Gómez Pérez das Mariñas, el gallego que gobernó las Filipinas y modernizó su capital, Manila

La mañana del 2 de junio de 1899, un soldado hizo sonar su corneta mientras una bandera blanca anunciaba la voluntad de rendirse de un grupo de militares. Tras 337 días de asedio en una iglesia del pueblo de Baler, en la isla de Luzón, un destacamento español conocido como “los últimos de Filipinas”, daba por finalizada su heroica resistencia. Las fuerzas filipinas se comprometieron a entregar a aquellos hombres a las autoridades españolas sin considerarlos prisioneros de guerra e incluso el primer presidente de la Filipinas independiente, Emilio Aguinaldo, emitió el 30 de junio de ese mismo año el conocido como decreto de Tarlac, en el que exaltaba la resistencia heroica de aquellos 33 hombres a los que recibió en Manila y envió de vuelta a España. De poco valió su sacrificio, ya que el 12 de junio de 1898 los filipinos ya habían proclamado su independencia del dominio colonial español, aunque Estados Unidos no reconocería esta soberanía hasta 1946. Tras más de 3 siglos, finalizaba la historia de la Filipinas hispana, una historia de la que formó parte un gallego que fue nombrado por el rey Felipe II como su 7º Capitán General y Gobernador, y que modernizó y urbanizó su capital, Manila: Gómez Pérez das Mariñas y Ribadeneira.

Gómez Pérez das Mariñas y Ribadeneira era el segundo hijo de Fernán Díaz de Ribadeneira y de su segunda mujer, Berenguela das Mariñas y Haro. Se cree que nació en Viveiro en 1539, sin embargo, algunos historiadores defienden la teoría de que Gómez es natural de Betanzos. Se casó dos veces y tuvo tres hijos: Luis, Berenguela y Gregoria.  

Descendía de dos de los linajes más influyentes en la historia de Galicia, lo que le valió para ser nombrado corregidor (gobernador) de León el 30 de enero de 1579, una ciudad que urbanizó con suma eficacia tras proveerla de fuentes, calzadas y mandar construir la Casa de las Carnicerías para el abasto de carne de la región. Este edificio todavía conserva en su fachada el escudo heráldico de Gómez Pérez, donde se recuerda su contribución al avance de la ciudad: “Hizose este edificio y las pvuentes y las calzada desta ciudad, siendo coregidor el mvy ilustre Gomez Perez das Mariñas. Año de 1581 el cval gobernó bien”.

Su labor debió de ser, efectivamente, muy exitosa, ya que Felipe II le nombró tiempos después regidor de Cartagena y Lorca y en 1586, capitán general del Reino de Murcia, cargo que ocuparía hasta el 1 de enero de 1587 y donde también realizó una labor meritoria.

En los libros del consistorio murciano se puede leer la actividad desarrollada por Gómez, desde su intervención en la fundación del convento de Nuestra Señora del Carmen, hasta todas las obras públicas que llevó a cabo en la ciudad para modernizarla y sanearla.

En 1589, cuando se disponía a ocupar el cargo de corregidor de Logroño, Felipe II, en recompensa por el apoyo de sus antepasados a la Corona y por su buen gobierno en los anteriores cargos, le nombra 7º Capitán General de Filipinas y caballero de la Orden de Santiago.

Partió el 8 de junio de 1589 junto a su hijo Luis desde Cádiz vía Nueva España (México), con los navíos La Capitana y La Almiranta, llegando a Manila en mayo de 1590.

Tras la toma de posesión de su cargo y consciente de la vulnerabilidad que presentaba la defensa de Manila, como había quedado patente cuando fue tomada por el pirata chino Li-ma-hong en 1574, Gómez decidió cerrar y fortificar la ciudad con un recinto amurallado de 3.510 metros de circunferencia que contaba con seis grandes puertas y dos postigos con puentes levadizos al modo europeo. 

Además, sustituyó el viejo fuerte de Santiago, construido en madera, por una sólida construcción de piedra que lo convirtió en inexpugnable y su principal bastión.

Levantó varias instalaciones militares como talleres de fundición de artillería, edificios para los acuartelamientos de tropa u hospitales, y puso en práctica un programa de reparación y construcción de nuevos buques con el objetivo de defender y desarrollar el comercio con Acapulco, sustento vital para la ciudad de Manila. También decidió reformar la Catedral de Manila, compuesta por materiales como la madera y la paja, que fueron sustituidos por grandes bloques de piedra, y fundó el Colegio de Santa Potenciana destinado a las huérfanas, primer colegio de mujeres de Filipinas.

En el aspecto social, Gómez instauró varias disposiciones a favor de los filipinos, como la flexibilidad en el pago de impuestos o la prohibición de hacer esclavos, tanto a los españoles como a los filipinos, además de prohibir a los chinos participar en el “comercio al por menor”, una medida que le llevaría a ganarse la enemistad de esta comunidad y que con el tiempo acabaría costándole su vida.

Sabedor de la necesidad de evangelizar a los pueblos que gobernaba, el gallego dispuso la impresión de un manual de doctrina cristiana en idioma tagalo y chino, así como unas ordenanzas para el buen gobierno de la isla y fundó una ciudad, Dasmariñas, a 25 kilómetros de Manila, en la provincia de Cavite, que en la actualidad cuenta con casi un millón de habitantes.

Destacó también su labor diplomática y fue el primer gobernador del imperio español en establecer contactos con Japón, nación que quería hacerse con Filipinas, además de potenciar las relaciones comerciales con China.

En 1593, llegó a Manila una delegación enviada por el rey de Camboya, portando un tratado de amistad en el que pedían a Gómez ayuda militar en su lucha contra el rey de Siam, que intentaba usurparle el trono. El gallego necesitaba contar con un país aliado, dadas las continuas amenazas procedentes de Japón, así que accedió a las peticiones del dignatario camboyano, aunque pospuso la ayuda para más adelante, ya que había llegado el momento de realizar uno de sus principales proyectos, la conquista de las Molucas, que había estado preparando desde su llegada al poder. 

Tras reunir una flota de guerra compuesta por 1.000 españoles, 1.500 filipinos y 500 chinos a bordo de 200 embarcaciones, la expedición partió de Manila el 17 de octubre de 1593. Tras varios días de navegación, el 25 de octubre, el gobernador ordenó anclar las naves tras ser sorprendidos por un fuerte temporal que separó su buque insignia del resto de la escuadra. Pero, aprovechando la noche, los chinos se sublevaron y dieron muerte al gobernador y a cuarenta de los españoles que le acompañaban.

Su hijo Luis, quien le sucedió en el gobierno de las Filipinas, no pudo cumplir sus últimas voluntades, entre las que estaba la de ser enterrado en el Convento de Santo Domingo de Manila para posteriormente retornar a su tierra para descansar en el convento de San Francisco de Viveiro. Su deseo nunca pudo ser satisfecho, ya que sus restos mortales quedaron para siempre sumergidos en algún lugar de las aguas del Mar de la China en un triste final para un gallego tan extraordinario.

Notal del autor: Mi más sincero agradecimiento a Constantino, uno de mis lectores a los que conocí durante la Feria del Libro de A Coruña, por hacerme llegar esta maravillosa historia.

Iván Fernández Amil. Historias de la Historia.

Referencias:

• es.wikipedia.org
• lavozdegalicia.es
• mundioario.com
• dbe.rah.es
• autopista.es
• hispanopedia.com
• cronistadebetanzos.com
• larazon.es
• elconfidencial.com