A Pedro Sánchez le pasa como a nosotros, que ya no aguanta más entrevistas. Sabe que todo el pescado está vendido. 

La entrevista con Ana Rosa ha sido, de entre todas las que ha dado en este largo roadshow, la que peor le ha funcionado. La comunicación no verbal ha sido decisiva y el actor no ha conectado con el papel. Se nota que se ha cansado y que el partido se le va a hacer largo.

Sánchez no ha entrado en su personaje. Puede que haya sido virtud de la entrevistadora lo de cortarle y no dejarle lanzar sus mensajes electorales, aunque yo hubiese preferido que sacase de él a la persona que se esconde detrás del actor. Algo así como Resines, que siempre hace de Resines. Eso me gustaría haber visto en la entrevista, al actor que abandona por un rato al personaje y hace de sí mismo. 

No ha habido conversación porque la persona se ha ocultado detrás del personaje. Este es el único problema al que no pueden responder los expertos en comunicación política. Se podrá aconsejar ir con o sin corbata, de blanco y con chaqueta oscura, camisa vaquera o lisa, hablar del psicólogo y mostrar fragilidad, mover las dos manos o dejarlas quietas para atraer la atención hacia los ojos. Los expertos en comunicación pueden trabajar todo eso y más. Pero no pueden hacer aflorar a la persona sobre el personaje. Eso, o sale o no sale, pero no se prepara.

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Si se va a El Hormiguero, no se va como quien se prepara para un mitin en Las Ventas. Se va a ser uno mismo. Si se va a hablar con Ana Rosa, se va a desayunar con los telespectadores que tienen la suerte de poder ver la televisión a esas horas.

No se puede ser siempre 'Pedro el del Mitin'. Porque la democracia de masas, que es tan sentimental, tiene la virtud de exigir que florezca la persona sobre el personaje. Y la persona no puede aparecer sólo entre las fisuras de la debilidad, en los márgenes del discurso. La persona no puede ser un desliz en la conversación. Tiene que ser la protagonista. 

Y esto, a mi juicio, es lo que ha pasado hoy. Sánchez ha estado incómodo y se ha ocultado detrás de su programa. Ha defendido una socialdemocracia canónica, con su empleo de calidad, su reindustrialización, su redistribución de la riqueza y su Estado del bienestar.

Pero sabe, porque además se lo ha dicho Zapatero en incontables ocasiones, que así lo único que conseguirá es perpetuar a la derecha en el poder. Sabe que ha perdido la batalla por los derechos, y sabe que perderá la bandera de la gestión. Hoy no ha sacado el zapaterismo a relucir, no se había leído la propuesta de Yolanda Díaz y ha tratado de ensanchar la base por el centro. El mensaje ha sido la gestión de la socialdemocracia. Pero la expresión corporal ha ido otro lado, porque Sánchez no se cree al personaje. 

Se notó al final, cuando su equipo hizo sonar la campana y Sánchez se tiró el farol de que podía seguir porque estaba muy a gusto. Se le torció el gesto ante la posibilidad de prolongar la entrevista. Se le había acabado el tiempo al personaje, y la persona se quería escapar. Estaba incómodo y no encontró la cámara a la que ofrecer su última sonrisa de despedida.