Ni la mejor agencia de marketing negativo del planeta habría sido capaz de abollar el prestigio ganado por la Selección Española Femenina de Fútbol en el Mundial con más rapidez que sus propias jugadoras, la columna de parking contra la que todos hemos estrellado nuestro coche recién estrenado. Un solo ejemplo. Este martes, en una mesa de cuatro en la cafetería de EL ESPAÑOL, tres de los presentes (entre ellos una mujer) criticaban a las jugadoras y sólo uno (un hombre) las defendía, aunque más por afán de enfanterriblismo que por convicción. Lo tienen en la columna de al lado y responde al nombre de Jorge Raya Pons

Las jugadoras de la Selección femenina de fútbol en la concentración de Madrid antes de viajar a Valencia.

Las jugadoras de la Selección femenina de fútbol en la concentración de Madrid antes de viajar a Valencia. EFE

Asesoradas por el peor de sus enemigos, si es que están siendo asesoradas y no actuando a rebufo de los intereses personales de una de ellas, las jugadoras de la Selección, que deberían salir de Twitter para saber lo que los españoles piensan en realidad de sus quejas y sus plantones, se han convertido en el Puigdemont del fútbol español. Es decir, en esa minoría que acaba imponiendo sus deseos, con grandilocuentes pretextos, sobre una mayoría que sólo aspira ya a verlas salir de las portadas. 

Hoy jueves seguimos sin saber, más allá del beso de Rubiales (posterior por cierto al estallido del conflicto), cuáles son las acusaciones concretas por las que las jugadoras de la Selección han forzado la renovación de la cúpula de la Real Federación Española de Fútbol, incluido el entrenador que las llevó a ganar el Mundial, entre otras reclamaciones delirantes.

[A favor de las jugadoras: Escucha, Jenni, es por tu bien, por Jorge Raya Pons]

¿Cuántas querellas, por cierto, le caerán a la RFEF por esos despidos improcedentes? ¿Pagarán ellas la indemnización de los trabajadores despedidos por motivos ignotos? 

"Son personas que han tenido, incitado, escondido o aplaudido actitudes que van contra la dignidad de las mujeres" dicen las jugadoras en su comunicado del pasado viernes en referencia a los trabajadores decapitados.

¿Qué actitudes? ¿Qué personas? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿En qué se concreta "la dignidad de las mujeres" y en qué se diferencia de la de los hombres? ¿Violando qué artículo del Código Penal o del Estatuto de los Trabajadores o de cualquier otra ley o reglamento aplicable al caso? ¿Qué pruebas hay de ello? ¿Cuál es la versión de la otra parte? ¿Por qué no hay denuncias en los juzgados? ¿De qué va, en el fondo, todo esto? 

Son preguntas que no se suelen hacer ya en este Nuevo Antiguo Régimen en el que nos ha metido la izquierda española, pero que solían ser de obligada respuesta en aquel carcamal y muy boomer Estado de derecho del que disfrutábamos hasta 2018. 

Pero esto es ya la selva. El Congreso se salta sus propios reglamentos para imponer el antojo cantonalista de turno y una acusación vaga hasta para los estándares habituales de los linchamientos populistas al uso sirve para que el CSD finja entrar en pánico, escandalizado por la presunta gravedad de los hechos, y fuerce el despido de varios trabajadores a los que se está dibujando como los Sabios de Sion de la RFEF: una secta machista y troglodita cuyo único interés ha sido destruir (atención) una Selección Femenina de la que ningún español sabía nada hasta hace un par de meses. 

Lo cierto es que ni uno solo de los periodistas, opinadores, tertulianos, políticos e incluso deportistas españoles que han defendido las reivindicaciones de las jugadoras sabría citar los nombres de más de tres o cuatro de ellas. O decir qué equipo quedó no ya último, sino segundo, en la pasada Liga F. O quién la lidera hoy. O quién fue la máxima goleadora el año pasado. O cuántas jornadas de campeonato llevamos a estas alturas de 2023. A duras penas podrían recordar contra quién jugó la Selección las semifinales del pasado Mundial. Y si recuerdan el país contra el que se jugó la final no será porque siguieran el partido, sino porque vieron una y otra vez las imágenes de la celebración de Rubiales y alguna jugadora inglesa aparecía por ahí.

Por supuesto, no hace falta ser un experto en fútbol femenino para reconocer una reivindicación justa cuando la tienes frente a las narices. Pero aún me he de topar con alguien que sea capaz de explicar, con palabras rectas, claras y en español, cuál es la queja CONCRETA de las jugadoras de la Selección. 

No son los hombres, por cierto, los que han fallado al fútbol femenino. Son las mujeres las que le han fallado. "¿Por qué las futbolistas no cobran lo mismo que los futbolistas?" se preguntan Alexia Putellas y compañía, a rebufo de Megan Rapinoe.

Porque aquellas que dicen apoyarte no han visto un solo partido tuyo, Alexia. Porque ni siquiera Àngels Barceló se ha comprado tu camiseta. Porque ni siquiera Yolanda Díaz se ha suscrito a un canal para verte jugar. Porque ni siquiera Irene Montero sabría decir contra qué equipo jugaste este sábado. Porque a las españolas les interesan más otras cosas que el fútbol femenino. Ni mejores ni peores. Otras. 

Lo explica el humorista Bill Burr en este monólogo sobre la NBA femenina. 

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Por supuesto, hay una alternativa razonable que sí podrían defender las jugadoras de la Selección, y con ciertas perspectivas de éxito. La de que el fútbol femenino, por su "interés general", sea expropiado por el Estado y salvado de la quiebra con dinero público, como el arte contemporáneo, el cine español o las lenguas regionales, y que sus dirigentes sean escogidos en base a criterios políticos y las habituales presiones de los lobbies de turno. Y a la cabeza de esos lobbies, el de las propias jugadoras. 

La conversión del fútbol femenino en un servicio público tendría una segunda consecuencia positiva, que es la de que siempre ganaría la Liga el FC Barcelona (al menos mientras Sánchez necesite el apoyo de la ultraderecha de ERC y Junts). Pero, sobre todo, permitiría que, ahora sí, las futbolistas de la selección cobraran lo mismo que Mbappé sin verse obligadas a generar los beneficios que genera Mbappé.

La expropiación del fútbol femenino permitiría además no depender del apoyo de esos presuntos entusiastas del fútbol femenino a los que suele verse en los medios pidiendo solidaridad, pero nunca en un campo de fútbol o en una tienda de merchandising, como quien se queja del cierre de tal o cual café "de toda la vida" al que él no ha ido nunca. Convertido en un "derecho" más a cargo de los Presupuestos Generales, el fútbol femenino sobreviviría incluso al masculino, que por cierto también interesa cada vez menos a los hombres, como demuestran sus menguantes audiencias

Yo, por si acaso, he querido preguntarle a Jorge Calabrés, jefe de la sección de Deportes de EL ESPAÑOL, cuál es el verdadero problema detrás de esta escenificación que estamos viendo en vivo y en directo y que, tampoco hace falta un máster en psicología para intuirlo, es sólo teatro. Y ya les avanzo que la explicación es muy cotidiana, muy humana y muy terrenal, y que su relación con el feminismo, el deporte femenino y "la dignidad de las mujeres" es inexistente. Esto va, en fin, de lo que va todo: de la capacidad para hacer y deshacer a tu voluntad.

Es decir, de poder.