Un sanitario durante la Covid-19.

Un sanitario durante la Covid-19. Reuters

LA TRIBUNA

Balance final a mil días de la Covid-19

Los disparates cometidos durante la Covid no entienden de tendencia política. Nadie puede presumir de éxitos incontestables y todos tienen mucho que ocultar.

16 marzo, 2023 02:27

Han pasado ya tres años desde que comenzó la pesadilla de la pandemia de Covid-19. La desgracia no nos afectó sólo a los españoles, pero ha mostrado suficientes rasgos propios en España como para sacar algunas conclusiones. Las naciones no son en esto distintas a las personas. Pueden aprender de los errores y tratar de mejorar. Pero es probable que en este caso no se haga nada.

Todo indica que, de momento, nos damos por satisfechos con evitar el recuerdo del pasado y con tratar de salir adelante, como podamos, entre las graves dificultades heredadas de esa crisis.

Esta actitud es profundamente injusta con las víctimas de la pandemia. Que han sido centenares de miles si contamos no sólo a quienes han muerto o contraído la enfermedad, sino también a las víctimas del desastre económico posterior.

La policía autonómica catalana controla el cumplimiento del confinamiento en Barcelona.

La policía autonómica catalana controla el cumplimiento del confinamiento en Barcelona. Reuters

Una explicación sencilla de esta actitud es que nadie está en condiciones de sacar un rédito político claro de la pandemia porque todos, a un lado y al otro, cometieron errores. 

Pero los disparates cometidos durante la Covid-19 no entienden de tendencia política. Nadie puede presumir de éxitos incontestables y todos tienen mucho que ocultar. No sólo en lo relativo a la gestión sanitaria, sino también respecto a las enormes cifras de dinero gastado en medio de una absoluta falta de control. Avergüenza recordar el precio pagado por unas mascarillas bastante menos necesarias que otras prioridades.

"Sánchez nos permitió movernos un poco, pero sin perder de vista el listado de prohibiciones decididas por una inexistente comisión de sabios"

Los españoles aceptamos con paciencia franciscana que los mismos que nos habían dicho días antes de empezar la pandemia que no había nada que temer cerrasen el país a cal y canto sin reparar en los daños que esta barbaridad (por lo demás declarada inconstitucional a destiempo, como siempre) causaría a los españoles.

Meses después, un emocionado presidente del Gobierno nos comunicó que habíamos "vencido al virus". Sánchez nos permitió movernos un poco, pero sin perder de vista el listado de prohibiciones decididas por una inexistente comisión de sabios.

[Opinión: Covid-19, balance de febrero de 2023: último balance mensual]

Los políticos mienten con asiduidad, a veces con cierta habilidad. Pero nunca se nos ha mentido tanto como en esta siniestra circunstancia. Jamás se nos advirtió, por ejemplo, de que el virus atacaba con especial virulencia a las personas de mayor edad, pero que era casi inocuo en los jóvenes. Esta información esencial se ocultó con saña.

Los datos sobre mortalidad que se transmitían a los asustados ciudadanos fueron siempre caóticos y sólo sirvieron para dos fines aparentemente contradictorios, pero convenientes a los intereses del Gobierno: dar la sensación de que había un peligro mayúsculo e indiscriminado, lo que servía para justificar el encierro, e insinuar que el Gobierno mantenía el control de la situación y que sabía lo que hacía.

Sánchez llegó a hablar todos los días por televisión durante unas semanas y se hizo sustituir luego por un colegio militar que diera sensación de respetabilidad a las chapuzas cotidianas que se bautizaron como "campaña contra la pandemia".

Sánchez mantuvo al frente de la "comunicación científica" a un supuesto especialista que funcionaba como un fusible. Cuando alguien es rotundamente catastrófico se le puede cesar evitando mayores desperfectos. Pero ni siquiera eso fue necesario, dada la infinita paciencia de los españoles.

Es verdad que el clima de miedo imperante se basaba en el hecho de que nunca existió, en ningún lugar, un acuerdo de base sobre la forma de enfrentarse a una enfermedad que no se sabía hasta dónde podría llegar. Pero el caso español sobresale en el conjunto mundial por tres características fundamentales.

"Sería interesante saber a qué se dedicaban por aquel entonces los médicos españoles cuya función consiste en la detección de epidemias"

La primera es el fracaso rotundo de los sistemas de previsión, lo que deja en broma macabra la presunción habitual sobre la gran calidad de nuestro sistema sanitario.

Es inaudito, en este sentido, que no se tomasen medidas con cierta rapidez a la vista de lo que estaba pasando en Italia. Pero las advertencias que llegaban desde los centros de salud al sistema hospitalario sobre una neumonía atípica quedaban perdidas en la selva de ineficacia burocrática que atenaza al sistema sanitario.

Sería interesante saber a qué se dedicaban por aquel entonces los centenares de médicos especialistas cuya función consiste, precisamente, en la detección de epidemias.

En segundo lugar, la imprevisión sobre medidas de protección del personal sanitario, que sirvió de factor multiplicador durante las primeras jornadas.

Igual de escandaloso es que el Gobierno no fuese capaz de organizar en menos de 24 horas un sistema eficaz para garantizar el suministro de mascarillas, dado que su fabricación es algo menos complicada que la de una bomba de neutrones.

Es razonable suponer que hubiera bastado una indicación a tiempo a cualquiera de nuestras poderosas industrias textiles para resolver en pocos días el suministro de esta joya de alta tecnología que numerosos espabilados se apresuraron a traer de China a precios astronómicos. El escándalo de Tito Berni o de cualquier otro individuo semejante es una verdadera minucia comparado con los chorros de dinero dilapidados para que se pudiesen enriquecer quienes tenían amigos a los que acudir para hacer contratos millonarios trayendo mascarillas de China, si es que se trajeron.

En tercer lugar, y no es lo de menos, la severidad y excesiva duración de las prohibiciones (con muy escasa base científica) decretadas por el Gobierno. Nadie ha dado cifras sobre el precio real pagado por el secuestro domiciliario. Pero el colmo es que se recurra a la pandemia como causa del actual desastre económico.

Nuestro Gobierno no ha sido tampoco capaz de contar bien los muertos, algo en verdad del todo escandaloso. Una insolvencia que ha servido para dar en cada caso la cifra que pareciese más oportuna y que ha dejado perplejos a los especialistas internacionales, que se asombraban de la incoherencia de los listados españoles.

"Cuando llegue la siguiente pandemia, el sistema sanitario no se habrá corregido y estará todavía más desarbolado"

Al final, la gran operación vacunal ha servido para dar una falsa sensación de eficacia y solvencia al tiempo que se daban a conocer las cifras con las que el Gobierno ha apoyado los procesos de investigación de la vacuna española. Todavía sin concluir, por cierto.

Si no hacemos una revisión crítica de todo lo que las autoridades han hecho y han dejado de hacer durante la pandemia, la próxima vez que pase algo similar se volverán a cometer los mismos errores.

Aunque esta vez, con tres variantes.

1. La primera es que el sistema sanitario no se habrá corregido y estará todavía más desarbolado.

2. La segunda, que aquellos que se han enriquecido durante la pandemia tardarán menos tiempo en hacerlo, porque les pillará entrenados.

3. La tercera, que los ciudadanos no aceptarán de manera tan sumisa y mansurrona una tomadura de pelo como la que han supuesto muchas de las medidas estrella de nuestros políticos, siempre dispuestos a apuntarse tantos.

Ignoramus et ignorabimus

*** José Luis González Quirós es filósofo y analista político. Su último libro es La virtud de la política.

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