No me duelen prendas en reconocer que José Antonio Montano es mi debilidad columnística. Y más aún que como articulista, me gusta como tuitero. Esa frescura, ese descaro y esa parte lúdica en los 280 caracteres nos muestran al mejor Montano, a mi gusto.

Le pasa lo mismo a Ignacio Camacho con Peláez, que admira sus columnas pero prefiere sus pedaladas: "Tiene una Vuelta en las piernas", le dijo elogioso en la presentación de su Ya estoy escrito en Sevilla.

Pero como la actualidad manda en los periódicos, hasta en estos enclaves literarios dentro del territorio de la última hora y del tráfico de lectores (medido como si de una etapa pirenaica del Tour se tratara), nos vemos abocados a escribir de un retablo de personajes mediocres e intrascendentes (¡mindundis!) que suelen ocupar un cargo político. Neoliberalismo obliga.

Tadej Pogacar y Jonas Vingegaard en el Tour de Francia.

Tadej Pogacar y Jonas Vingegaard en el Tour de Francia. EFE

Afortunadamente, a veces, muy pocas, la actualidad pasa por la orilla de actores interesantes (como cuando La Vuelta a España pasa por tu pueblo), y es esta una oportunidad, un eclipse, a la que no podemos sustraernos. Pese a que el lector y/o el editor quiera que acometamos, presta la espada, el retablo de maese Pedro y, que, a ser posible, no dejemos títere con cabeza.

Perdonen si me he puesto muy trapiellano en este inicio. Quizás sea porque a la par del objeto de mi columna he estado leyendo la última entrega del Perdidos de Andrés Trapiello: Éramos otros. Pero ya digo que yo aquí vengo a hablar de Oficio pasajero, la primera entrega de los diarios de José Antonio Montano (1989-1999), de recentísima publicación y, por tanto, le pique a quien le pique, con el salvoconducto de la máxima actualidad.

Montano (lo sabrán bien los lectores de esta casa) es un columnista diferente, en cuanto aborda la actualidad con cierto cinismo rebajado con humor (a diferencia de tanto politólogo flipado que ha invadido estas páginas como el alga asiática nuestras aguas), algo que en la Baja Andalucía conocemos como "sudapollismo".

Y entre tanta solemnidad, se agradece como un cortafuegos contra la afección de lo que ahora dan en llamar "columnista de ideas" o "analista político", un hedonista que se divierte juntando palabras (jugando con ellas como en un crucigrama diseñado por Cortázar) y que enfoca el presente desde su flanco más frívolo, esa perspectiva que sólo se le muestra al que observa la vida moderna pasar (con su ridícula coreografía) desde una terracita al sol, a orillas del Mediterráneo, con una cerveza y escuchando bossanova, a la espera de que pase una garota que brinde el ripio perfecto.

Por decirlo fácil. Montano no te cuenta por qué el Partido Popular debe aplicar la política de tierra quemada con Vox y no llegar a acuerdos con los de Abascal, salvo puntuales de investidura porque patatín, patatán. No. Montano te suelta que le va Cuca Gamarra. O de la ley del 'sí es sí', se queda con el sí, pero con el sí a Ángela González Pam. "¡Pam!"

Sin embargo, al empezar Oficio pasajero me topo con un Montano veinteañero que dista mucho del dionisíaco satirón que leemos hoy. En sus anotaciones de principios de los 90 nos encontramos con un joven apesadumbrado, ocioso, nihilista, pesimista y contemplativo. ¡Funcionarial!

Pasea, hace tertulia con sus dos o tres amigos, lee filosofía, bebe machaco de Rute, no se relaciona con féminas más allá que desde la distancia platónica y no sale de la ciudad de provincias. Un marco, la Málaga pre-Paco de la Torre (quien gobierna desde el año 2000) en el que se reconoce ese "agujero cochambroso" del que tanto hablan (no pocos con nostalgia) en el que no sale el sol.

Me reconozco en Montano en esa angustia del veinteañero que quiere salir de casa como sea (una situación de dependencia que le mina la moral), en su continua lucha de Sísifo contra los michelines, en su torpeza y timidez con las mujeres (que quizás yo sorteé mejor porque la genética me concedió el porte torero de El Chava Jiménez), y, sobre todo, en su empeño romántico por el ciclismo:

"(12-IX-1994) Despedida de Cabestany en la tele durante la Volta a Catalunya. Hace mucho que no se le ve en el pelotón: pedalea anónimo, como un fantasma. Cuando le preguntan si se va a retirar este año, responde: 'Ya me retiré el pasado".

¿No resume acaso esta entrada en el diario de Montano, sobre su admirado Pello Ruíz, mis últimos años siguiendo a mi idolatrado Alejandro Valverde?

En fin, un Montano que, por la gracia de Dios y por la suya propia, empieza a levantar el vuelo en el año 1993, saliendo de esa sensación desasosegante y claustrofóbica que tan bien transmite al lector (que, por otro lado, no puede dejar de leerlo).

Se marcha a Madrid para ser guionista de Antena 3, creo que de un late de Pepe Navarro (Estamos todos locos quizás), y allí hasta liga (¡por fin!) con unas danesas. Quizás alguna se apellidase Vingegaard y fuese madre del actual campeón del Tour de Francia. Aunque Montano, claro, fiel a su estilo la llamaría "Martha's Vineyard".

En definitiva, me permito prescribirles su lectura, y si tiene ocasión, háganlo en la playa. Montano lo merece.