Tras una visita al conjunto arqueológico de Paestum, al sur de Nápoles, el poeta griego Yorgos Seferis anotaba en su diario, con serena sorpresa, que se sentía como en casa, “Algunas veces pienso que estoy hecho para vivir recluido en este microcosmos, sin deseo alguno de abandonarlo” concluía. Paestum, conjunto de la Magna Grecia, es un fragmento cultural hallado en un lugar que ha crecido a su alrededor preservando intacta su esencia. La atmósfera de un lugar así remite a las raíces más profundas de una cultura de tal manera que alguien perteneciente a ella, incluso dos mil años después, se puede sentir en casa. Dos mil años, son demasiados desde la perspectiva del ser humano. Un periodo de tiempo tan largo solo permite soñar el futuro, pero “Soñar” como indicada Gaston Bachelard en su ensayo El derecho de soñar, “difícilmente concuerda con ver: quien sueña con demasiada libertad pierde la mirada, quien dibuja demasiado bien lo que ve, pierde los sueños de la profundidad”. Así que resulta complicado imaginar el futuro de una arquitectura, sin embargo, es posible responder a un conjunto de parámetros culturales a través de ella.
“Creyó poder ser una mirada registradora. Pero quien gusta describir mira con demasiada avidez para no dar a las cosas una parte de su propia vida” Jacques Brosse
La arquitectura no es solo un registro del hábitat, sino que necesita aplicarse sobre el mismo para constituirse como una mejora, un avance y dejar, en el lugar, parte de sí misma. Para ello, más que registrar conviene leer, no sólo el lugar sino la propia disciplina en una acción autocrítica. Las decisiones que se esconden detrás de la creatividad se fundamentan en la reflexión, en la construcción intelectual adecuada que posteriormente se transformará en construcción física.
Foto: Nuria Prieto
La creatividad es un mecanismo natural y fluido, pero esta condición libre implica una constante toma de decisiones: “las situaciones y las decisiones que derivan de la navegación en alta mar obligan constantemente a los marineros a definir una actitud —o, más bien, una forma de navegar que, en el fondo, no es solo una manera, sino un arte—, de vivir.” (Claude Obadi). Las ideas transforman la construcción intelectual en física.
El arquitecto Miguel Ángel Baldellou describe en su texto “Panorama de la arquitectura actual en Galicia” el enfoque de la arquitectura moderna, destacando la necesidad de una mayor sensibilidad para captar la esencia del lugar sin caer en el “folclorismo de la galería y el hórreo”. La introducción de la modernidad se manifiesta a través de varias constantes estilísticas: la relación con el entorno, la ordenación de los ritmos, la subordinación de las partes al todo, el sentido del módulo y la búsqueda de la unidad. Estos parámetros, analizados en detalle explican la estética y la morfología de la arquitectura moderna.
La modernidad llegó a Galicia con autores pioneros como Andrés Fernández-Albalat o Andrés Reboredo, pero muy pronto les siguieron otros arquitectos más jóvenes como Manuel Gallego. Cada uno de ellos interpreta esos parámetros modernos que Baldellou reconoce en su análisis, de manera personal, buscando poco a poco su forma de hacer. Aunque de manera acotada, es posible ver una evolución de la modernidad a través de su obra, pero también una adaptación de los conceptos internacionales a la identidad local.
Foto: Nuria Prieto
Una obra de Manuel Gallego
El arquitecto Manuel Gallego se formó en el estudio de Alejandro de la Sota tras finalizar sus estudios en la Escuela de Arquitectura de Madrid en 1963. Tras una estancia en Noruega con el arquitecto Erling Viksjø, volvió a Galicia donde comenzó a desarrollar obras aplicando todo aquello aprendido. Aunque su consagración llegaría en la década de los ochenta y noventa con obras como el Museo de Bellas artes de A Coruña (1988-1995) o la Rehabilitación del Teatro Rosalía (1994-1995), sus primeras obras en Galicia son el preludio de una nueva forma de concebir la arquitectura. Una de esas pequeñas obras, en apariencia no tan relevantes es el edificio de viviendas que Gallego proyecta en Santa Cruz en 1976. Esta obra, recogida por Baldellou entre sus ejemplos estilísticos, es un ejemplo del camino que tomaba la modernidad.
Por una parte, edificios singulares como la SEAT o la Coca-Cola de Andrés Fernández Albalat (el segundo junto con Tenreiro) realizados en la década de los sesenta, reflejaban una modernidad apoyada en el uso de elementos ligeros y transparentes, siguiendo los caminos conceptuales de arquitectos como Richard Neutra o Ludwig Mies van der Rohe. Por otra, las arquitecturas posteriores, basadas en conceptos e influencias más eclécticas, muestran una modernidad masiva en la que el hormigón, el tratamiento de los espacios, la composición formal y la organización funcional es abierta y flexible.
Este edificio situado en Santa Cruz, ocupa una parcela que sirve de remate a una manzana, por lo que debe de resolver una fachada en chaflán de gran presencia que, al mismo tiempo, mira al mar. El lugar crea así una condición paisajística, una posición que la naturaleza replica una y otra vez en los acantilados cercanos, con rocas talladas de manera natural por el mar y la erosión. La comprensión del lugar como síntesis del territorio, crea un apoyo fundamental para comenzar a trabajar en el proyecto. El lenguaje, con el que Gallego aborda el lugar es moderno, pero pertenece a una segunda modernidad, aquella que libera la forma y utiliza referentes sin dogmas. El edificio, de cinco plantas, con bajo comercial y garaje, es una obra que sigue el trazado del límite de la parcela mediante quiebros, pero eso no es suficiente, porque no crea un contacto conceptual con la morfología del paisaje, es solo con la introducción de algunas curvaturas y elementos salientes que el volumen comienza a integrarse en el lugar. Sobre este volumen se trabaja con cortes y tallados que definen los huecos y las terrazas del edificio, algo que exteriormente se percibe mediante una combinación de sombras y recortes superficiales.
Foto: Nuria Prieto
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Un volumen rocoso
Desde una mirada frontal es fácil comprender el conjunto de pliegues, más abundante en la fachada izquierda que la derecha, creando una ilusión de simetría que se rompe mediante la introducción de un balcón que sale en curva. El balcón combina su plasticidad con el recorte de los huecos para las ventanas. Gallego utiliza un elemento lingüístico muy propio del movimiento moderno, la ventana de proporción horizontal, o elongada, que permite una mirada dialogada hacia el paisaje, ya que ambos comparten la misma disposición.
Las ventanas abren así la mirada hacia los límites del horizonte. Pero los huecos, generan pequeños matices, como que algunas ventanas rompen la esquina y otras no. El ritmo de los huecos es constante en la fachada lateral que da hacia el pueblo, mientras que poco a poco se va alterando en los sucesivos pliegues, como si el acercamiento a los volúmenes fragmentados provocase la alteración del ritmo. Las carpinterías, sin embargo, se han alterado con el paso del tiempo, y algunas de las terrazas se han cerrado manteniendo la coherencia estética del conjunto.
Foto: Nuria Prieto
La materialidad del edificio acompaña al concepto y lenguaje utilizados. El movimiento moderno recurre a la materia cruda y honesta, buscando la neutralidad, la sinceridad y la ausencia de una presencia monumental. Este edificio utiliza una fachada con un tratamiento de mortero, lo que le proporciona una materialidad pétrea, lo cual concuerda con la estructura de hormigón armado. El conjunto del edificio se constituye como un gran volumen pétreo. Las perforaciones practicadas sobre el volumen se cierran con una carpintería de aluminio granate. Los recortes creados por los huecos, así como los creados por las carpinterías, se perciben como un trabajo de composición detallado con irregularidades propias de la naturaleza. Dichos detalles generan pequeñas interferencias en la percepción del edificio como un elemento excesivamente ordenado y modulado. El volumen curvo sobresaliente crea un abanico de referencias de raíz común: la construcción naval, la naturaleza rocosa del atlántico y el racionalismo coruñés. Los tres tienen que ver con la condición marítima de la ciudad, y la relación directa con el mar, algo que el movimiento moderno recoge a través de la admiración de la estética de la máquina especialmente los trasatlánticos o los trenes. Pero además este balcón se puede percibir como el mirador de un faro. La morfología del edificio anticipa con esperanza el cambio y la actitud reivindicativa.
Foto: Nuria Prieto
La arquitectura sutil y de voluntad anónima desarrollada por los arquitectos del movimiento moderno en Galicia, construye el territorio desde una profunda comprensión del paisaje que concilia materialidad y morfología. En estas obras es posible ver el paisaje con ellas, pero también a través de ellas. La relación entre arquitectura y paisaje es tal que parece haberse establecido como construcción del territorio que permanecerá en él de forma indefinida.
¿Dónde se encuentra esa tierra?
El territorio crea la base de la cultura. En él se encuentran las respuestas, pero también la serenidad de sentirse en casa. George Eliot escribe en Middlemarch “En antiguos oráculos se llamaba «sedienta de justicia» a una tierra arcaica: allí todos los esfuerzos iban encaminados al orden y a un gobierno perfecto. Dime, ¿dónde se encuentra ahora esa tierra? —¡Qué pregunta! Donde siempre ha estado: en el alma de los seres humanos.”
Foto: Nuria Prieto
Es el ser humano quien construye el territorio, así que en ese primer trabajo que toca el lugar con las manos, en realidad se comienza a definir la cultura. El contacto con las manos, según la enseñanza clásica, es aquello que permite hacerlo propio, es decir, hacerlo parte del alma. El territorio comienza a formar poco a poco parte del alma mediante la construcción del lugar sensible que dibuja la arquitectura. Y es que la compresión del territorio a través de la arquitectura construye, también, cultura.