Desde el pasado 7 de octubre, hay personas que vociferan su apoyo a la "causa palestina".

Hay otras que, el domingo pasado, en Francia, se manifestaron en silencio, sin consignas, absteniéndose de apoyar a "un bando" más que al otro.

Pero yo apoyo a Israel.

Aunque, como los hombres y mujeres de buena voluntad, miembros del colectivo francés Une autre voix [Otra voz], que el pasado domingo se manifestaron en silencio "por la unidad y la paz", lamento todas y cada una de las muertes de civiles que ha provocado esta guerra atroz.

Un soldado israelí, de camino a la franja de Gaza.

Un soldado israelí, de camino a la franja de Gaza. EFE

Y como activista de los derechos humanos que soy, como persona que se ha pasado buena parte de su vida advirtiendo del destino que sufrían los uigures; los chechenos; los bosnios, hostigados; los darfuríes y tutsis que eran víctimas de un genocidio; los cientos de miles de sirios masacrados ante la indiferencia de las naciones; las innumerables víctimas de las guerras del mundo a las que nadie presta atención y también, por supuesto, a los palestinos diezmados por sus "hermanos" jordanos, condenados al ostracismo por sus "protectores" egipcios, sacrificados por las naciones "hermanas" del mundo árabe-musulmán, así como por sus propios e indignos dirigentes, este defensor de los derechos humanos no puede sino indignarse, sí, él también, por las insoportables imágenes que nos llegan de Gaza.

Pero yo apoyo a Israel porque esta guerra la ha buscado Hamás y, por desgracia, no había más remedio que librarla.

Apoyo a Israel porque se enfrenta a una coalición de fuerzas que se extiende de Hamás a Hezbolá, pasando por los hutíes de Yemen. Una coalición que, si consiguiera ni que fuese la pseudovictoria de un alto el fuego sin que se produzca la liberación de los rehenes israelíes, aún se haría más fuerte.

Apoyo a Israel porque sé que, detrás de esas fuerzas, prepara su emboscada el poderoso Irán (su mecenas), la inmensa Rusia (único país que ha recibido con honores a los responsables del pogromo del 7 de octubre) y, en cierto modo, Turquía (¿acaso no "maldijo" Erdogan, ante su parlamento, a un Israel tildado de "Estado terrorista" cuya "legitimidad" se ha "puesto en entredicho" por "su propio fascismo"?).

Apoyo a Israel porque China, por el momento, se ha contentado con declarar, por medio de su ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, que la actitud de Israel "pone en tela de juicio la noción del bien y del mal, así como los principios fundamentales de la humanidad" (¡ahí es nada!), pero les bastará un paso más para entrar en el tablero de juego y reformular, en contra de la única democracia de la región, la alianza que forjó contra Ucrania, convertida en estos momentos en el gran desafío para la paz y la libertad en el mundo.

Como es mi caso, se puede estar en contra de política colonizadora en Cisjordania, pero ¿cómo no ver que el verdadero colonialismo de hoy, el imperialismo que de verdad ha de darnos miedo, el que está a la ofensiva en todos los frentes, es el de los nostálgicos de los imperios chino, persa, árabe, otomano y ruso?

Apoyo a Israel porque esta guerra no es una guerra corriente para liberar un territorio. La Franja de Gaza, habrá que repetirlo mil veces y aun así no bastará, es, desde 2005, y por primera vez en su historia, una tierra libre de toda tutela, tan grande como ocho veces la ciudad de Dubái. La Autoridad Palestina podría haberla convertido en el embrión de su Estado.

No, esta es una guerra total destinada (¡las palabras tienen su peso!) a eliminar cualquier presencia judía en esa zona de Oriente Próximo que se extiende "del mar al Jordán".

Apoyo a Israel porque he cubierto muchos conflictos (por ejemplo, filmé la liberación de Mosul, la capital del Dáesh, para el canal Arte en 2016 y 2017) y nunca he visto a un ejército que, ante la tragedia que siempre supone la presencia de civiles en una zona de combate, vaya con tanto cuidado a la hora de anunciar sus ataques, de dar tiempo a los habitantes para evacuar los barrios que son objetivos militares y, cuando sus amos se oponen y convierten a los ciudadanos en escudos humanos, intentan escoltarlos por un corredor humanitario abierto en sazón, todos los días, seis horas al día, en la autovía de Salah al-Din.

Ciudadanos israelíes encienden velas para la liberación de los secuestrados por los terroristas palestinos.

Ciudadanos israelíes encienden velas para la liberación de los secuestrados por los terroristas palestinos. EFE

Apoyo a Israel porque, inmediatamente después del 7 de octubre, me fui a visitar los kibutz pogromizados. Me tomé el tiempo de hablar con las familias de los rehenes y con los soldados del Tsahal, el Ejército israelí, que se preparaban para entrar en Gaza. Entrevisté a mis amigos del campo de la paz, así como a los dirigentes del Estado.

También he estado escuchando a quienes, en Estados Unidos y en Europa, están a la vez angustiados por la imagen de Gaza reducida a escombros y, al mismo tiempo, convencidos de que hay que acabar con Hamás. Y todavía no me he encontrado a nadie, en ninguna parte, capaz de proponer un método sensiblemente diferente al que está aplicando el gabinete de guerra de Jerusalén para este objetivo estratégico y táctico.

Por último, apoyo a Israel porque dejar a Hamás fuera de combate es la condición necesaria para liberar a los propios palestinos e instaurar una verdadera paz con Israel.

También hay otras condiciones para que la paz se imponga, por supuesto. Por ejemplo, el gobierno de Netanyahu tendrá que ceder el testigo. La sociedad civil que antes de la guerra se congregaba los sábados en las calles de Tel Aviv (cada vez con mayor poder de convocatoria), tendrá que volver a tomar la iniciativa.

Pero la condición sine qua non de todo será, por amarga que sea, la victoria de Israel.