pequeños podían caerse a la calzada. El aparcamiento fue inaugurado el 15 de Julio de 1969, convirtiéndose así en uno de los más antiguos de la ciudad. Construido por la empresa Rodolfo Lama, el aparcamiento fue bendecido el día de su inauguración por el párroco de la cercana iglesia de Santa Lucía.

La obra final estaba formada por el aparcamiento y un conjunto de bajos comerciales que daban a la calle Federico Tapia. En la calle Menéndez Pelayo se encontraba, además, la antigua comisaría de policía que posteriormente se trasladaría al puerto antes de la construcción del aparcamiento.

El aparcamiento creó un plano horizontal y se repuso en gran medida el ajardinamiento superior, sin embargo, se eliminó el estanque por temor a que su construcción pudiese generar filtraciones en el forjado inferior. El arbolado fue, al igual que la morfología de la plaza, objeto de debate ya que se suprimirían algunas especies de árboles, así como gran parte de la vegetación, que finalmente se repusieron en el proyecto final, aunque de forma ostensiblemente diferente. La plaza integró también un parque de juegos infantiles. La diferencia topográfica creada por el nuevo proyecto se naturalizó mediante la inclusión de escaleras y límites vegetales sobre los muros que impidiesen que los usuarios se pudiesen precipitar al vacío. Décadas después, se peatonalizó la calle Emilia Pardo Bazán al encuentro con la plaza creando un espacio público ensamblado con el tejido residencial. La plaza es hoy parte de la vida social del ensanche coruñés y, si bien, su estructura formal podría adaptarse a la contemporaneidad, funciona como espacio de relación del centro de la ciudad.

Fotografía: Nuria Prieto

Fotografía: Nuria Prieto

La construcción de la ciudad

El arquitecto barcelonés Oriol Bohigas afirmaba que “el espacio público es la ciudad”, una idea certera que define la importancia del espacio público en el proyecto urbanístico. Quizás por ello los debates en torno a la transformación de una calle o una plaza trascienden más allá del gasto público, además incorporan una compleja articulación de ideas, recuerdos y transformaciones sociales que conforman un cuerpo de pensamiento capaz de dirigir la inercia funcional y estética de un espacio.

“Las ciudades, como los sueños, están construidas de deseos y de miedos, aunque el hilo de su discurso sea secreto, sus reglas absurdas, sus perspectivas engañosas, y toda cosa esconda otra.” Italo Calvino.

Las emociones se materializan sobre la construcción de la ciudad a través del uso del espacio público, y de la creación de una narrativa en torno a él, es decir, del recuerdo de cada una de las historias que sucedieron en él. En palabras de Cesare Pavese “no recordamos días, recordamos momentos”.