18 septiembre, 2022 02:29

Era jueves, 15 de septiembre, en las butacas del Teatro Bellas Artes, cuando el público se puso en pie para cantarle a Eusebio Poncela su cumpleaños feliz tras la función de El beso de la mujer araña. “He cumplido años, tesoro, y sí, el mismo día que la reina Letizia”, dice el actor -tan hermoso, levantisco, inconmovible…-. Pero no revela su edad, como las folclóricas. Lo miraremos en Google. De acuerdo: son 75. Qué importa, en verdad, si él es tan largo y eterno. Decía Manuel Alcántara que lo relevante no es ser clásico o moderno, sino ser hondo.

Cuenta Eusebio con esa gracia suya oscurísima que le cantaron los amigos, los enemigos, los amantes “y los que me odian en secreto, que parece ser que hay muchos”. “Esos seguro que hicieron ‘playback’, ¿no crees?”, le pincho. “Qué tía. Seguro que sí. Hijos de puta. Menos mal que me chupa un huevo”.

Qué faltón es Poncela, qué divertido, qué portentoso. La suya es una maldad muy exquisita, muy juguetona: una quiere pulsar todos los botoncitos de su carácter echado al monte para ver qué pasa. Resulta muy cambiante, muy mercurial. Temible, incluso. Él sabe que imprime esa tensión y se frota las manos. Son las hechuras de una leyenda. Es sagaz, o sarcástico, o dulcísimo -con la voz afelpada, arrulladora- si le viene en gana. Está jugando, Eusebio. Nunca hizo otra cosa que jugar. A ratos le miro y me devuelve la mirada una pantera. Suave como el peligro, el peligro de vivir de nuevo.

-¿Tú eres bipolar, querida?

-Yo sí-, le digo, por probar.

-Pues yo también, así que las cosas me gustan y me horrorizan al mismo tiempo, ¿sabes lo que te digo? Como lo de que me canten “cumpleaños feliz”, te decía…

-Lo peor es la cara, Eusebio. Nunca sabe uno qué cara poner mientras nos lo cantan, ¿no?

-Pues cuál voy a poner, hija, la que tengo, qué remedio. Esta cara de putón cardíaco.

Eusebio Poncela

Eusebio Poncela Sara Hernández

Es un marginal, dice. Por yonqui, por artista, por maricón, por desobediente. Hace décadas que es un buen chico y no pisa los viejos bosques de jeringas brillantes -los de las noches canallas-, pero el sambenito es para toda la vida: qué quieres, esto es España, el país de la memoria interesada. Lo cierto es que está en plena forma. En el escenario luce tan fibroso, tan conmovedor, tan frágil, tan emocionante: en este montaje de Carlota Ferrer -hijo del colosal libro de Manuel Puig- interpreta a Molina, preso en dictadura por ser homosexual, por ser un travestido, por soñar con ser mujer y sumisa, por su coqueteo con un menor de edad.

Qué distinto se ve el mundo encaramada en sus tacones: más bello, quizá, más vertiginoso.

Molina comparte celda con Valentín Arregui, un chaval preso por subversión. Pero a él le dan igual la política, y las armas, y los libros de sociología de su compañero rebelde: su lenguaje son los boleros y las películas de amor. Eso es todo lo que tiene para hablarle. Eso es todo lo que tiene para acercarse a su corazoncillo seco, enjuto, rocoso, educado sólo para la revolución.

“Toda la obra está divinamente escrita. Es una obra my compleja, aunque parece sencilla cuando la lees, pero luego empiezas a ahondar y es de una complejidad extraordinaria. Sumando que había mucha gente que me decía “¿tú crees que estará vigente?”. Pero, ¿perdona? ¿No va a estar vigente? Cuando nosotros seamos ‘lo que el viento se llevó’, dentro de muchos años, aún tendrá unas aristas perfectas para el futuro, para el futuro lejano”, lanza Eusebio, luminoso.

Dice Poncela que estaba en París cuando murió Franco y tomó LSD para celebrarlo y que de los ‘presis’ de la democracia le guarda coraje a Zapatero

Ha estado metido en numerosas series de éxito, como Curro Jiménez, Águila Roja, Isabel o El accidente. Fue heroinómano en Arrebato, etarra en Operación Ogro, fornicador intelectual en Martín (Hache). También protagonizó la primera escena de sexo anal del país en la que dos amantes homosexuales se hundían mirándose a los ojos: La ley del deseo la dictaron muy clarita Antonio Banderas y él, y es más sagrada ya que la mismísima Constitución. “Yo esto quiero dejarlo atrás y avanzar, mi amor. ¿No somos tan modernos, coño? Pues a ver si es verdad y dejamos de hablar de los ochenta. Los de siempre contando lo de siempre… cuantísimo mamoneo y baboseo con ese tema”. Pues vale, Matador.

Dice Poncela que la belleza es superación, que estaba en París cuando murió Franco y tomó LSD para celebrarlo, que de los ‘presis’ de la democracia le guarda coraje a Zapatero, “por inepto, por inútil, porque por su culpa no dimos el salto”. Dice que Almodóvar es “un gran trabajador de sí mismo” -tómatelo como quieras-, y que no piensa ver, porque no le interesa lo más mínimo, Dolor y gloria, la película autobiográfica donde los mentideros cuentan que el manchego le retrató con el personaje de Asier Etxeandía. Es que siempre sale guapo, Eusebio, porque es un tipo muy poético. “Cada uno es muy dueño de contar su vida y de justificarla como le salga de los huevos”.

Vamos hacia el patio de butacas para charlar. Un mundo rojo. De camino, besa a una de las señoras de la limpieza, que le aprieta los mofletes como a un chiquillo, y baila con ella un vals casi nupcial.

Eusebio Poncela.

Eusebio Poncela. Sara Fernández

P.- Esta obra se cuenta a posteriori, cuando los dos protagonistas ya han fallecido. ¿Qué saben los muertos de la vida que nosotros no sabemos?

R.- Joder, ¿de verdad me estás preguntando esto?

P.- Eusebio, es que yo soy muy intensa.

R.- Yo tampoco (ironiza y se parte). ¡Pero bueno! Querida mía, yo tengo muchos muertos detrás. Soy un hombre cargado de muertos. Se me fueron, ¿sabes? Si no por una cosa, por otra. Me acuerdo de ellos. Pienso en mis viejos amigos caídos con detalle, están vivos en mí, ¡son mis muertos y mis muertas!, estuve unido a ellos, les nombro yo solito, pero más allá de eso, yo nunca le he tenido miedo a la muerte, nada en absoluto, y eso que me quedan cinco minutos.

P.- No digas eso.

R.- ¡Es que me da igual…!

P.- Pero a mí no.

R.- No me eches tanto de menos (ríe). Me parece lo más normal del mundo la muerte. Nunca he tenido ansiedades con ese tema.

P.- Y eso que has vivido intensamente. Al límite, diríamos, carro en llamas…

R.- ¡Oh! Por supuesto. He tenido cuatro o cinco resbalones. He estado a punto. ¡Soy un genio de la supervivencia! Los muertos saben algo que nosotros no sabemos, sin duda, y ojalá lo averigüemos tarde, ¿no te parece? Hay muchas formas de estar muerto. Mira, yo vivo en San Lorenzo, y tengo ahora que pasar todos los días por Gran Vía, ese parque temático. El mundo entero es un parque temático, qué más da, Times Square, Donosti, qué sé yo, qué parecido es todo, los mismos comercios, la misma gente… y la gente tiene la cosa de que cruza la calle con el móvil.

Van cruzando el paso de cebra, oye, como muertos, mirando la pantalla… autómatas, zombies, ¿te parece que soy un vieja escuela? Me chupa un huevo, tesoro. ¿Dónde está el gozo de mirar los edificios y fijarte en la arquitectura, si es brutalista, ay, cómo me encanta? O las nubes pasajeras, que en Madrid tenemos algunas que te cagas. La observación, decía: “¿Y aquella mujer, con esas zapatillas…? ¿Qué vida llevará esa mujer?”.

"Ahora la gente se cree que por hacerse un selfie, existe. Pobres" 

P.- Oye, enamorarse en el metro. “Miro salvajemente a la cara de la gente por si una cara me cambia salvajemente la vida”.

R.- Es bello eso, ¿no? Tantas cosas para mirar sin ser vistos… mira que yo vivo en el quinto coño de un pueblo, arriba, arriba, arriba, y vivo allí porque las vistas son increíbles, y saco al perrinchi y veo a la gente que no repara en el entorno alucinante. ¡Muertos, joder! Pero son muertos que no nos importan un huevo. Se creen que por hacerse un selfie, existen. Pobres. Es un poco de hijo de puta lo que hacen.

P.- La era de la vanidad.

R.- La vanidad está bien, es como todo: puede ser una fuerza o puede ser una puta mierda, ¿me entiendes?, y esta vanidad de la que hablamos es del segundo tipo. O el narcisismo este de los… ¿cómo se dice?… ¿”millenials”? Anda y que os den por el culo (se parte). Perdón, ¿eh?

P.- ¿Tú te has sentido preso, alguna vez, como Molina, tu personaje? ¿Han intentado capturarte?

R.- Sí, desde luego, pero sin éxito. Soy escurridizo. Me acuerdo del difunto Juan Diego, que a mí me llamaba “gato”.

P.- ¿Porque tenías muchas vidas o porque caías de pie?

R.- Qué sé yo, nunca fui muy amigo de él, pero trabajamos juntos en algunas películas. Tenía razón, soy un gato salvaje. Cada vez que vengo a una compañía, noto que la gente me mira con cierta sospecha, ¡como si me temieran, un poco, qué tontería! Me ven como a un ser imprevisible. Y lo soy, pero luego soy un solete, mi amor. Yo me sentí preso, claro, mucho tiempo, de las drogas. Preso de mis adicciones, pero eso pasó hace siglos. Ah, que fui yonqui, sí, pero ahora soy el icono de la salud (se troncha).

"Pasé de ser yonqui a ser el icono de la salud, ¿sabes por qué? Porque puedo" 

P.- ¿Un chico abstemio?

R.- No tomo nada. Si salgo, oye, no me corto un pelo, me tomo unos cuantos dry martini. Pero las salidas estas de bebercio y tal… es lo máximo. Luego tengo botellas de whisky en casa que me regalan y tal y pueden estar siglos ahí, haciendo telarañas. No me tientan nada, cero. Pasé de Málaga a Malagón, como en todo lo que hago, porque soy un radical, soy exagerado en todo lo que hago. Pasé de tomar de todo a no tomar nada. ¿Sabes por qué lo hago, cariño?

P.- ¿Por qué?

R.- Porque puedo hacerlo. Por lo visto, soy solvente, ¡fíjate, lo que acabo de decir…! De profesión: solvente, guapa. Y luego no he tenido ansiedades de ningún tipo ni añoranzas de ningún tipo. No pienso en los que me pusieron la zancadilla ni en los que intentaron hacerme preso. He sido yonqui, a mí qué me importa, ¡pues ya no!

P.- ¿Dirías que estás en paz?

R.- No, tampoco te pases (ríe), tampoco la necesito. ¿Qué pinta la paz en mi vida? Hacer teatro es estar despierto, es estar tenso, pendiente, alerta. Mi nueva pasión es pintar, y ahí siento lo mismo. Sale bien, sale mal, qué sé yo, vivir saltando no es estar en paz, pero es estar de puta madre.

P.- Ésta es una obra que también habla de la posibilidad de la revolución. Tu compañero de celda es un activista, un preso político. En su día me contaste que tu padre era un hombre comunista, muy altruista, que murió luchando por el barrio de San Blas. ¡Pero tú eres un disfrutón divino…!

R.- Mira, mi padre había perdido la guerra, había perdido como socialista, y se quedó ensimismado en sí mismo. Yo no quería eso para mí, no quería ser lo que veía: un hombre muy elegante, muy divino, más bueno que el pan, pero… ¡atónito! ¡Le dejaron atónito! Yo también sabía que si quería ingresar en el Partido Comunista a los 15 años ¡yo no podía, por maricón! No te dejaban. Te vetaban. Y ah, ahí yo ya era yo, de la cabeza a los pies, de norte a sur… es lo único que tenía y lo único que tengo. “¿Usted qué quiere hacer en la vida, entonces?”, me decían. Y yo, para joder, decía: “¿Yo? Divertirme”. Así que me hice hedonista. 

Eusebio Poncela.

Eusebio Poncela. Sara Fernández

P.- Siempre ha sido lo que más le ha molestado a la gente. Dientes, dientes, que es lo que les…

R.- (Ríe). ¡Es que molesta muchísimo ver a alguien pasándoselo bien! Se nos mira como a superficiales, como a frívolos. Con lo profundo que es divertirse, ¿verdad, baby?

P.- Así que también eres… anarquista.

R.- Desde luego. Anarquista y anárquico, profesional y con carnet.

P.- ¿Qué sería lo primero que derrocarías si tuvieras poder para hacerlo?

R.- ¿Sabes lo que pasa? Que estoy dejando de ver las noticias porque veo cosas muy raras y me pongo de muy mala hostia, y yo de mala hostia no me recomiendo a nadie, ¿entiendes? Derrocaría… es que… lo tengo en la punta de la lengua pero no me sale de los huevos darle más publicidad… me jode un montón de pronto ver periódicos que me gustan haciéndole más publicidad al gilipollas éste que tenemos aquí en Cibeles que al arte y a la cultura.

P.- ¿A Almeida, dices?

R.- ¡A ese! O a la otra pedorra, Ayuso. Les ignoro pero les derrocaría. Derrocaría a la gente como ellos, a la gente que estorba, que engaña, que es diletante, que no sabe ni hablar, que no tiene propuestas, que no tiene propósitos, y que lo único que quiere es hacer negocios con los amigunchos de su hermano… a esos les derrocaría. Porque eso me toca. Yo hago política en mi metro cuadrado. De aquí no salgo. No pertenezco a agrupaciones, no pertenezco a ningún club, ni a un grupo de rock and roll, ni a nada.

Defiendo el metro en el que estoy, y estoy en Madrid. Así que derrocaría 40.000 cosas que pasan en Madrid. Yo adoro a todas las congregaciones marianas que haya para el feminismo y para el colectivo LGTBI, lo que tú digas, pero yo no he votado nunca a nadie en la vida, y eso es algo que mucha gente me puede reprochar, con razón, pero que les den por el culo. No lo he hecho. Hay grupúsculos maravillosos y necesarísimos, pero no me sale del alma, no me sale del cuerpo, qué se yo.

"Derrocaría a Almeida y Ayuso, a la gente que estorba, que engaña, que es diletante y que no sabe ni hablar" 

P.- Tu personaje está encerrado por homosexual, por travestirse, por coquetear con menores… ¿es de los primeros personajes transexuales?

R.- Él quiere ser mujer, pero en el tiempo en el que se está estableciendo la acción, no existe ese proceso, ese tránsito. Ella-él declara antes de irse que es una mujer con defecto, y el defecto es el pene. Fíjate lo que puede variar en tan poco tiempo… y ahora la felicidad que puede tener alguien que se sienta mujer y pueda conseguirlo.

P.- ¿Alguna vez el pene ha sido un defecto para ti?

R.- No, no, no, no (se ríe a carcajadas).

P.- ¿Y el de los demás? Aunque sea el pene ajeno.

R.- (Sigue riendo). Puede que en algún momento no haya cumplido con mis expectativas, pero… ¡qué sé yo, tesoro! No por defecto, sino por el acelerón que llevaría. No, no. Yo he estado muy satisfecho. Con este personaje lo que pasa es que me ha costado muchísimo acercarme a él, de verdad. Es un hombre con una fijación femenina sumisa, y yo no he sido sumiso en mi puta vida, como está clarísimo. No he querido ser mujer nunca ni se me ha pasado por la cabeza.

P.- ¿Tú cómo supiste que eras gay? ¿Recuerdas la primera pulsión erótica de tu vida?

R.- Yo a los tres años dije “papá, soy gay”.

P.- ¡Primeras palabras! Un nene precoz. 

R.- (Ironiza). La primera vez que se dijo “soy gay” en España lo dije yo, ¿sabes? ¡La palabra la inventé yo! No fue en USA, no fue en Ohio, fue en Vallecas, nena, se lo dije a mi padre y se cayó de culo. “Papá, creo que he inventado una palabra y un sentimiento”. A los tres años sabía que iba a ser actor… entiéndeme, es broma. ¿Qué sabía yo lo que era ser actor o lo que era ser gay? Sin embargo, soy actor, soy gay. A muchísima honra. Lo que te quiero decir es que estas cosas son…

P.- ¿Innatas? ¿Devociones, pasiones?

R.- Qué profunda te estás poniendo (risas). Pero sí, sí. Son incluso vocaciones. ¡Es mi vocación ser gay y ser actor!

Eusebio Poncela.

Eusebio Poncela. Sara Fernández

P.- ¿Qué tipo de homofobia subyace en la España actual?

R.- Aparentemente la cosa se ha estabilizado un poquito, ¿no? Ya no matan, como antes, a una pareja de chicas o de chicos porque se están besando en la calle. O no los apedrean. ¡Ojo, aún sucede alguna vez! Es un horror. Yo sigo notando cierta mirada… no sé cómo decirte, sobre todo hacia la gente homosexual que no disimula, que es como es, como yo, que soy como me estás viendo contigo y ya no me cambia ni mi santa madre que resucitara. Ahora la homofobia es más hipócrita.

P.- Hay una idea tremenda en la obra y es la de que el amor es diluirse en el otro: en un momento dado, los presos se olvidan de quién es quién. ¿Cómo ama un individualista como tú?

R.- Me imagino que esto es una cuestión de tiempos. Date cuenta que en esta obra estoy defendiendo y amando a una persona que, todo lo que dice, yo no lo suscribo en ningún momento. Pero le entiendo y lo admiro. Diluirse debe ser maravilloso, pero… me parece imposible. Yo me puedo diluir media hora, no más. Soy de los que duran poquito (ríe). Me canso rápido. He precipitado rupturas con gente maravillosa, maravillosa, maravillosa, simplemente por lo rápido que yo me desapasiono de la pasión. Tengo la mecha corta.

P.- Putón cardíaco, te autobautizaste.

R.- Sin duda, soy la peor clase de putón que existe. Pero soy orgánico, por lo menos. Yo lo admito. Y con eso me he podido hacer desgraciado a mí mismo y a otras personas, pero… mira, me parece simpático mi desastre.

P.- ¿Tú estás de acuerdo con Molina en que “la gracia, cuando un hombre te abraza, es que te dé un poquito de miedo”?

R.- Bueno, tiene su morbo, pero es tan políticamente incorrecto decirlo… a mí me parece que tiene lo suyo, qué quieres que te diga, chata.

P.- “Qué triste ser una mujer pantera: nadie puede besarla. Tú eres una mujer araña, porque envuelves a los hombres con tu tela”, decís en la obra. ¿Eres tú un hombre-araña? ¿Cómo seduce Eusebio Poncela?

R.- Los seductores no tenemos ni puta idea de cómo lo hacemos, ese es el secreto. Se hace poco planning. Ni tejido de araña ni nada. Seductor.com. Nos sale y a tomar por culo.

P.- Oye, ¿y qué pasa con Pedro Sánchez? ¿No viene por el teatro?

R.- Todavía no. Pedrito, hijo, ¿qué coño pasa? Que yo sé que tú viajas mucho y tal y cual, pero vente al teatro. Bueno, mira, ¿sabes qué, Pedro? Haz lo que te salga de los huevos, que tienes muchas ocupaciones. ¡Ya comprendo! Pero te digo una cosita, Pedro: no se ha visto una puta foto tuya en el teatro. Es raro de cojones. Que me caes bien, ¿eh? Pero pásate por el teatro de una vez. Haz el favor, maricón.